Los coroneles paraguayos, que se habían sacudido el estigma de nación vencida en la guerra con Bolivia, fueron factores de un axioma histórico que había sido enunciado por Montesquieu: “… cuando las legiones pasaron los Alpes y el mar, los hombres de guerra, obligados a permanecer durante muchas campañas en los países que sometían, perdieron poco a poco el espíritu ciudadano; y los generales, disponiendo de los ejércitos y de los reinos, adquirieron el sentimiento de su propia fuerza y no pudieron obedecer más”.El 17 de febrero de 1936, esos coroneles interpretaron el presente de entonces como no lo pudieron hacer los intelectuales ni líderes políticos del Paraguay, y sentenciaron la caída de un partido hegemónico.En aquel tiempo el gobernante partido liberal se enfrentaba a dos desafíos ineludibles: El primero era desmovilizar a un ejército integrado por jefes y soldados victoriosos, parte de un pueblo que como pocas veces se sentía merecedor de un destino mejor.