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Opinión
Etiquetas | Opus Dei
¿Dónde coño está la razón de ser que justifique la existencia de la prelatura de la Santa Cruz y Opus Dei?

Opus Dei: Comentario crítico a una carta (XXXIII)

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Hemos hablado en el artículo anterior del problema institucional del Opus Dei, que arranca desde tiempos del fundador, o lo que es lo mismo, que en mi opinión, san Josemaría fundó mal el Opus Dei, se equivocó al dar forma o diseño a la institución que era necesaria para hacer permanecer en el tiempo el carisma que él había visto, del cual hemos comentado también, no era algo aislado, sino parte de la acción del Espíritu Santo, que a través de los siglos, va dirigiendo a la Iglesia y va suscitando nuevas formas o modos de vivir esa única vocación a la santidad que todos tenemos.


El carisma del Opus Dei es uno más de esos carismas que han abundado tanto en los últimos doscientos años de historia de la Iglesia. Uno más. Todos ellos tienen en común el recuerdo a toda la Iglesia que la santidad no es cosa exclusiva de curas o monjas, sino también de los laicos. No en vano, actualmente el 70% de los santos canonizados son curas o monjas, lo cual no responde correctamente a Efesios 1,4 y otros pasajes de la Sagrada Escritura en los que se ve claro que Dios nos llama a todos a la santidad, y no solo a quienes han recibido una consagración añadida a la del bautismo.


Hemos comentado que el carisma es lo importante, no la institución. Pero incluso el carisma tiene una importancia limitada que tampoco se debe exagerar. Concretamente, viene muy oportuna una cita del Papa sobre los carismas, que dice así: “Pero recuerden que el centro no es el carisma; el centro es uno solo, Jesucristo. Cuando pongo en el centro mi método espiritual, mi camino espiritual, mi manera de ponerlo en práctica, me salgo del camino. Toda espiritualidad, todos los carismas en la Iglesia deben ser “descentrados”. ¡En el centro, solo está el Señor!”.


Estas palabras del Papa el 7 de marzo de 2015, ante los miembros del movimiento Comunión y Liberación ( https://es.zenit.org/articles/texto-completo-del-discurso-del-papa-a-comunion-y-liberacion/ ) bien pueden aplicarse a todas las instituciones de la Iglesia que sustentan un carisma determinado.


Sin perder de vista estas palabras del Papa, y dándole una importancia limitada al carisma, todavía es más limitada la importancia de las instituciones, entre otras cosas, porque sus fundadores han podido tener errores o no han previsto cambios en la sociedad que, con el tiempo, reclaman una reforma en lo jurídico, dejando el carisma intacto. Frente a esas obsolescencias, lo primero que hay que hacer es detectarlas, y luego corregirlas.


Lutero tenía una frase maravillosa referida a la Iglesia, que con mayor motivo ha de aplicarse a las partes de la Iglesia: “Ecclesia Semper reformanda”. La Iglesia siempre tiene que estar en estado de reforma, para quitar todas esas capas que se le van pegando con los años y que desdibujan la frescura original que vivieron los primeros cristianos.


La primera causa del error de san Josemaría al diseñar el Opus Dei fue, como ya he expuesto, confundir carisma con institución, y creerse él un iluminado. Esto puede deberse a una posible enfermedad mental suya que quizá nunca se llegue a desentrañar con total seguridad, aunque en el futuro, a pesar de que en la institución se dedican a borrar el rastro de lo que sospechan que va por esa línea, se llegará a conocer más en profundidad. Es muy difícil sustraerse al juicio de la historia, y más en este caso, en el que, a pesar de la labor de maquillaje de los directores del Opus Dei, Josemaría Escrivá ha dejado tanto rastro.


El estudio sobre el posible trastorno narcisista de la personalidad que aparece en OpusLibros es solo el principio. Sin duda, la investigación histórica, combinada con las ciencias de la psiquiatría y la psicología, aportarán en el futuro más conocimiento sobre este punto. Decir, como decía san Josemaría, y como siguen diciendo – y cantando – los miembros del Opus Dei, que con la llegada de su institución, “se han abierto los caminos divinos de la tierra” que permanecían cerrados desde los primeros cristianos, es una solemne majadería, por cuanto supone apropiarse de la divinidad de la Iglesia en beneficio propio, situándose en una especie de salvadores de la Iglesia, por encima del Papa y de toda la jerarquía. Patético.


La segunda causa del error de san Josemaría, yo la veo en algo tan simple como es que no se da cuenta de que en esta vida no hay casi nada original, casi nada. Aunque no lo queramos reconocer, todos somos víctimas del “cortar y pegar”. Todos copiamos; san Josemaría no iba a ser menos.


En una de las críticas que leí del Quijote, se trataba este asunto. Cervantes no inventó nada; Cervantes no inventaba, “describía” lo que ya había visto. Toda novela tiene un fuerte apoyo en lo real, por muy de ciencia ficción que pretenda ser. Todo está inventado, o como diría el Eclesiastés, capítulo 1, versículo 9: No hay nada nuevo bajo el sol. Inventar una realidad completa y que sea coherente en sí misma, es prácticamente imposible. Aparecen flecos por todas partes. No hay nada absolutamente original.


