Con un título original más apropiado quizás, "Two for the money" -algo así como "Dos por el dinero"-, D. J. Caruso, el de la prometedora "Vidas ajenas" y de algunos capítulos de la exitosa serie de televisión "Smallville", presenta esta cinta, medio comedia medio drama, protagonizada por un trío de estrellas de trayectorias actuales totalmente diferentes: Al Pacino, un poco más de capa caída con cada título -pido perdón a sus seguidores, pero lo cierto es que, para quien escribe, la última interpretación potable y por encima de su propio listón nos la ofreció con "Insomni@", el efervescente novio de Penélope Cruz de apellido impronunciable, Matthew McConaughey -por cierto, al inicio luce una zarrapastrosa melena que menos mal que esconde bajo el casco de rugby-, y la ya asentada y consolidada Rene Russo, haciendo gala de su hermosa madurez con calma y sosiego que, lejos de quedar en un tercer plano como supondría un personaje secundario, trata de igual a igual a los protagonistas como ya hizo en casos similares en "Arma Letal" o "Showtime" por poner sólo dos ejemplos.
Mientras Pacino sigue con la línea actoral de algunos de sus últimos papeles -"Simone", "Relaciones confidenciales"...-, en los que parece no saber que se ha terminado un rodaje y comenzado otro -incluso el perfil de su papel coincide bastante con el de tres de sus últimos personajes, "Pactar con el diablo", "Un domingo cualquiera" y "La prueba"-, el joven Matthew aprovecha para desarrollar sus capacidades, tanto interpretativas como físicas -algo que sin duda agradecerán las féminas-, a lo largo de sus 2 horas de duración. Y lo cierto es que, si hemos de decantar la balanza hacia uno de los dos en este duelo entre "maestro y alumno", ésta sería favorable, dentro de lo ajustado del aprobado, para el joven aspirante. Fútbol americano, apuestas, relaciones a tres bandas...
La película, que no sabemos si pretendida o involuntariamente es un homenaje en algunos episodios de la historia a la fabulosa "El golpe" -años luz distancian a ambas sin embargo-, comienza con la ya típica narración en off del propio protagonista -me pregunto si al final del metraje el director no debería haber explorado con igual necesidad ese recurso-, y aludiendo al hecho de que la historia está basada en hechos reales. Supongo que aunque no se basase en ningún hecho real en concreto, se basaría al mismo tiempo en las vidas de cientos de personas envueltos en la espiral de juego que nos cuenta el argumento de esta película. Y es que, de hecho, la trama parte de algo incomprensible a primera vista: las apuestas deportivas son ilegales en Estados Unidos -salvo en cuatro estados: Nevada, Oregón, Delaware y Montana-, sin embargo, ser asesor precisamente en esta práctica no lo es.
Recorremos, como diría aquel, los intríngulis del negocio de las apuestas deportivas, haciendo un repaso además por la galería de personajes que bien podemos suponer forman esta despiadada fauna: los deportistas frustrados por una lesión que se reubican como asesores deportivos, o los vendedores implacables y faltos de escrúpulos al más puro estilo tele-predicador o tele-venta -esta situación es llevada al extremo, incluso, cuando, en una reunión de personas que se encuentran en proceso de desintoxicación, éstas sufren la embestida frontal de alguien que les ceba con su debilidad-. Se recurre incluso, para sazonar un poco las relaciones personales de los protagonistas, a montar un triángulo en el que uno pone a tiro de su amigo a su propia esposa para comprobar la fidelidad de ambos. Y como no podía ser de otra manera, al final, después de mostrar a cara de perro la brutalidad asemejable a cualquier otro campo laboral -manifestada en el éxito es lo primero, aplasta a quien se pone en tu camino, hay que soportar la presión, o siempre hay alguien más fuerte y poderoso que tú, que, incluso, puede orinarte a la cara, en sentido literal-, después de todo esto, el ciclo vuelve a comenzar, todo vuelve al principio, tras la tempestad llega la calma.
Si apostamos por seguir o terminar, apostamos ya por lo segundo, porque no da para mucho más -eso sí, la fotografía y la banda sonora tratan de levantar el nivel medio de la película consiguiéndolo a medias-, únicamente decir que a buen seguro no será una película recomendada para las asociaciones de jugadores compulsivos, aunque como suele quedar en las películas americanas ese poso de moralina tan particular, en este caso, podría ser algo así como el dicho de que si te tropiezas con un piedra en el camino, vuelve a levantarte, o, en sentido inverso, más acorde para la película, del suelo al cielo, y vuelta a empezar.
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