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Divorcios de septiembre

Eduardo Cassano
Eduardo Cassano
sábado, 2 de septiembre de 2006, 03:44 h (CET)
Cuando apareció la nueva ley del ‘divorcio express’ en España, los que iba a ocurrir era más que previsible. En el 2005 hubo cerca de 150.000 rupturas entre separaciones y divorcios. Un dato más que significativo, pues en nuestro país hay una ruptura cada 3 minutos aproximadamente.

Al final, entre las parejas que se divorcian legalmente, las que terminan en tragedia y las que todavía conviven juntas a pesar de haber perdido el amor -y ser infieles mutuamente pero no quieren perder la apariencia de estabilidad que ellos mismos se creen-, los grandes beneficiados de todo esto (siempre hay una parte que gana y otra que pierde) son los clubs para ‘singles o impares’, cada vez con mayor éxito.

De los tres tipos de divorcios que he propuesto, las primeras parejas son las que acaban cada tres minutos. Generalmente estas parejas se rompen en verano, curiosamente cuando comparten mucho más tiempo del que están acostumbrados –algo que debería ser positivo-, pero los defectos de ambos suelen agudizarse.

Las segundas, desaparecen por la trágica e imparable violencia de género, que se cobra víctimas mortales y, lo que es aún peor para las mujeres –que no para los familiares-, sobrevivir a una agresión y vivir con el miedo en el cuerpo, a expensas de una justicia no siempre justa.

Las terceras, a mi modo de parecer, son realmente divertidas. Suelen casarse por amor –aunque algunas ya ni eso-, pasan unos años de felicidad compartida, tienen hijos, un trabajo con el que sobreviven y una estabilidad total. Pero curiosamente, nunca es suficiente para el ser humano y, por condición, necesita más.

El hombre, disfrutar con otras mujeres lo que la suya no le ofrece, alentado por unos conocidos que se hacen llamar amigos –y generalmente solteros o igual de desgraciados que él-, o dejándose llevar por la tentación de una de esas mujeres que –dicen- no se pueden dejar pasar.

La mujer, ofrecer a otro hombre lo que niega a su marido cuando éste no satisface sus necesidades, o se enamora del primer hombre liberal que encuentra y sufre por partida doble, al tener lo que no disfruta y querer al hombre equivocado.

Sin embargo, los dos continúan con su vida en común, como si no ocurriera nada, a pesar de tener claro que su relación terminó hace algún tiempo. Incluso llegan a perdonarse las conocidas infidelidades con sus silencios y miradas vacías, aterrados ante la inmediata soledad que se avecina y volver a comenzar de nuevo, prosiguen el camino juntos, pero no revueltos. Aunque sea por sus hijos –dicen también-, en uno de los errores más frecuentes en el presente de esas parejas y el futuro de sus descendientes.

Cuando surgen estas noticias, me pregunto cuántos de los nuevos divorciados de este año habrán asistido a todas aquellas manifestaciones a favor de la familia, contra el mal ejemplo que dan los homosexuales a los niños y, lo que es más intrigante, que porcentaje de éstos es mayor en las tres modalidades de divorcio anteriormente descritas.
Seguro que no son pocos, ni por lo tanto mejores que los gays, sobre los que se dicen poseer el derecho universal a crear una familia amparándose en una ‘normalidad’ y núcleo familiar que año tras año, los heterosexuales siguen aumentando.

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