En el ámbito eclesiástico pasa algo parecido. El problema de san Josemaría Escrivá está en creerse un visionario, un iluminado, un profeta, un original. Pero de original no tenía nada. El Opus Dei es un copia y pega que ha devenido en un “frankensntein” eclesiástico que a la vuelta de 90 años tiene contradicciones por todas partes.


El tercer error de san Josemaría es la ausencia de mentalidad histórica y de proyección histórica. Es verdad eso que decía que son los tiempos los que deben abrirse a la verdad de Cristo en vez de renunciar a la Verdad-Cristo, acomodándola al devenir histórico. Todo esto es verdad. Pero el problema es que él dio categoría de verdad a las meras opiniones suyas, y pensó que sus “iluminaciones de Dios” eran poco menos que dogmas de fe de permanencia infinita, al mismo nivel que la fe pública de la Iglesia.


En una palabra, no supo deslindar carisma de institución. Por ejemplo, alguna vez comentó que era una infidelidad al carisma original de san Francisco de Asís el hecho de que alguna rama de franciscanos ya no utilizase el mismo tipo de tela para el hábito que llevan, que el que utilizó san Francisco. Esto demuestra una inteligencia muy pobre y una superficialidad notable.


En consonancia con lo anterior, era una persona que se creyó en posesión del don de la bilocación y de la predicción del futuro. Esto lo vemos incluso en las biografías autorizadas u oficiales. Lo peor de todo esto es que en el Opus Dei, respecto del fundador, no saben distinguir la fe-confianza de la fe-teologal, y las predicciones de futuro del fundador se las creen a pies juntillas, a pesar de que viene equivocándose en bastantes de ellas, como cualquier charlatán que se atreve a predecir el futuro arrogándose un poder que solo es de Dios.


En un primer momento, el Opus Dei era un grupo de chicos y curas jóvenes que se unieron a san Josemaría en torno a ese carisma ya mencionado. Yo creo que esas páginas fueron las mejores de la historia del Opus Dei.

Influido por Leopoldo Eijo y Garay, obispo de Madrid y amigo de san Josemaría, este empezó a pensar en dar una forma jurídica a esa asociación que él había fundado. Aquello cristalizó en la aprobación diocesana del Opus Dei como pía unión. Pero eso fue en 1941. Los trece años anteriores el Opus Dei estuvo sin forma jurídica.


En los años anteriores a la guerra civil, los sacerdotes que se asociaban al Opus Dei, lo hacían fundamentalmente para fomentar la fraternidad sacerdotal y para atender sacramentalmente a los miembros del Opus Dei, pues uno de los “corta y pega” que san Josemaría aplicó desde el principio fue, a imitación de determinadas órdenes religiosas, como las carmelitas, que los miembros se confesasen con sacerdotes de la misma institución, porque entendía que los que no lo fueran, no eran buenos pastores para ellos.


Con el tiempo, san Josemaría comentaría que esos sacerdotes serían para él su “corona de espinas” porque estos sacerdotes, en la confesión, no aconsejaban a los miembros del Opus Dei como pretendía san Josemaría. Aquí hay otro error de san Josemaría: entender que la confesión es un medio de dirección espiritual, cuando no lo es; es simplemente un sacramento, y no debe entenderse como medio para adoctrinar o para impartir dirección espiritual, y menos como obligatorio, y menos aún forzando a que esa dirección espiritual la lleve una determinada persona no elegida por el propio interesado.


Tras la guerra civil, san Josemaría entendió que los sacerdotes que atendieran a los miembros del Opus Dei debían salir de la propia institución, y a partir de 1943 vio claramente que debía crearse una sociedad sacerdotal de modo que en ella “se incardinaran” esos sacerdotes, es decir, que se ordenaran “al título de la sociedad”. En una palabra, que san Josemaría entendió que esos sacerdotes, para que no fueran su “corona de espinas” tenían que ser “suyos”, bajo sus órdenes, y a través de ellos, vía sacramento, controlar a los miembros en sus conciencias.


A mi modo de ver, aquí empezaron los problemas del Opus Dei, porque esto suponía salir de lo que podía ser una simple asociación de cristianos que siguen un carisma determinado, a la que pueden vincularse libremente sacerdotes y laicos, para entrar en problemas jurídicos de incardinación, títulos de sacerdocio, relación con el resto de los miembros laicos, relación con los obispos y el resto de la jerarquía, etc.


Si a eso unimos la necesidad de configurar la institución como una entidad de ámbito internacional, y no solo diocesana (referida a la diócesis de Madrid), la complicación jurídica se empezó a hacer mayor.


A mi modo de ver, el problema de san Josemaría fue el de querer controlar el fuero interno de los miembros, con una mentalidad que revela que pensaba en una orden religiosa, aunque legislase para laicos. Quiso controlar el fuero interno de los miembros a través de los sacerdotes que se asociaban, pero le salió mal; fueron su “corona de espinas” por la sencilla razón de que no se puede imponer a un sacerdote que confiese de una determinada manera. A los sacerdotes “propios”, quizá sí. Y por ahí fue: La solución para ello fue volcarse en conseguir clero propio. Primero lo hizo consiguiendo la creación de los Institutos Seculares, como vimos en una entrega anterior, y luego a través de la forma jurídica de Prelatura Personal.


