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Recomendar leer a Muñoz Molina resulta una obviedad. Hay autores que son un seguro de vida. En esta colección de cuentos los hay realmente magníficos y los hay –para mi gusto- regulares o que pueden considerarse como un juego literario. Pero ninguno, absolutamente ninguno, defrauda por completo

Relatonovelas

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04mar13luisborras
Para los que somos incondicionales y sufridos hinchas de los relatos es un consuelo que alguien como Antonio Muñoz Molina publique un libro de cuentos. Aunque en su bibliografía las novelas ganen por un apabullante quince a uno; aunque su obra completa sean catorce relatos escritos a lo largo de veinticinco años.

Nos consuela que un novelista –aunque sea con esas cifras- se pase a nuestro bando y no desprecie a los relatos como a los parientes pobres de la narrativa. Que en su defensa escriba esta frase tan rotunda y hermosa: “En el cuento están comprimidos todos los desafíos formales de la novela, y al mismo tiempo cabe en él ese sentimiento de intensa iluminación sin el cual no llega a existir un poema”.

Nos alegra que editoriales de bolsillo como “Booket” publiquen libros de relatos a un precio muy asequible que nos permitan leer buena literatura de género y así nos libre de la tentación de la literatura electrónica que mayoritariamente suele tener el mismo valor que su precio.

Nos consuela leer en la “Nota del autor” y en el “Epílogo” sus explicaciones. La triste realidad: “Yo he escrito por encargo casi todos mis cuentos, y en estos últimos años los periódicos españoles han dejado en gran medida de encargarlos. Ahora lo más que piden son los llamados “microrelatos”, y cualquier extensión que pase de 500 palabras les aterra”; y las comparaciones: “Es posible que al escribir novelas uno se ponga demasiado serio, o demasiado rígido: la novela es una maquinaria que abruma con facilidad a quien se enfrenta con ella, de modo que quizá el principal aprendizaje que requiere escribirla sea el de la naturalidad. El cuento, por lo común, impone menos, parece más propicio para la tentativa o la aventura, incluso para la ironía, o para lo fantástico”.

Y en esos dos párrafos está, en parte, todo lo que hay en este libro. Por un lado el significado del triunfo de lo hiperbreve como una metáfora del signo de nuestro tiempo: la velocidad. Hoy en día nos quejamos de que el ordenador vaya lento, lo queremos todo rápido, en segundos; y a esa celeridad existencial le va perfectamente el microrrelato: el Popper de la narrativa. Y en ese sentido alguno de estos relatos de Muñoz Molina son auténtica literatura a la contra. Son “Relatonovelas”. Porque –para mí- los mejores cuentos de “Nada del otro mundo”: “El miedo de los niños”, “Extraños en la noche”, “La colina de los sacrificios”, “La gentileza de los desconocidos” y el que da título al libro son los que, curiosamente, parecen una novela abreviada. Relatos expansivos de una escritura pausada y detallista, sin prisas ni límites, que los acerca más a un placentero viaje de largo recorrido que a una línea de alta velocidad.

Y por otro lado ese concepto que tiene Muñoz Molina del cuento: “más propicio para la tentativa, la aventura, la ironía y lo fantástico” y que aplica a los demás relatos –estos sí realmente cortos- es en donde se producen los peores –sin llegar a ser malos- y desiguales resultados. Las excepciones son “El hombre sombra”, el cuento “más antiguo de este libro que fue escrito en el  otoño de 1983, con la esperanza, vana, de que ganara un concurso”, y “Un amor imposible”, dos muy buenos cuentos escritos siguiendo o ajustándose a las “reglas”, “canon” y “estándares” de los relatos modernos. En los demás Muñoz Molina se decide por la “aventura” y en unos está subliminalmente el novelista, en otros el humor, la lírica, el sentimentalismo, la deliciosa y exótica ambientación, y en todos la libertad, temática y formal, que permite el relato, y la innegable calidad de su escritura.

Recomendar leer a Muñoz Molina resulta una obviedad. Hay autores que son un seguro de vida. En esta colección de cuentos los hay realmente magníficos y los hay –para mi gusto- regulares o que pueden considerarse como un juego literario. Pero ninguno, absolutamente ninguno, defrauda por completo. Esa es la ventaja de los relatos, que permiten a un escritor “realista” escribir una historia de zombis o de fantasmas; una parodia de novela negra; un divertimento de ciencia ficción o una crítica inteligente y mordaz. Y que consiga salir indemne de ese reto es en donde se descubre al buen escritor, porque incluso en esos que pueden considerarse menores Muñoz Molina demuestra un brillante dominio del lenguaje y una asombrosa capacidad para cambiar de registro que nos hace salir del punto final sin una mueca de fraude o decepción.

Antonio Muñoz Molina. “Nada del otro mundo”. 315 páginas. Booket. Barcelona, 2013.

