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Devorado el fruto del árbol del Conocimiento del Bien y del Mal, el hombre devora hoy el de la Vida

El árbol de la vida

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Más allá de las interpretaciones que hacen los exégetas bíblicos acerca de los dos árboles del Paraíso de los que el hombre no podía comer, si se considera este pasaje del Génesis desde la suficiente distancia como para entenderlo como una parábola, no es difícil comprender, incluso por los laicos y los ateos, que si el hecho de alimentarse del fruto del primer árbol, el del Conocimiento del Bien y del Mal —o de la Gnosis— supuso la adquisición del Conocimiento, hoy ese mismo hombre está devorando los frutos del Árbol de la Vida, sin duda pretendiendo, además, eternizarse.

Si interpretamos el texto del Génesis como una parábola, sus implicaciones son tantas como pareceres puedan tener los intérpretes. Por ejemplo, el hecho de que el hombre comiera los frutos prohibidos del Árbol de Conocimiento, es considerado por algunos como una metáfora sobre la adquisición del conocimiento moral; por otros, como la conquista del libre albedrío o la libertad; y por muchos más, como el inicio de la andadura del conocimiento como Ciencia. Respecto del segundo árbol prohibido, el Árbol de la Vida, para algunos supone un paso más en el conocimiento de los excelso; y para otros, la apertura de la comprensión de la genética de los seres vivos, con el fin de perpetuarse y controlar la misma vida. Ser como dioses, en fin. Sobre este punto concreto, es sobre el que quiero incidir.

Soy de los que creen que la Creación es una repetición continua de lo mismo en diferentes escalas. Algo así como un inmenso lienzo de fractales que contempla desde lo infinitamente pequeño a lo infinitamente grande. Por ejemplo, las constantes matemáticas, están presentes en todas las cosas, ya sea el número Phi, Pi, etc. -por eso se llaman “constantes”-, y, visto con cierta perspectiva, lo mismo sucede con la organización de la materia en el universo, que no es sino una réplica de lo estado anterior en distinta escala: vebigracia, un órgano es a un cuerpo como éste lo es a un Estado. Desde lo ínfimo a lo excelso, todo es una reiteración de lo mismo a diferentes escalar, siendo la parte y el todo simétricas y correspondientes en su total integridad.

La naturaleza humana se significa en la ley de prevalencia del más fuerte sobre el más débil. Debido a esto, el conocimiento faculta el dominio de quien lo posee sobre los ignorantes, convirtiéndole en poderoso. Y por lo mismo, el poderoso convierte los valores morales en herramientas para controlar a los dominados. El hombre comió del Árbol del Conocimiento, y muere no tanto como consecuencia de una maldición divina como por sus propios actos. Al no tener la sólida base de una moral recta, la libertad conquistada en sus manos se convirtió en ambición y codicia, y el Conocimiento en poder, lo cual indefectiblemente se tradujo en conflictos y guerras…, y, como consecuencia de esto, el desarrollo de la Ciencia se puso íntegramente al servicio de la codicia. La práctica totalidad del conocimiento actual, desde un simple pegamento a los más complejos artefactos de uso común, pasando por herramientas de uso cotidiano como Internet, tienen su origen en la investigación y práctica militar desarrollado por esa elite de poderosos.

Pero es que con el Árbol de la Vida está sucediendo más o menos lo mismo. Creyéndose hartos de los frutos del primer árbol, han querido encentar los del segundo, pretendiendo los hombres -o los poderosos poseedores del Conocimiento, dicho con mayor propiedad- eternizarse. Para ellos, y con el sofisma de desentrañar la clave divina —el código genético— con el fin de curar enfermedades en las gentes y tonterías por el estilo, promovieron un esfuerzo global por realizar el mapa del genoma, que es algo así como un esquema del Árbol de la Vida. Ahora, como es natural, les queda comprenderlo, y en eso están tratando de aunar esfuerzos y recursos para lograrlo. Sin embargo, por más que hayan pasado siglos e incluso milenios desde que el primer hombre devoró el fruto del Árbol del Bien y del Mal, seguimos estando en el mismo punto de evolución moral y continuamos anclados en instintos primarios y movidos por la codicia, la ambición y el deseo desordenado de poder.