Pero al final de todo este tortuoso camino, lo que consiguió fue apartarse del carisma inicial, porque el Opus Dei ha terminado siendo un conjunto de clérigos que forman la prelatura, que atienden sacerdotalmente a unos socios de una asociación llamada Opus Dei, los cuales son cooperadores orgánicos de la prelatura, gobernada por sacerdotes, de modo que los laicos de esa asociación son “longa manus” de los apostolados de dichos sacerdotes mediante esa cooperación orgánica que es consecuencia de un acuerdo, es decir, de un contrato bilateral.


La razón de ser de la prelatura de la Santa Cruz y Opus Dei tampoco queda muy clara en el nuevo derecho, pues si los mismos directores del Opus Dei reconocen que el carisma del Opus Dei es la vida cristiana ordinaria, y los miembros del Opus Dei son exactamente iguales que los demás cristianos y no se diferencian nada de ellos, y si sus ordinarios son los respectivos obispos diocesanos, no se entiende bien cómo encaja ahí el canon 294 en el que se dice que la razón de ser de las prelaturas personales es una conveniente distribución de los presbíteros o “llevar a cabo peculiares obras pastorales o misionales en favor de varias regiones o diversos grupos sociales”.


Efectivamente, los sacerdotes incardinados en la prelatura del Opus Dei tienen por finalidad primera atender a los miembros del Opus Dei. Pero como ya hemos visto, estos solo quedan vinculados a la prelatura en lo que atañe al fin pastoral de la esta, no a su fuero interno ni a la cura de almas, que sigue siendo competencia de los respectivos obispos diocesanos.

Por tanto, la atención pastoral de los sacerdotes de la prelatura no añade nada a la que cada miembro recibe como fiel cristiano de una diócesis, luego no se trata de una “peculiar obra pastoral” en favor de esos miembros. Mucho menos si lo referimos a quienes no pertenecen al Opus Dei.


Entonces… ¿Dónde coño está la razón de ser que justifique la existencia de la prelatura de la Santa Cruz y Opus Dei?

Esta pregunta es, dicha de un modo más suave, la objeción que ponían los obispos españoles cuando se aprobó la transformación del Opus Dei en prelatura personal en 1982, y que hemos recogido más atrás al citar al cardenal Sebastián.

El propio Fernando Ocáriz, en el libro de entrevistas que he citado en una entrega anterior, sostenía que el Opus Dei no tiene una “especialidad”, sino que se refiere al espíritu cristiano global. Si no hay una especialidad pastoral, ¿entonces qué pinta la prelatura del Opus Dei, cuando su razón de ser es la demanda de una “peculiar obra pastoral”?


Después de un interminable periplo jurídico, el Opus Dei ha terminado en una pura contradicción institucional, en la que queda incierta la relación del clero de la prelatura con los laicos, y a partir de ahí, la relación con los obispos, con los demás curas seculares diocesanos, con los laicos de las respectivas diócesis, etc.


Si a lo anterior añadimos la abundante reglamentación desequilibrada que hemos visto más atrás, en la que nadie sabe qué es normativo y qué no lo es. Si añadimos el proselitismo agresivo de multinacional, irrespetuoso con la libertad y la conciencia individual, la imposición de un director espiritual desde la organización, el control minucioso de todo, las entidades empresariales y las fundaciones controladas por la prelatura, aunque jurídicamente no pertenezcan a ella. Si añadimos todas estas cosas, y sobre todo la frialdad, y en bastantes casos, falta de caridad que campa en la institución, el resultado es desolador, y evidentemente tiene una repercusión muy negativa en los miembros, muchos de los cuales terminan tocados del ala.


Dentro de ese “corta y pega” y de esa falta de originalidad de san Josemaría, yo destacaría dos puntos: Uno, la fascinación que ejerció en san Josemaría la abadesa de las Huelgas de Burgos. Dos: Que san Josemaría, al diseñar el Opus Dei, “pensaba” en una orden religiosa, aunque por fuera hablara de laicos.


En cuanto a este segundo punto, me parece de interés, acudir al Reglamento de 1941 en el que el Opus Dei era una Pía Unión. Hay que notar que en ese momento el Opus Dei no tenía ni sacerdotes propios ni tampoco existían supernumerarios ni agregados. Solo había numerarios.


El referido reglamento se acoge al artículo 708 del Código de 1917. Dicho canon está en el capítulo 2 (Cofradías y Pías Uniones) del título XIX (Asociaciones de Fieles en particular) de la Parte Tercera del Código (de los Legos).


Sostengo que san Josemaría pensaba en una orden religiosa, porque el artículo 708 del Código no comprometía en absoluto el carácter secular de una asociación de fieles, y sin embargo, en el referido reglamento, se dice textualmente esto, en el artículo 1 del capítulo 5, destinado a describir el espíritu del Opus Dei como pía unión: “Los socios del Opus Dei no son religiosos, pero tienen un modo de vivir -entregados a Jesús Cristo- que, en lo esencial, no es distinto de la vida religiosa”.


Es decir, que en lo esencial, los miembros del Opus Dei son como los religiosos, o se parecen más a los religiosos que a los laicos, aunque no sean religiosos. Aquí puede verse plasmado un punto que me parece esencial para entender algo de lo que había en la mente del fundador al diseñar el Opus Dei.