Relatonovelas

Recomendar leer a Muñoz Molina resulta una obviedad. Hay autores que son un seguro de vida. En esta colección de cuentos los hay realmente magníficos y los hay –para mi gusto- regulares o que pueden considerarse como un juego literario. Pero ninguno, absolutamente ninguno, defrauda por completo
Luis Borrás
lunes, 4 de marzo de 2013, 09:41 h (CET)

04mar13luisborras
Para los que somos incondicionales y sufridos hinchas de los relatos es un consuelo que alguien como Antonio Muñoz Molina publique un libro de cuentos. Aunque en su bibliografía las novelas ganen por un apabullante quince a uno; aunque su obra completa sean catorce relatos escritos a lo largo de veinticinco años.

Nos consuela que un novelista –aunque sea con esas cifras- se pase a nuestro bando y no desprecie a los relatos como a los parientes pobres de la narrativa. Que en su defensa escriba esta frase tan rotunda y hermosa: “En el cuento están comprimidos todos los desafíos formales de la novela, y al mismo tiempo cabe en él ese sentimiento de intensa iluminación sin el cual no llega a existir un poema”.

Nos alegra que editoriales de bolsillo como “Booket” publiquen libros de relatos a un precio muy asequible que nos permitan leer buena literatura de género y así nos libre de la tentación de la literatura electrónica que mayoritariamente suele tener el mismo valor que su precio.

Nos consuela leer en la “Nota del autor” y en el “Epílogo” sus explicaciones. La triste realidad: “Yo he escrito por encargo casi todos mis cuentos, y en estos últimos años los periódicos españoles han dejado en gran medida de encargarlos. Ahora lo más que piden son los llamados “microrelatos”, y cualquier extensión que pase de 500 palabras les aterra”; y las comparaciones: “Es posible que al escribir novelas uno se ponga demasiado serio, o demasiado rígido: la novela es una maquinaria que abruma con facilidad a quien se enfrenta con ella, de modo que quizá el principal aprendizaje que requiere escribirla sea el de la naturalidad. El cuento, por lo común, impone menos, parece más propicio para la tentativa o la aventura, incluso para la ironía, o para lo fantástico”.

Y en esos dos párrafos está, en parte, todo lo que hay en este libro. Por un lado el significado del triunfo de lo hiperbreve como una metáfora del signo de nuestro tiempo: la velocidad. Hoy en día nos quejamos de que el ordenador vaya lento, lo queremos todo rápido, en segundos; y a esa celeridad existencial le va perfectamente el microrrelato: el Popper de la narrativa. Y en ese sentido alguno de estos relatos de Muñoz Molina son auténtica literatura a la contra. Son “Relatonovelas”. Porque –para mí- los mejores cuentos de “Nada del otro mundo”: “El miedo de los niños”, “Extraños en la noche”, “La colina de los sacrificios”, “La gentileza de los desconocidos” y el que da título al libro son los que, curiosamente, parecen una novela abreviada. Relatos expansivos de una escritura pausada y detallista, sin prisas ni límites, que los acerca más a un placentero viaje de largo recorrido que a una línea de alta velocidad.

Y por otro lado ese concepto que tiene Muñoz Molina del cuento: “más propicio para la tentativa, la aventura, la ironía y lo fantástico” y que aplica a los demás relatos –estos sí realmente cortos- es en donde se producen los peores –sin llegar a ser malos- y desiguales resultados. Las excepciones son “El hombre sombra”, el cuento “más antiguo de este libro que fue escrito en el  otoño de 1983, con la esperanza, vana, de que ganara un concurso”, y “Un amor imposible”, dos muy buenos cuentos escritos siguiendo o ajustándose a las “reglas”, “canon” y “estándares” de los relatos modernos. En los demás Muñoz Molina se decide por la “aventura” y en unos está subliminalmente el novelista, en otros el humor, la lírica, el sentimentalismo, la deliciosa y exótica ambientación, y en todos la libertad, temática y formal, que permite el relato, y la innegable calidad de su escritura.

Recomendar leer a Muñoz Molina resulta una obviedad. Hay autores que son un seguro de vida. En esta colección de cuentos los hay realmente magníficos y los hay –para mi gusto- regulares o que pueden considerarse como un juego literario. Pero ninguno, absolutamente ninguno, defrauda por completo. Esa es la ventaja de los relatos, que permiten a un escritor “realista” escribir una historia de zombis o de fantasmas; una parodia de novela negra; un divertimento de ciencia ficción o una crítica inteligente y mordaz. Y que consiga salir indemne de ese reto es en donde se descubre al buen escritor, porque incluso en esos que pueden considerarse menores Muñoz Molina demuestra un brillante dominio del lenguaje y una asombrosa capacidad para cambiar de registro que nos hace salir del punto final sin una mueca de fraude o decepción.

Antonio Muñoz Molina. “Nada del otro mundo”. 315 páginas. Booket. Barcelona, 2013.

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