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Definamos a Rosell

No tiene fin...
Tomás Salinas
martes, 20 de agosto de 2013, 08:20 h (CET)
Por si alguien no se atreve a decirlo, ya lo digo yo por él, que cuando uno no dice lo que siente y piensa, esto se le puede enquistar, y yo ya he tenido un yuyu y no me apetecen más. Encima, bien es sabido que la diplomacia no es lo mío, qué le vamos a hacer. Así que, me lanzo al tema, a saber. Paseando entre los mortales a ras de suelo, sentado en el fondo de la sima más profunda o flipando con el austriaco Baumgartner en la estratosfera, el presidente de la CEOE, Juan Rosell, es, supuestamente, lo que mi abuelo llamaba un tonto del culo. Y antes de jugarme la demanda, recurro a la semántica para argumentar la definición, no vayáis a pensar que se me ha vuelto a ir la pinza.

Si entendemos tonto como lo entiende la RAE, es decir, como falto o escaso de entendimiento o razón, o con su sentido coloquial de absurdo, contrario y opuesto a la razón, y entendemos culo como lo que es, el culo en sí, el jefe de los jefes, el señor Rosell encaja en el estereotipo de tonto del culo, pues parece razonar, y así lo demuestra, con las posaderas. Y no tonto del haba, pues éste es el que paga el roscón, y no es el caso que nos ocupa; el tito Rosell se lo come enterito mientras nosotros chupamos el papel de horno. Ni tampoco tonto sin remedio, porque, aunque ahora ejerce como tonto entre los tontos, el que suscribe no sabe bien si don Juan nació así, tonto de remate, o se ha hecho con el tiempo y unas cañas. Ahora bien, podrían admitirse las expresiones tonto del bote, que es aquél al que sonríe la suerte sin haber hecho mérito alguno, tonto de campeonato, el más tonto entre los tontos, o tonto a más no poder, pues cierto y evidente es que el de la CEOE ya ha alcanzado el límite de la tontería tolerable.

Y éste es el punto en que os preguntaréis por qué me entretengo con esta alma cándida, con este mecenas ilustrado, con este gran hombre y mejor persona, con este sabio estadista, con este, con este, con este…perdonadme, estoy llorando, la emoción me embarga y el banco también…¡Dios, ten misericordia de este pecador y disculpa su malvada oración!.

Pues me entretengo con el sujeto porque estoy hasta los mismos de soportar las formas, las maneras, los contenidos, las intenciones, los momentos, las oportunidades, las palabras y el fondo de sus mensajes. Me entretengo con él porque él se entretiene conmigo amargándome la vida, porque él me agrede, porque yo, trabajador, me siento amenazado por él, porque me estoy defendiendo ante su ataque, porque él pretende terminar con todos mis derechos, porque su objetivo es que el pueblo llano al que pertenezco retorne a la esclavitud a la voz de ya y porque, con la vuelta al cole, los libros de los chiquillos, la hipoteca, la luz, el agua, el butano y la comida tengo más que suficiente. No son pocos los motivos y sí son muchas las razones que me conducen, débil de mí, a definirle como tonto del culo. De manual. En la Biblia está.

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Me van a perdonar tres veces: por empezar hablando de fútbol, por el título en inglés, y por dividir este escrito en dos partes; esto último para que nadie se atragante demasiado pronto y deje de leer pensando que va sólo de fútbol, aunque ya se sabe lo que pasa con la prensa deportiva, se lee -en mi modesta opinión- más de lo debido, y el fútbol acapara titulares a la más mínima.

En un mundo cada vez más interconectado, pero paradójicamente más dividido, el respeto parece haberse convertido en una palabra vacía, en un eco lejano de lo que alguna vez fue la base de la convivencia humana. Hoy, las diferencias políticas, culturales, religiosas o ideológicas, ya no se interpretan como riqueza, sino como amenaza. Se descalifica con rapidez, se insulta sin filtros, y se señala al otro con la dureza del prejuicio.

Discernimiento es “la acción y el efecto de discernir”. Es decir aplicar la clarividencia, el juicio o la sensatez ante una disyuntiva. En romance paladino: hacer uso del sentido común. Justo lo contrario de lo que pretende la mayoría de los seres humanos. Que piensen y decidan por ellos. Sin mojarse lo más mínimo.

 
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