Nótese que este artículo 1 del capítulo 5 no es un precepto de naturaleza normativa, aunque esté dentro de un reglamento, sino un artículo que describe una FISONOMÍA ESPIRITUAL, inserto en el capítulo 5, que se titula “Espíritu”. Es decir, que al no ser normativo puro y duro, debe entenderse vigente, a tenor de lo que ya comentamos varios días atrás en cuanto a la disposición final primera de los Estatutos de 1982: “Todo lo que hasta la fecha ha sido concedido, declarado o aprobado por la Santa Sede en favor del Opus Dei, permanece íntegro en la medida en que sea compatible con su régimen jurídico como prelatura”.


Como quiera que en el artículo 1 del capítulo 5 del reglamento de 1941 se dice claramente que los miembros del Opus Dei no son religiosos (aspecto jurídico), no contradice a los estatutos de 1982 que se diga que, “en lo esencial, no es distinto de la vida religiosa” su modo de vivir (aspecto espiritual).

Por eso, no ha de extrañar que mucha gente vea a los numerarios como verdaderos religiosos, pues se parecen más a los religiosos que a los laicos, no solo porque viven en comunidad (como los religiosos) y tienen determinadas oraciones y reuniones en comunidad (como los religiosos), sino porque también tienen regulados hasta los más mínimos detalles de la vida en comunidad, a la que ellos llaman “vida de familia”, pero que no es tal, porque la familia es otra cosa, como todo el mundo sabe (por ejemplo, en una familia no hay director, subdirector y secretario, sino padre, madre e hijos, ni hay tiempo de la tarde o tiempo de la noche, antes llamados silencio menor y silencio mayor, ni se usa el cilicio o las disciplinas, lo cual es propio de religiosos, etc.), y también porque en una familia se va al cine, al teatro o a los toros, mientras los numerarios no van a estos sitios (como los religiosos de antes); asimismo, los directores mayores ejercen periódicamente de visitadores (como los religiosos), etc.


En una palabra, que san Josemaría diseñó una orden religiosa que jurídicamente no lo es. Así le ha ido, con esa empanada mental. También se manifiesta esto en que los numerarios son los miembros sobre los que descansa el gobierno, la formación y la dirección espiritual dentro del Opus Dei, cuando son precisamente los miembros que menos están en el mundo, en una institución que se supone que está en el mundo. Este es también un error fundacional, pues san Josemaría sostenía algo que ya casi nadie sostiene: Que el celibato es superior al matrimonio y que los sacerdotes son docentes y los laicos discentes en cuestiones de moral. En este sentido, antiguamente, en los tiempos de san Josemaría, a los religiosos se les veía como maestros de los laicos, algo análogo al diseño de los numerarios como maestros de los supernumerarios y agregados.


Resulta inconcebible hoy día algo que, en el Opus Dei, se da todos los días: Que en la dirección espiritual, un numerario de sabios consejos a un supernumerario en cuestiones matrimoniales. Esta situación tan anacrónica solo pasa en el Opus Dei porque, como decía el cardenal Sebastián, son antiguos con traje nuevo; pertenecen a un tiempo en el que los religiosos aparecían como unos maestros sabiondos de todo, unos paradigmas, un ideal de sabiduría cristiana para los que están abajo, los laicos.


Y así es como están todavía en el Opus Dei. San Josemaría se presentó a si mismo como el pionero de la santidad de los laicos, pero en realidad fundó una pseudo-orden de religiosos, algunos de ellos curas, que son los “formadores”, la “aristocracia de la inteligencia”, el “corazón del Opus Dei” en donde descansa la sabiduría, como antaño se veía al cura del pueblo o a los religiosos.


Los numerarios del Opus Dei no se ven a sí mismos como religiosos, pero mucha gente desde fuera los ve así. No es de extrañar que Dan Brown los viera así o que ese amigo mío del que hablé días atrás viera a la directora del servicio doméstico de una casa de convivencias como la madre superiora.


Aunque no lo quieran reconocer, san Josemaría copió y pegó bastantes rasgos de la vida del Opus Dei tomándolos de los religiosos, y no es extraño que la gente lo vea así, porque ven a los numerarios como “unos tíos raros” que llevan una vida cuyo mayor parecido es la vida que se lleva en los conventos de religiosos, pero con un aire más moderno y algo pijo. No es extraño que desde fuera se vea a los numerarios como unos monjes urbanos que están en Babia respecto a las cosas que pasan en el mundo. En el foro de estos artículos hay quien ha visto los centros del Opus Dei como unas “guarderías de adultos”. Gente rara, en general, levantados un palmo del suelo, “tratantes y encomendantes” y cosas por el estilo. Un poema.


