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¿Bienestar o malestar?

Estamos necesitados de esperanza
Francisco Rodríguez
lunes, 4 de diciembre de 2017, 07:42 h (CET)
Hasta hace poco se repetía mucho la expresión: estado de bienestar, como algo conseguido o en vías de conseguirse. Ahora ya no se habla de bienestar, quizás de malestar o de temor. Temor a no encontrar trabajo, temor a perder el que tenemos, miedo al futuro, qué pasará con las pensiones, y tantos otros temores que nos asaltan.

Siguiendo la moda del post, post-modernidad, post-cristianismo, post-verdad, quizás tendríamos que hablar del post-bienestar. Sigue abundando la riqueza, pero mal repartida, sigue nuestro sistema democrático, pero cada vez más desprestigiado, siguen los mismos partidos, diciendo las mismas cosas, pero sin ofrecer ningún proyecto ilusionante. El europeísmo que levantó tantas esperanzas nos parece cada vez más como una superestructura de poder sin alma ni futuro.

Dios ha desaparecido de nuestro horizonte como esperanza de que, más allá de la muerte, nos espera para darnos un mundo nuevo y una tierra nueva donde habita la justicia, donde ya no habrá más llanto ni dolor, sino la contemplación gozosa de Dios mismo.

La lectura de este último párrafo seguramente habrá hecho sonreír a más de uno que me reprochará que quiero mitigar los temores de hoy con la esperanza en un mañana glorioso pero… después de la muerte. Peor sería que tras la muerte solo halláramos el vacío, la nada. Pero de todas formas, ante los problemas y desazones que enfrentamos necesitamos una esperanza, un consuelo que no sea ilusorio.

Estamos en tiempo de adviento, de espera, de esperanza, de que Dios hecho hombre siga estando entre nosotros, siga señalando el camino para conseguir un mundo más justo y más fraterno. Si nos empeñamos en construir un mundo diferente sobre el poder, el odio, o la revancha con ideas ya fracasadas, cada vez nos alejaremos más de la paz que necesitamos.

Dios permanece siempre fiel y atento a nuestros problemas, pero respeta nuestra libertad, con la que podemos equivocarnos y hacer el mal y hasta llegar a echarle la culpa a Dios de nuestras desgracias o tomar pie de ellas para negar que exista o que nos ame.

¿Qué podemos hacer? Necesitamos confiar en Dios con paciencia y esperanza, elegir el camino que Jesús nos indicó de amar al prójimo, amigo o enemigo, hasta llegar incluso a dar la vida por los demás. Elegir el camino de hacerlo todo y soportarlo todo por amor, exige constancia en la escucha de los demás. Nuestros prójimos, nuestros próximos, necesitan ser escuchados y amados antes que culpados y regañados.

Hay que apostar porque venga el reino de Dios, como decimos al rezar el Padrenuestro, y hay que oponerse a las fuerzas del mal que lo combaten desde el poder político, financiero, corrupto o terrorista y desde el poder de la propaganda con su capacidad de influir, de contagiar, de crear opinión, de confundir. Naturalmente que oponerse a estos dos poderes no sale gratis y habrá que sufrir la marginación, el silencio y hasta la persecución.

Aunque es lamentable que muchos bautizados hayan dejado de sentirse cristianos no hay que darlos por perdidos. Su filiación de hijos de Dios en Jesús puede revitalizarse en cualquier momento. A ellos va mi llamada fraternal.

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