Siglo XXI. Diario digital independiente, plural y abierto. Noticias y opinión
Viajes y Lugares Tienda Siglo XXI Grupo Siglo XXI
21º ANIVERSARIO
Fundado en noviembre de 2003
Opinión
Etiquetas | Democracia | Social
¿La democracia es meter una papeleta en una urna o es algo más? ¿Un acto tan simple puede ser algo tan importante como la democracia?

La democracia

|

En su primera acepción, la RAE define este sustantivo como “forma de gobierno en la que el poder político es ejercido por los ciudadanos”. En la tercera acepción, se agrega que “la soberanía reside en el pueblo, que ejerce el poder directamente o mediante sus representantes”. Entender la democracia como el producto de unas elecciones que se celebran cada cuatro años es limitar este amplio concepto.

La democracia ha de ser también la gestión de los recursos públicos por los ciudadanos. Es decir, la democracia es la intención de implicarse en los asuntos de la polis —públicos—. La persona que sostenga que le resulta tedioso implicarse en estos asuntos, y que prefiere votar y desentenderse de su papeleta, en un intento de anestesiar su conciencia, ha de comprender que los recursos públicos que entrega a unos desconocidos son suyos. Ante unos recursos propios, la mayor parte de las personas recelamos de que lo administren otros que no seamos nosotros. Así pues, la coordinación e intervención ciudadana en los asuntos políticos —entendiéndolo a nivel municipal, autonómico, estatal y supranacional— es un reclamo para engrosar las definiciones de democracia.

Otro error es separar los derechos políticos de los derechos económicos. La democracia no es la igualdad de voto entre un español residente en La Moraleja que humilde y laboriosamente ha recaudado un millón de euros con su trabajo y un mendigo que suplica unas monedas en la puerta de una iglesia. El concepto por el cual ambos sean advertidos como iguales es erróneo y falaz. En democracia no se puede permitir que los ciudadanos se vean privados de sus derechos más elementales. De esta forma, aparece el derecho a vivir; no a sobrevivir.

Nuestra civilización se ha caracterizado por abandonar la flameante censura de la Inquisición, e internarnos en la libertad de expresión. La libertad de proferir estupideces que me conviertan en estúpido o escribir genialidades que me conviertan en genio ha de ser blindada por la democracia. Nuestro sistema no puede castrar lo que albergan las personas en sus entrañas.

La democracia es un fin para conseguir la plenitud que una sociedad puede propinar al individuo. En este sentido, la democracia significa que el común de las gentes de nuestro país tenga derecho a disponer de las riquezas de nuestra nación. Lo contrario son situaciones de monopolio e injusticia social. Y lo contrario a la democracia es… ¿autocracia?

En una España en la que todavía perviven los sectores agrarios, ganaderos, pesqueros y artesanos, aunque estamos permitiendo que se desangren, bulle la necesidad de protegerlos. Esta protección no se trata de una subvención; sino de articular las condiciones objetivas para que estos sectores se puedan desarrollar con dignidad.

Quizás, existan entre los lectores algunos que hayan juzgado esta opinión como osada o revolucionaria. Al contrario: este artículo es tan conservador y tan poco innovador que solamente pretende hacer brillar una norma que se menciona mucho y que, sin embargo, pocos han leído. Además, ésta es la ley principal de nuestro ordenamiento jurídico: la Constitución Española. Los artículos en los que he basado mi argumentario son los 9.2, el 20, los que contienen el Capítulo III del Título I —artículos 39 al 52—, el 128 y el 130.

Tal vez, va a ser verdad esa idea de que obedecer esa ley que se pretende enarbolar y que permanece ignorada es el acto más revolucionario que podemos hacer.

La democracia

¿La democracia es meter una papeleta en una urna o es algo más? ¿Un acto tan simple puede ser algo tan importante como la democracia?
Marcos Carrascal Castillo
domingo, 26 de noviembre de 2017, 11:40 h (CET)
En su primera acepción, la RAE define este sustantivo como “forma de gobierno en la que el poder político es ejercido por los ciudadanos”. En la tercera acepción, se agrega que “la soberanía reside en el pueblo, que ejerce el poder directamente o mediante sus representantes”. Entender la democracia como el producto de unas elecciones que se celebran cada cuatro años es limitar este amplio concepto.