Como se está haciendo demasiado largo este artículo, lo dejamos para seguir mañana con cinco puntos interesantes: el marquesado de Peralta, la independencia económica de los numerarios, la autodenominada “vida de familia”, el sexo, y las numerarias auxiliares; cinco temas que muestran abiertamente lo zumbado que estaba san Josemaría en cuanto a fundador, sin entender que ese zumbe, repito, suponga maldad moral, en donde no entro a juzgar. Solo me refiero al hecho del zumbe. Los hechos son tercos, están ahí, han sucedido, están a la vista de todos

Opus Dei: Comentario crítico a una carta (XXXIII)

¿Dónde coño está la razón de ser que justifique la existencia de la prelatura de la Santa Cruz y Opus Dei?
Antonio Moya Somolinos
martes, 10 de julio de 2018, 07:16 h (CET)

Hemos hablado en el artículo anterior del problema institucional del Opus Dei, que arranca desde tiempos del fundador, o lo que es lo mismo, que en mi opinión, san Josemaría fundó mal el Opus Dei, se equivocó al dar forma o diseño a la institución que era necesaria para hacer permanecer en el tiempo el carisma que él había visto, del cual hemos comentado también, no era algo aislado, sino parte de la acción del Espíritu Santo, que a través de los siglos, va dirigiendo a la Iglesia y va suscitando nuevas formas o modos de vivir esa única vocación a la santidad que todos tenemos.


El carisma del Opus Dei es uno más de esos carismas que han abundado tanto en los últimos doscientos años de historia de la Iglesia. Uno más. Todos ellos tienen en común el recuerdo a toda la Iglesia que la santidad no es cosa exclusiva de curas o monjas, sino también de los laicos. No en vano, actualmente el 70% de los santos canonizados son curas o monjas, lo cual no responde correctamente a Efesios 1,4 y otros pasajes de la Sagrada Escritura en los que se ve claro que Dios nos llama a todos a la santidad, y no solo a quienes han recibido una consagración añadida a la del bautismo.


Hemos comentado que el carisma es lo importante, no la institución. Pero incluso el carisma tiene una importancia limitada que tampoco se debe exagerar. Concretamente, viene muy oportuna una cita del Papa sobre los carismas, que dice así: “Pero recuerden que el centro no es el carisma; el centro es uno solo, Jesucristo. Cuando pongo en el centro mi método espiritual, mi camino espiritual, mi manera de ponerlo en práctica, me salgo del camino. Toda espiritualidad, todos los carismas en la Iglesia deben ser “descentrados”. ¡En el centro, solo está el Señor!”.


Estas palabras del Papa el 7 de marzo de 2015, ante los miembros del movimiento Comunión y Liberación ( https://es.zenit.org/articles/texto-completo-del-discurso-del-papa-a-comunion-y-liberacion/ ) bien pueden aplicarse a todas las instituciones de la Iglesia que sustentan un carisma determinado.


Sin perder de vista estas palabras del Papa, y dándole una importancia limitada al carisma, todavía es más limitada la importancia de las instituciones, entre otras cosas, porque sus fundadores han podido tener errores o no han previsto cambios en la sociedad que, con el tiempo, reclaman una reforma en lo jurídico, dejando el carisma intacto. Frente a esas obsolescencias, lo primero que hay que hacer es detectarlas, y luego corregirlas.


Lutero tenía una frase maravillosa referida a la Iglesia, que con mayor motivo ha de aplicarse a las partes de la Iglesia: “Ecclesia Semper reformanda”. La Iglesia siempre tiene que estar en estado de reforma, para quitar todas esas capas que se le van pegando con los años y que desdibujan la frescura original que vivieron los primeros cristianos.


La primera causa del error de san Josemaría al diseñar el Opus Dei fue, como ya he expuesto, confundir carisma con institución, y creerse él un iluminado. Esto puede deberse a una posible enfermedad mental suya que quizá nunca se llegue a desentrañar con total seguridad, aunque en el futuro, a pesar de que en la institución se dedican a borrar el rastro de lo que sospechan que va por esa línea, se llegará a conocer más en profundidad. Es muy difícil sustraerse al juicio de la historia, y más en este caso, en el que, a pesar de la labor de maquillaje de los directores del Opus Dei, Josemaría Escrivá ha dejado tanto rastro.


El estudio sobre el posible trastorno narcisista de la personalidad que aparece en OpusLibros es solo el principio. Sin duda, la investigación histórica, combinada con las ciencias de la psiquiatría y la psicología, aportarán en el futuro más conocimiento sobre este punto. Decir, como decía san Josemaría, y como siguen diciendo – y cantando – los miembros del Opus Dei, que con la llegada de su institución, “se han abierto los caminos divinos de la tierra” que permanecían cerrados desde los primeros cristianos, es una solemne majadería, por cuanto supone apropiarse de la divinidad de la Iglesia en beneficio propio, situándose en una especie de salvadores de la Iglesia, por encima del Papa y de toda la jerarquía. Patético.


La segunda causa del error de san Josemaría, yo la veo en algo tan simple como es que no se da cuenta de que en esta vida no hay casi nada original, casi nada. Aunque no lo queramos reconocer, todos somos víctimas del “cortar y pegar”. Todos copiamos; san Josemaría no iba a ser menos.


En una de las críticas que leí del Quijote, se trataba este asunto. Cervantes no inventó nada; Cervantes no inventaba, “describía” lo que ya había visto. Toda novela tiene un fuerte apoyo en lo real, por muy de ciencia ficción que pretenda ser. Todo está inventado, o como diría el Eclesiastés, capítulo 1, versículo 9: No hay nada nuevo bajo el sol. Inventar una realidad completa y que sea coherente en sí misma, es prácticamente imposible. Aparecen flecos por todas partes. No hay nada absolutamente original.


