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Muchas de las personas que lean estas líneas quizá no hayan oido hablar nunca de los «fondos buitres» o no sepan a qué se dedican y por qué se llaman así. Voy a explicar a continuación de una manera muy sencilla y elemental cómo operan y el daño tan grande que hacen, porque es tanto el silencio habitual que suele haber en torno a ellos que bien se les podría aplicar el verso de Dante: «No meditáis en cuánta sangre cuesta».
No sería incoherente pensar al vocablo poesía como antónimo de economía. Todos preferimos, en el fondo, la primera, pero la segunda es inasequible al desaliento; nos hace descender, con frecuencia, de la nube blanca y esponjosa de nuestros ensueños o delirios, y resulta ello tan desagradable como despertarse con brusquedad de un sueño dulce.
La mayoría de la gente cede ante la urgencia de construir una posición lo más rápido posible. Sin embargo, todos obtienen un 50% o más de rendimiento de manera constante.
La creación y control de todas las criptomonedas necesita que haya miles de ordenadores dedicados a realizar continuamente operaciones muy complejas que requieren de mucha electricidad y ser renovados, como media, en unos 18 meses. Los datos que lo demuestran producen escalofrío. Se estima que la huella anual de carbono que genera la producción de Bitcoin (más o menos la mitad del valor de todas las criptomonedas) equivale a la de un país como Chile.
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