La cuestión es: ¿realmente desea la elite curar enfermedades en las gentes y eternizarnos todos… o solamente desarrollar este conocimiento para ella? La respuesta es, obviamente: para esa elite, salvo una exigua cantidad —no eternos— de hombres que puedan usar como servidores. La Ciencia, hoy, ya es capaz de ir devorando algunos frutos del Árbol de la Vida, como realizar trasplantes, crear órganos en laboratorios, comprender para qué valen estos o aquellos genes, clonar seres vivos y hasta de manipular cierto material genético. Sin embargo, este pretencioso interés humanístico por la especie en su conjunto choca como un tren sin frenos con la realidad de cada día, y no parece que tengan mucho que ver esas supuestas buenas intenciones con las matanzas que cada día perpetran por intereses espurios esos mismos Estados que pregonan las bondades de sus esfuerzos. Eso, claro, respecto del Tercer Mundo y aun del Segundo; pero es que en el Primero la cosa no va mejor, dado que en todo Occidente, desde EEUU a Europa, los recortes en Sanidad, Educación, etc., están propiciando que ambos sectores caigan del lado privado —que es decir de la elite—, cegando con ello los ojos del Conocimiento de las clases populares y privándolas de la Salud.

Es cierto que la Ciencia ha salvado vidas, pero queda por saber si no habrá sido con un simple interés experimental, de modo que han ensayado técnicas que solamente serán aplicables en un momento dado a esa elite que pretende perpetuarse. La evidencia es que las clases sociales más desfavorecidas no es que ahora tengan un acceso mínimo a esos avances, sino que prácticamente se les deja morir sin atención médica. En algunos países, como EEUU, por ejemplo, ni siquiera la Sanidad está al alcance de todos. Además, en un mundo superpoblado no parece que prolongar indefinidamente la vida humana en general tenga el menor sentido.

El Árbol de la Vida, sin embargo, produce muchos frutos, y no solamente se está devorando el del genoma humano. También se está haciendo con el animal y el vegetal, entre otros. Como se sabe, son innumerables los experimentos exitosos realizados con humanos creados por diseño genético —desde hijos a la carta a soldados inmisericordes y particularmente resistentes—, sino que también se han logrado producir a partir de manipulación genética especies particularmente mortíferas de virus, bacterias e incluso se han desarrollado especies alteradas de animales de distintas subespecies superiores, como peces, aves, conejos, ovejas, vacas, cerdos, etc. Con todo, donde más avanzados van, dada la simplicidad de sus códigos genéticos, parece ser que es en el orden vegetal, y ahí han progresado de tal modo que la práctica totalidad de los cultivos actuales de vegetales destinados al consumo humano —¡atentos los vegetarianos!— son productos trasgénicos sobre los que sabemos poco o nada acerca de cuáles serán en un próximo futuro las consecuencias de su consumo continuado. Esto, sin considerar que significa, al mismo tiempo, control sobre la población. Poniéndonos a mal, imagínense que un sicópata con el poder suficiente y el control sobre las semillas, quisiera producir un daño irreversible en parte o en toda la población: le bastaría con hacer las modificaciones genéticas oportunas en un determinado cultivo de consumo masivo, y listo. Ciencia-ficción, o no tanto.

De todos es sabido que empresas pertenecientes a la elite, como Monsanto, se está haciendo no solamente con el control mundial de producción agrícola, sino también con el de las semillas, lo que representa de facto el control mundial de los alimentos. Hasta tal punto están llegando las cosas, que el mismo gobierno norteamericano penaliza a los países que no permiten el control de Monsanto, además de que recientemente la misma UE ha aprobado una norma que obliga a todas las empresas comercializadoras de semillas a que sean previamente aprobadas por el organismo que acaban de crear a tal efecto. Tal grave es el asunto, que incluso si usted hace un trasplante de cualquier planta de su jardín, estaría incurriendo en un delito… penal.

Todo este inimaginable poder en manos de compañías privadas que pertenecen a una mínima elite que dirige los destinos de la humanidad a través de sus emporios, es cuando menos alarmante, y tanto más lo es cuando los gobiernos implantan semejante barbarie sin restricciones y los medios informativos callan dolosamente, acaso porque ambos son también suyos. Si consideráramos la importancia por los sucesos por el tiempo que merecen en los medios de difusión oficiales, queda claro que diversiones como el fútbol serían los acontecimientos más importantes, acaecimientos como las guerras apenas gozarían de relevancia social, sucesos como las mortandades de millones de personas por hambre tendrían un valor insignificante, y este control de la alimentación humana mundial, la salud y el conocimiento en manos de una restringida elite, ni siquiera existiría. Sin embargo, y ya que para muestra vale un botón, es relevante hacer notar que más del 80% de los productos agrícolas españoles son trasgénicos y están controlados por esas multinacionales de la elite. Y no solamente de los productos modificados, sino también las semillas. El futuro, hoy, está más que nunca en manos de unos pocos, incluida la misma existencia vida: la están privatizando. Patentada, ya la tienen.