En el ámbito eclesiástico pasa algo parecido. El problema de san Josemaría Escrivá está en creerse un visionario, un iluminado, un profeta, un original. Pero de original no tenía nada. El Opus Dei es un copia y pega que ha devenido en un “frankensntein” eclesiástico que a la vuelta de 90 años tiene contradicciones por todas partes.


El tercer error de san Josemaría es la ausencia de mentalidad histórica y de proyección histórica. Es verdad eso que decía que son los tiempos los que deben abrirse a la verdad de Cristo en vez de renunciar a la Verdad-Cristo, acomodándola al devenir histórico. Todo esto es verdad. Pero el problema es que él dio categoría de verdad a las meras opiniones suyas, y pensó que sus “iluminaciones de Dios” eran poco menos que dogmas de fe de permanencia infinita, al mismo nivel que la fe pública de la Iglesia.


En una palabra, no supo deslindar carisma de institución. Por ejemplo, alguna vez comentó que era una infidelidad al carisma original de san Francisco de Asís el hecho de que alguna rama de franciscanos ya no utilizase el mismo tipo de tela para el hábito que llevan, que el que utilizó san Francisco. Esto demuestra una inteligencia muy pobre y una superficialidad notable.


En consonancia con lo anterior, era una persona que se creyó en posesión del don de la bilocación y de la predicción del futuro. Esto lo vemos incluso en las biografías autorizadas u oficiales. Lo peor de todo esto es que en el Opus Dei, respecto del fundador, no saben distinguir la fe-confianza de la fe-teologal, y las predicciones de futuro del fundador se las creen a pies juntillas, a pesar de que viene equivocándose en bastantes de ellas, como cualquier charlatán que se atreve a predecir el futuro arrogándose un poder que solo es de Dios.


En un primer momento, el Opus Dei era un grupo de chicos y curas jóvenes que se unieron a san Josemaría en torno a ese carisma ya mencionado. Yo creo que esas páginas fueron las mejores de la historia del Opus Dei.

Influido por Leopoldo Eijo y Garay, obispo de Madrid y amigo de san Josemaría, este empezó a pensar en dar una forma jurídica a esa asociación que él había fundado. Aquello cristalizó en la aprobación diocesana del Opus Dei como pía unión. Pero eso fue en 1941. Los trece años anteriores el Opus Dei estuvo sin forma jurídica.


En los años anteriores a la guerra civil, los sacerdotes que se asociaban al Opus Dei, lo hacían fundamentalmente para fomentar la fraternidad sacerdotal y para atender sacramentalmente a los miembros del Opus Dei, pues uno de los “corta y pega” que san Josemaría aplicó desde el principio fue, a imitación de determinadas órdenes religiosas, como las carmelitas, que los miembros se confesasen con sacerdotes de la misma institución, porque entendía que los que no lo fueran, no eran buenos pastores para ellos.


Con el tiempo, san Josemaría comentaría que esos sacerdotes serían para él su “corona de espinas” porque estos sacerdotes, en la confesión, no aconsejaban a los miembros del Opus Dei como pretendía san Josemaría. Aquí hay otro error de san Josemaría: entender que la confesión es un medio de dirección espiritual, cuando no lo es; es simplemente un sacramento, y no debe entenderse como medio para adoctrinar o para impartir dirección espiritual, y menos como obligatorio, y menos aún forzando a que esa dirección espiritual la lleve una determinada persona no elegida por el propio interesado.


Tras la guerra civil, san Josemaría entendió que los sacerdotes que atendieran a los miembros del Opus Dei debían salir de la propia institución, y a partir de 1943 vio claramente que debía crearse una sociedad sacerdotal de modo que en ella “se incardinaran” esos sacerdotes, es decir, que se ordenaran “al título de la sociedad”. En una palabra, que san Josemaría entendió que esos sacerdotes, para que no fueran su “corona de espinas” tenían que ser “suyos”, bajo sus órdenes, y a través de ellos, vía sacramento, controlar a los miembros en sus conciencias.


A mi modo de ver, aquí empezaron los problemas del Opus Dei, porque esto suponía salir de lo que podía ser una simple asociación de cristianos que siguen un carisma determinado, a la que pueden vincularse libremente sacerdotes y laicos, para entrar en problemas jurídicos de incardinación, títulos de sacerdocio, relación con el resto de los miembros laicos, relación con los obispos y el resto de la jerarquía, etc.


Si a eso unimos la necesidad de configurar la institución como una entidad de ámbito internacional, y no solo diocesana (referida a la diócesis de Madrid), la complicación jurídica se empezó a hacer mayor.


A mi modo de ver, el problema de san Josemaría fue el de querer controlar el fuero interno de los miembros, con una mentalidad que revela que pensaba en una orden religiosa, aunque legislase para laicos. Quiso controlar el fuero interno de los miembros a través de los sacerdotes que se asociaban, pero le salió mal; fueron su “corona de espinas” por la sencilla razón de que no se puede imponer a un sacerdote que confiese de una determinada manera. A los sacerdotes “propios”, quizá sí. Y por ahí fue: La solución para ello fue volcarse en conseguir clero propio. Primero lo hizo consiguiendo la creación de los Institutos Seculares, como vimos en una entrega anterior, y luego a través de la forma jurídica de Prelatura Personal.


