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La enseñanza de la filosofía nunca ha sido tan urgente como hoy. En un mundo dominado por datos, algoritmos y exigencias laborales que no dejan espacio al sosiego, la filosofía se alza como ese faro necesario para recordarnos que la educación no es solo instrucción, sino el camino hacia la libertad y la autonomía personal.
Nadie escapa al delirio educativo, ni tan siquiera la administración, la normativa, la inspección, los equipos directivos y otros elementos del mundo de la enseñanza. Y podemos comprobarlo haciendo balance haciendo un balance de las publicadas en los últimos cincuenta años, más o menos:
Lo grave, lo que nos impide carcajearnos de la falta de madurez y escasos conocimientos de nuestros ministros, es que estos señores acumulan un poder extraordinario y que, cuando ponen en marcha alguna de estas ideas absurdas, consiguen que sean aprobadas por la mayoría de izquierdas de la que gozan en Parlamento y Senado.
El buen comportamiento es algo exigido a todos los ciudadanos y también a los alumnos y es algo obligatorio, por tanto, no es opcional. Los profesores son autoridad pública y se entiende que lo sean, por numerosas razones que son fácilmente entendibles. Vivimos en una época en que se ha perdido, en parte, el principio de respeto. Y esto se nota en la sociedad y lo reconocen los expertos en estas cuestiones.
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