El árbol de la vida

Devorado el fruto del árbol del Conocimiento del Bien y del Mal, el hombre devora hoy el de la Vida
Ángel Ruiz Cediel
lunes, 27 de mayo de 2013, 11:16 h (CET)
Más allá de las interpretaciones que hacen los exégetas bíblicos acerca de los dos árboles del Paraíso de los que el hombre no podía comer, si se considera este pasaje del Génesis desde la suficiente distancia como para entenderlo como una parábola, no es difícil comprender, incluso por los laicos y los ateos, que si el hecho de alimentarse del fruto del primer árbol, el del Conocimiento del Bien y del Mal —o de la Gnosis— supuso la adquisición del Conocimiento, hoy ese mismo hombre está devorando los frutos del Árbol de la Vida, sin duda pretendiendo, además, eternizarse.

Si interpretamos el texto del Génesis como una parábola, sus implicaciones son tantas como pareceres puedan tener los intérpretes. Por ejemplo, el hecho de que el hombre comiera los frutos prohibidos del Árbol de Conocimiento, es considerado por algunos como una metáfora sobre la adquisición del conocimiento moral; por otros, como la conquista del libre albedrío o la libertad; y por muchos más, como el inicio de la andadura del conocimiento como Ciencia. Respecto del segundo árbol prohibido, el Árbol de la Vida, para algunos supone un paso más en el conocimiento de los excelso; y para otros, la apertura de la comprensión de la genética de los seres vivos, con el fin de perpetuarse y controlar la misma vida. Ser como dioses, en fin. Sobre este punto concreto, es sobre el que quiero incidir.

Soy de los que creen que la Creación es una repetición continua de lo mismo en diferentes escalas. Algo así como un inmenso lienzo de fractales que contempla desde lo infinitamente pequeño a lo infinitamente grande. Por ejemplo, las constantes matemáticas, están presentes en todas las cosas, ya sea el número Phi, Pi, etc. -por eso se llaman “constantes”-, y, visto con cierta perspectiva, lo mismo sucede con la organización de la materia en el universo, que no es sino una réplica de lo estado anterior en distinta escala: vebigracia, un órgano es a un cuerpo como éste lo es a un Estado. Desde lo ínfimo a lo excelso, todo es una reiteración de lo mismo a diferentes escalar, siendo la parte y el todo simétricas y correspondientes en su total integridad.

La naturaleza humana se significa en la ley de prevalencia del más fuerte sobre el más débil. Debido a esto, el conocimiento faculta el dominio de quien lo posee sobre los ignorantes, convirtiéndole en poderoso. Y por lo mismo, el poderoso convierte los valores morales en herramientas para controlar a los dominados. El hombre comió del Árbol del Conocimiento, y muere no tanto como consecuencia de una maldición divina como por sus propios actos. Al no tener la sólida base de una moral recta, la libertad conquistada en sus manos se convirtió en ambición y codicia, y el Conocimiento en poder, lo cual indefectiblemente se tradujo en conflictos y guerras…, y, como consecuencia de esto, el desarrollo de la Ciencia se puso íntegramente al servicio de la codicia. La práctica totalidad del conocimiento actual, desde un simple pegamento a los más complejos artefactos de uso común, pasando por herramientas de uso cotidiano como Internet, tienen su origen en la investigación y práctica militar desarrollado por esa elite de poderosos.

Pero es que con el Árbol de la Vida está sucediendo más o menos lo mismo. Creyéndose hartos de los frutos del primer árbol, han querido encentar los del segundo, pretendiendo los hombres -o los poderosos poseedores del Conocimiento, dicho con mayor propiedad- eternizarse. Para ellos, y con el sofisma de desentrañar la clave divina —el código genético— con el fin de curar enfermedades en las gentes y tonterías por el estilo, promovieron un esfuerzo global por realizar el mapa del genoma, que es algo así como un esquema del Árbol de la Vida. Ahora, como es natural, les queda comprenderlo, y en eso están tratando de aunar esfuerzos y recursos para lograrlo. Sin embargo, por más que hayan pasado siglos e incluso milenios desde que el primer hombre devoró el fruto del Árbol del Bien y del Mal, seguimos estando en el mismo punto de evolución moral y continuamos anclados en instintos primarios y movidos por la codicia, la ambición y el deseo desordenado de poder.

