Avalada por la crítica y los premios -no en vano ha recogido una cosecha incomparable en Cannes, Valladolid y en los Premios del Cine Europeo, donde consiguió los de mejor película, director, actor, montaje y el de la crítica- ha llegado a nuestras carteleras el nuevo trabajo del director austriaco -aunque alemán de nacimiento- Michael Haneke, un thriller psicológico, y por qué no decirlo, también sociológico que hará que salgamos del cine dándole, cuanto menos, dos vueltas de cabeza a lo que acabamos de ver en la gran pantalla. Bueno, eso al menos será así si, perdóneme la crítica, después de casi dos horas hemos sido capaces de aguantar una cinta por momentos excesivamente lenta y con escenas perfectamente suprimibles.
Sin embargo, el contrapunto de interés lo ofrece un magnífico duelo interpretativo entre sus dos protagonistas, donde queda patente que estamos hablando de dos de las estrellas del cine galo, pero también de la cinematografía a nivel internacional, los franceses Daniel Auteil y Juliette Binoche -quien además trabajó a las órdenes de Haneke en 'Código desconocido'-, pero también que ya han trabajado juntos -lo hicieron en su día en el drama histórico-carcelario 'La viuda de Saint-Pierre'- y que se compenetran a la perfección como una auténtica pareja.
Volviendo al padre de la criatura, esta historia familiar, la de un presentador de televisión, una editora y su hijo adolescente amenazados por una serie de videos y llamadas exasperadamente personales, guarda evidentes paralelismos con aspectos de su trayectoria profesional y vital, de un marcado carácter frío y punzante. Por ejemplo, la soterrada violencia que acaba por estallar como en 'Funny games' -película con la que además saltó a la 'fama'-, las sospechas e intrigas y el uso de la cámara y el voyeurismo de 'Código desconocido', o la tensión acumulada por la moral carcomiente de su más reciente éxito 'La pianista'. Al mismo tiempo, estas mismas cualidades le alejan de otros directores que podríamos incluir en ese género 'social' como el también francés Jean-Luc Goddard o el británico Ken Loach, ambos de cámara más caliente y más partidista que la de Haneke, que se muestra sabia y prudentemente neutral sin tomar partido, únicamente posicionando la cámara y postulando situaciones para que cada espectador pueda sacar sus propias conclusiones. Eso sí, en este caso, 'escondido' como el propio título de la película y jugando con nosotros como cómplices -sin nosotros saberlo- en este puzzle con una poderosa pieza inicial, un comienzo que podríamos considerar la única concesión a su habitual propuesta escénica ya que aquí nos encontramos ante un corte mucho más clásico.
Y es que 'clásicos' presentes a día de hoy son, precisamente, los temas que aborda Haneke en esta cinta, una cinta que 'aterra' mucho más que la última hornada de cine asiático de dicho género puesto que presenta una situación con la que cualquiera de nosotros puede sentirse plenamente identificado por su intimidante cercanía y por su arrolladora realidad. La crisis de la institución familiar, las sospechas y los recelos incluso entre las personas más allegadas, el poder de la televisión frente a la literatura, la conciencia personal e histórica -con una clara alusión a la deuda francesa con Argelia-, pero sobre todo, como germen primitivo de todos estos asuntos el miedo a la violencia, un tema recurrente en los últimos tiempos a tenor de los últimos trabajos de Lars Von Trier y David Cronenberg.
En definitiva, una película no apta para tod@s l@s espectador@s, y un final, remarcamos ¡un final!, que da mucho de sí para una película que sigue manteniendo a Haneke como un reducto de libertad en el cine europeo, aunque quizás esa libertad le haga ser demasiado personal e inaccesible por momentos. Claro, siempre podemos tomarnos dos pastillas, como el protagonista, y decir adiós a los problemas.
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