| ||||||||||||||||||||||
Los cristianos tenemos en nuestros corazones y espíritus, una buena y gran noticia: el nacimiento del Hijo de Dios, que viene a todos y cada uno de nosotros para que nos hagamos niños como Él. ¿Cabe mayor felicidad que sentirnos como infantes, sencillos y unidos con todos los que nos vamos a ir encontrando? No podemos estar tristes y apesadumbrados.
Cuando se llega a esa edad en la que te consideras perteneciente al “segmento de plata”, descubres la cantidad de posibilidades que tiene este estado de disfrutar de “la alegría de vivir”. Pertenecemos a una generación –por lo menos, este es mi caso- que ha vivido angustiada pendiente del porvenir.
Es la condición humana en esa salsa aventurera dominada por la incertidumbre, inmersa en un nudo de dimensiones inabarcables. Las limitaciones nos convierten en menesterosos, porque nunca conseguimos el total de cuanto hemos deseado. Corremos el riesgo de quedarnos lastrados por el peso de la ingente suma de inconvenientes, siempre acumulando quejas.
|