La cuestión es: ¿realmente desea la elite curar enfermedades en las gentes y eternizarnos todos… o solamente desarrollar este conocimiento para ella? La respuesta es, obviamente: para esa elite, salvo una exigua cantidad —no eternos— de hombres que puedan usar como servidores. La Ciencia, hoy, ya es capaz de ir devorando algunos frutos del Árbol de la Vida, como realizar trasplantes, crear órganos en laboratorios, comprender para qué valen estos o aquellos genes, clonar seres vivos y hasta de manipular cierto material genético. Sin embargo, este pretencioso interés humanístico por la especie en su conjunto choca como un tren sin frenos con la realidad de cada día, y no parece que tengan mucho que ver esas supuestas buenas intenciones con las matanzas que cada día perpetran por intereses espurios esos mismos Estados que pregonan las bondades de sus esfuerzos. Eso, claro, respecto del Tercer Mundo y aun del Segundo; pero es que en el Primero la cosa no va mejor, dado que en todo Occidente, desde EEUU a Europa, los recortes en Sanidad, Educación, etc., están propiciando que ambos sectores caigan del lado privado —que es decir de la elite—, cegando con ello los ojos del Conocimiento de las clases populares y privándolas de la Salud.

Es cierto que la Ciencia ha salvado vidas, pero queda por saber si no habrá sido con un simple interés experimental, de modo que han ensayado técnicas que solamente serán aplicables en un momento dado a esa elite que pretende perpetuarse. La evidencia es que las clases sociales más desfavorecidas no es que ahora tengan un acceso mínimo a esos avances, sino que prácticamente se les deja morir sin atención médica. En algunos países, como EEUU, por ejemplo, ni siquiera la Sanidad está al alcance de todos. Además, en un mundo superpoblado no parece que prolongar indefinidamente la vida humana en general tenga el menor sentido.

El Árbol de la Vida, sin embargo, produce muchos frutos, y no solamente se está devorando el del genoma humano. También se está haciendo con el animal y el vegetal, entre otros. Como se sabe, son innumerables los experimentos exitosos realizados con humanos creados por diseño genético —desde hijos a la carta a soldados inmisericordes y particularmente resistentes—, sino que también se han logrado producir a partir de manipulación genética especies particularmente mortíferas de virus, bacterias e incluso se han desarrollado especies alteradas de animales de distintas subespecies superiores, como peces, aves, conejos, ovejas, vacas, cerdos, etc. Con todo, donde más avanzados van, dada la simplicidad de sus códigos genéticos, parece ser que es en el orden vegetal, y ahí han progresado de tal modo que la práctica totalidad de los cultivos actuales de vegetales destinados al consumo humano —¡atentos los vegetarianos!— son productos trasgénicos sobre los que sabemos poco o nada acerca de cuáles serán en un próximo futuro las consecuencias de su consumo continuado. Esto, sin considerar que significa, al mismo tiempo, control sobre la población. Poniéndonos a mal, imagínense que un sicópata con el poder suficiente y el control sobre las semillas, quisiera producir un daño irreversible en parte o en toda la población: le bastaría con hacer las modificaciones genéticas oportunas en un determinado cultivo de consumo masivo, y listo. Ciencia-ficción, o no tanto.

De todos es sabido que empresas pertenecientes a la elite, como Monsanto, se está haciendo no solamente con el control mundial de producción agrícola, sino también con el de las semillas, lo que representa de facto el control mundial de los alimentos. Hasta tal punto están llegando las cosas, que el mismo gobierno norteamericano penaliza a los países que no permiten el control de Monsanto, además de que recientemente la misma UE ha aprobado una norma que obliga a todas las empresas comercializadoras de semillas a que sean previamente aprobadas por el organismo que acaban de crear a tal efecto. Tal grave es el asunto, que incluso si usted hace un trasplante de cualquier planta de su jardín, estaría incurriendo en un delito… penal.

Todo este inimaginable poder en manos de compañías privadas que pertenecen a una mínima elite que dirige los destinos de la humanidad a través de sus emporios, es cuando menos alarmante, y tanto más lo es cuando los gobiernos implantan semejante barbarie sin restricciones y los medios informativos callan dolosamente, acaso porque ambos son también suyos. Si consideráramos la importancia por los sucesos por el tiempo que merecen en los medios de difusión oficiales, queda claro que diversiones como el fútbol serían los acontecimientos más importantes, acaecimientos como las guerras apenas gozarían de relevancia social, sucesos como las mortandades de millones de personas por hambre tendrían un valor insignificante, y este control de la alimentación humana mundial, la salud y el conocimiento en manos de una restringida elite, ni siquiera existiría. Sin embargo, y ya que para muestra vale un botón, es relevante hacer notar que más del 80% de los productos agrícolas españoles son trasgénicos y están controlados por esas multinacionales de la elite. Y no solamente de los productos modificados, sino también las semillas. El futuro, hoy, está más que nunca en manos de unos pocos, incluida la misma existencia vida: la están privatizando. Patentada, ya la tienen.

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