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Luis Méndez Viñolas
Ha publicado en el Diario Sur, Sol de España, bajo la dirección de Haro Tecglen; Ideal de Granada; Periodistas en español; Nueva Tribuna, El obrero prensa transversal; Margen cero, revista cultural; Rebelión, uno en Diario 16 y uno en la revista del Ministerio de Educación. Así mismo una novela ensayo (El club de los suicidas o el malestar de la conciencia). |
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Las palabras que encabezan el presente escrito habrían tenido interés hace unos años. La realidad actual las ha sobrepasado restándoles trascendencia: el fatalismo se ha hecho ideología. Quizás esta era la finalidad que se perseguía: “no nos molesten con problemas de procedimiento; estamos trabajando. Vds. sigan riendo”.
Si Napoleón hubiera hecho caso a Talleyrand probablemente no habría terminado en Santa Elena. Pero, naturalmente nuestros dirigentes, tanto de dentro como de fuera, no tienen tiempo para leer sobre cosas tan antiguas. Talleyrand, que era un maestro en el arte de la diplomacia, decía que había que tratar a los enemigos como a futuros amigos y a los amigos como a futuros enemigos.
Decía Paul Valéry que “la guerra es una masacre entre gentes que no se conocen para provecho de gentes que si se conocen y no se masacran”. La frase no es excepcionalmente original pero se corresponde con un periodo en el que la controversia tenía mayores vuelos que en la actualidad; no en balde fue un periodo cargado de historia.
Emilio Zola dice: “El destino de los animales es de mayor importancia para mí que el miedo a parecer ridículo, en cuanto está indisolublemente ligado a la suerte de los hombres”. Dos ideas resaltan en esta frase: la del ridículo y la del destino de los hombres.
Hay personas que tienen suerte. A pesar de los tiempos que corren aún tienen certezas. Leemos que una militante pesoista que en su tiempo disfrutó de cargos institucionales, deja el PSOE porque no comparte los criterios con los que el gobierno está desarrollando una determinada ley.
Todas las iglesias son maestras en crear imágenes truculentas, como la de los tres grandes enemigos del alma: Mundo, demonio y carne. Enlazándola con lo de Sodoma y Gomorra (¿se trato de rememorarlas en Japón?) nos permite imaginar cuál puede ser el castigo que recaería tanto sobre culpables como sobre inocentes.
Hablando de una determinada zona comarcal se oían en la radio curiosas expresiones de orgullo local. Curiosas porque esos amores rurales, a veces expresados con pasión, no se utilizan para el resto del país. Decimos país porque el concepto de patria o nación es conflictivo. Para explicar el problema unos alegan que ambos términos han sido huecamente monopolizados por una parte que los utiliza a conveniencia. Para los otros, la cosa se reduce a antiespañolidad.
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