Pero al final de todo este tortuoso camino, lo que consiguió fue apartarse del carisma inicial, porque el Opus Dei ha terminado siendo un conjunto de clérigos que forman la prelatura, que atienden sacerdotalmente a unos socios de una asociación llamada Opus Dei, los cuales son cooperadores orgánicos de la prelatura, gobernada por sacerdotes, de modo que los laicos de esa asociación son “longa manus” de los apostolados de dichos sacerdotes mediante esa cooperación orgánica que es consecuencia de un acuerdo, es decir, de un contrato bilateral.


La razón de ser de la prelatura de la Santa Cruz y Opus Dei tampoco queda muy clara en el nuevo derecho, pues si los mismos directores del Opus Dei reconocen que el carisma del Opus Dei es la vida cristiana ordinaria, y los miembros del Opus Dei son exactamente iguales que los demás cristianos y no se diferencian nada de ellos, y si sus ordinarios son los respectivos obispos diocesanos, no se entiende bien cómo encaja ahí el canon 294 en el que se dice que la razón de ser de las prelaturas personales es una conveniente distribución de los presbíteros o “llevar a cabo peculiares obras pastorales o misionales en favor de varias regiones o diversos grupos sociales”.


Efectivamente, los sacerdotes incardinados en la prelatura del Opus Dei tienen por finalidad primera atender a los miembros del Opus Dei. Pero como ya hemos visto, estos solo quedan vinculados a la prelatura en lo que atañe al fin pastoral de la esta, no a su fuero interno ni a la cura de almas, que sigue siendo competencia de los respectivos obispos diocesanos.

Por tanto, la atención pastoral de los sacerdotes de la prelatura no añade nada a la que cada miembro recibe como fiel cristiano de una diócesis, luego no se trata de una “peculiar obra pastoral” en favor de esos miembros. Mucho menos si lo referimos a quienes no pertenecen al Opus Dei.


Entonces… ¿Dónde coño está la razón de ser que justifique la existencia de la prelatura de la Santa Cruz y Opus Dei?

Esta pregunta es, dicha de un modo más suave, la objeción que ponían los obispos españoles cuando se aprobó la transformación del Opus Dei en prelatura personal en 1982, y que hemos recogido más atrás al citar al cardenal Sebastián.

El propio Fernando Ocáriz, en el libro de entrevistas que he citado en una entrega anterior, sostenía que el Opus Dei no tiene una “especialidad”, sino que se refiere al espíritu cristiano global. Si no hay una especialidad pastoral, ¿entonces qué pinta la prelatura del Opus Dei, cuando su razón de ser es la demanda de una “peculiar obra pastoral”?


Después de un interminable periplo jurídico, el Opus Dei ha terminado en una pura contradicción institucional, en la que queda incierta la relación del clero de la prelatura con los laicos, y a partir de ahí, la relación con los obispos, con los demás curas seculares diocesanos, con los laicos de las respectivas diócesis, etc.


Si a lo anterior añadimos la abundante reglamentación desequilibrada que hemos visto más atrás, en la que nadie sabe qué es normativo y qué no lo es. Si añadimos el proselitismo agresivo de multinacional, irrespetuoso con la libertad y la conciencia individual, la imposición de un director espiritual desde la organización, el control minucioso de todo, las entidades empresariales y las fundaciones controladas por la prelatura, aunque jurídicamente no pertenezcan a ella. Si añadimos todas estas cosas, y sobre todo la frialdad, y en bastantes casos, falta de caridad que campa en la institución, el resultado es desolador, y evidentemente tiene una repercusión muy negativa en los miembros, muchos de los cuales terminan tocados del ala.


Dentro de ese “corta y pega” y de esa falta de originalidad de san Josemaría, yo destacaría dos puntos: Uno, la fascinación que ejerció en san Josemaría la abadesa de las Huelgas de Burgos. Dos: Que san Josemaría, al diseñar el Opus Dei, “pensaba” en una orden religiosa, aunque por fuera hablara de laicos.


En cuanto a este segundo punto, me parece de interés, acudir al Reglamento de 1941 en el que el Opus Dei era una Pía Unión. Hay que notar que en ese momento el Opus Dei no tenía ni sacerdotes propios ni tampoco existían supernumerarios ni agregados. Solo había numerarios.


El referido reglamento se acoge al artículo 708 del Código de 1917. Dicho canon está en el capítulo 2 (Cofradías y Pías Uniones) del título XIX (Asociaciones de Fieles en particular) de la Parte Tercera del Código (de los Legos).


Sostengo que san Josemaría pensaba en una orden religiosa, porque el artículo 708 del Código no comprometía en absoluto el carácter secular de una asociación de fieles, y sin embargo, en el referido reglamento, se dice textualmente esto, en el artículo 1 del capítulo 5, destinado a describir el espíritu del Opus Dei como pía unión: “Los socios del Opus Dei no son religiosos, pero tienen un modo de vivir -entregados a Jesús Cristo- que, en lo esencial, no es distinto de la vida religiosa”.


Es decir, que en lo esencial, los miembros del Opus Dei son como los religiosos, o se parecen más a los religiosos que a los laicos, aunque no sean religiosos. Aquí puede verse plasmado un punto que me parece esencial para entender algo de lo que había en la mente del fundador al diseñar el Opus Dei.