La democracia ha de ser también la gestión de los recursos públicos por los ciudadanos. Es decir, la democracia es la intención de implicarse en los asuntos de la polis —públicos—. La persona que sostenga que le resulta tedioso implicarse en estos asuntos, y que prefiere votar y desentenderse de su papeleta, en un intento de anestesiar su conciencia, ha de comprender que los recursos públicos que entrega a unos desconocidos son suyos. Ante unos recursos propios, la mayor parte de las personas recelamos de que lo administren otros que no seamos nosotros. Así pues, la coordinación e intervención ciudadana en los asuntos políticos —entendiéndolo a nivel municipal, autonómico, estatal y supranacional— es un reclamo para engrosar las definiciones de democracia.

Otro error es separar los derechos políticos de los derechos económicos. La democracia no es la igualdad de voto entre un español residente en La Moraleja que humilde y laboriosamente ha recaudado un millón de euros con su trabajo y un mendigo que suplica unas monedas en la puerta de una iglesia. El concepto por el cual ambos sean advertidos como iguales es erróneo y falaz. En democracia no se puede permitir que los ciudadanos se vean privados de sus derechos más elementales. De esta forma, aparece el derecho a vivir; no a sobrevivir.

Nuestra civilización se ha caracterizado por abandonar la flameante censura de la Inquisición, e internarnos en la libertad de expresión. La libertad de proferir estupideces que me conviertan en estúpido o escribir genialidades que me conviertan en genio ha de ser blindada por la democracia. Nuestro sistema no puede castrar lo que albergan las personas en sus entrañas.

La democracia es un fin para conseguir la plenitud que una sociedad puede propinar al individuo. En este sentido, la democracia significa que el común de las gentes de nuestro país tenga derecho a disponer de las riquezas de nuestra nación. Lo contrario son situaciones de monopolio e injusticia social. Y lo contrario a la democracia es… ¿autocracia?

En una España en la que todavía perviven los sectores agrarios, ganaderos, pesqueros y artesanos, aunque estamos permitiendo que se desangren, bulle la necesidad de protegerlos. Esta protección no se trata de una subvención; sino de articular las condiciones objetivas para que estos sectores se puedan desarrollar con dignidad.

Quizás, existan entre los lectores algunos que hayan juzgado esta opinión como osada o revolucionaria. Al contrario: este artículo es tan conservador y tan poco innovador que solamente pretende hacer brillar una norma que se menciona mucho y que, sin embargo, pocos han leído. Además, ésta es la ley principal de nuestro ordenamiento jurídico: la Constitución Española. Los artículos en los que he basado mi argumentario son los 9.2, el 20, los que contienen el Capítulo III del Título I —artículos 39 al 52—, el 128 y el 130.

Tal vez, va a ser verdad esa idea de que obedecer esa ley que se pretende enarbolar y que permanece ignorada es el acto más revolucionario que podemos hacer.

Noticias relacionadas

EH Bildu estaría integrada por militantes de Aralar, Alternativa, EA e Independientes, todos ellos fagocitados por la estrella-alfa Sortu, cuyo ideólogo sería el actual candidato a Lehendakari, Pello Otxandiano, quien decidió revisar la anterior estrategia de Bildu e incorporar a su bagaje político la llamada inteligencia maquiavélica.

El pasado martes mientras limpiaba uno de los patios de colegio que me toca dos veces a la semana, una niña intentaba proteger a una abeja que no podía volar cogiéndola con una hoja y la apartó para que nadie la pisara estando pendiente para ver si se podía recuperar a lo que se sumaron una compañera y un compañero. Gestos que demuestran más empatía que muchos adultos.

En la colosal vorágine de los tiempos modernos, nos encontramos enredados en un tejido de deseos y ansias desbocadas. Nos hemos convertido en una sociedad dominada por la avaricia, un apetito voraz que desemboca en la insaciabilidad. La hambruna crónica de la insatisfacción. Más y más por el mero más y más. Lejos queda la capacidad personal y colectiva de detenernos a pensar quiénes somos y echar la vista atrás para recapitular de dónde venimos.

 
Quiénes somos  |   Sobre nosotros  |   Contacto  |   Aviso legal  |   Suscríbete a nuestra RSS Síguenos en Linkedin Síguenos en Facebook Síguenos en Twitter   |  
© Diario Siglo XXI. Periódico digital independiente, plural y abierto | Director: Guillermo Peris Peris
© Diario Siglo XXI. Periódico digital independiente, plural y abierto