Nótese que este artículo 1 del capítulo 5 no es un precepto de naturaleza normativa, aunque esté dentro de un reglamento, sino un artículo que describe una FISONOMÍA ESPIRITUAL, inserto en el capítulo 5, que se titula “Espíritu”. Es decir, que al no ser normativo puro y duro, debe entenderse vigente, a tenor de lo que ya comentamos varios días atrás en cuanto a la disposición final primera de los Estatutos de 1982: “Todo lo que hasta la fecha ha sido concedido, declarado o aprobado por la Santa Sede en favor del Opus Dei, permanece íntegro en la medida en que sea compatible con su régimen jurídico como prelatura”.


Como quiera que en el artículo 1 del capítulo 5 del reglamento de 1941 se dice claramente que los miembros del Opus Dei no son religiosos (aspecto jurídico), no contradice a los estatutos de 1982 que se diga que, “en lo esencial, no es distinto de la vida religiosa” su modo de vivir (aspecto espiritual).

Por eso, no ha de extrañar que mucha gente vea a los numerarios como verdaderos religiosos, pues se parecen más a los religiosos que a los laicos, no solo porque viven en comunidad (como los religiosos) y tienen determinadas oraciones y reuniones en comunidad (como los religiosos), sino porque también tienen regulados hasta los más mínimos detalles de la vida en comunidad, a la que ellos llaman “vida de familia”, pero que no es tal, porque la familia es otra cosa, como todo el mundo sabe (por ejemplo, en una familia no hay director, subdirector y secretario, sino padre, madre e hijos, ni hay tiempo de la tarde o tiempo de la noche, antes llamados silencio menor y silencio mayor, ni se usa el cilicio o las disciplinas, lo cual es propio de religiosos, etc.), y también porque en una familia se va al cine, al teatro o a los toros, mientras los numerarios no van a estos sitios (como los religiosos de antes); asimismo, los directores mayores ejercen periódicamente de visitadores (como los religiosos), etc.


En una palabra, que san Josemaría diseñó una orden religiosa que jurídicamente no lo es. Así le ha ido, con esa empanada mental. También se manifiesta esto en que los numerarios son los miembros sobre los que descansa el gobierno, la formación y la dirección espiritual dentro del Opus Dei, cuando son precisamente los miembros que menos están en el mundo, en una institución que se supone que está en el mundo. Este es también un error fundacional, pues san Josemaría sostenía algo que ya casi nadie sostiene: Que el celibato es superior al matrimonio y que los sacerdotes son docentes y los laicos discentes en cuestiones de moral. En este sentido, antiguamente, en los tiempos de san Josemaría, a los religiosos se les veía como maestros de los laicos, algo análogo al diseño de los numerarios como maestros de los supernumerarios y agregados.


Resulta inconcebible hoy día algo que, en el Opus Dei, se da todos los días: Que en la dirección espiritual, un numerario de sabios consejos a un supernumerario en cuestiones matrimoniales. Esta situación tan anacrónica solo pasa en el Opus Dei porque, como decía el cardenal Sebastián, son antiguos con traje nuevo; pertenecen a un tiempo en el que los religiosos aparecían como unos maestros sabiondos de todo, unos paradigmas, un ideal de sabiduría cristiana para los que están abajo, los laicos.


Y así es como están todavía en el Opus Dei. San Josemaría se presentó a si mismo como el pionero de la santidad de los laicos, pero en realidad fundó una pseudo-orden de religiosos, algunos de ellos curas, que son los “formadores”, la “aristocracia de la inteligencia”, el “corazón del Opus Dei” en donde descansa la sabiduría, como antaño se veía al cura del pueblo o a los religiosos.


Los numerarios del Opus Dei no se ven a sí mismos como religiosos, pero mucha gente desde fuera los ve así. No es de extrañar que Dan Brown los viera así o que ese amigo mío del que hablé días atrás viera a la directora del servicio doméstico de una casa de convivencias como la madre superiora.


Aunque no lo quieran reconocer, san Josemaría copió y pegó bastantes rasgos de la vida del Opus Dei tomándolos de los religiosos, y no es extraño que la gente lo vea así, porque ven a los numerarios como “unos tíos raros” que llevan una vida cuyo mayor parecido es la vida que se lleva en los conventos de religiosos, pero con un aire más moderno y algo pijo. No es extraño que desde fuera se vea a los numerarios como unos monjes urbanos que están en Babia respecto a las cosas que pasan en el mundo. En el foro de estos artículos hay quien ha visto los centros del Opus Dei como unas “guarderías de adultos”. Gente rara, en general, levantados un palmo del suelo, “tratantes y encomendantes” y cosas por el estilo. Un poema.


Como se está haciendo demasiado largo este artículo, lo dejamos para seguir mañana con cinco puntos interesantes: el marquesado de Peralta, la independencia económica de los numerarios, la autodenominada “vida de familia”, el sexo, y las numerarias auxiliares; cinco temas que muestran abiertamente lo zumbado que estaba san Josemaría en cuanto a fundador, sin entender que ese zumbe, repito, suponga maldad moral, en donde no entro a juzgar. Solo me refiero al hecho del zumbe. Los hechos son tercos, están ahí, han sucedido, están a la vista de todos

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