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La violencia más escondida

Octavi Pereña i Cortina
Octavi Pereña
miércoles, 24 de agosto de 2005, 22:26 h (CET)
"La sociedad está enferma", ha dicho Miguel Lorente. La violencia más escondida de la que trataremos hoy es uno de los muchos síntomas que ponen al descubierto la infección que trabaja en las profundidades del alma y que garantizan que "la sociedad está enferma".

Un estudio encargado por la Conselleria de Justicia de la Generalitat de Catalunya descubre que las denuncias presentadas por los padres contra sus hijos en Catalunya alcanzaron el pasado 2004 la cifra de 178. Este resultado ya no sobresalta. Una investigación que hizo Javier Elzo en el año 2001 afirma que un 2,6% de jóvenes de Catalunya entre 12 a 18 años había "amenazado o agredido a su padre o madre" Este comportamiento violento adolescente se le conoce como "la violencia más escondida". Los expertos en comportamiento humano se reunirán para discutir el problema. Analizarán las consecuencias y propondrán soluciones, pero se olvidarán, como de costumbre, analizar su origen.

La violencia que comentamos se origina en el alma y es de carácter espiritual. Se debe a la desobediencia a la autoridad. ¿Qué autoridad? Dios es la autoridad suprema a quien se le debe obediencia incondicional. Son muchos quienes conocen la existencia de los "Diez Mandamientos" gracias al film del mismo nombre que se acostumbra a reponer por televisión durante ciertas festividades religiosas de arraigo popular. Gracias a la película muchos saben que los "Diez Mandamientos" estaban escritos en una tablilla de piedra dividida en dos partes. La primera sección estaba dedicada a Dios y comienza con esta expresión autoritaria: "Yo soy el Señor tu Dios". Esta declaración es muy significativa porque pone a Dios en el lugar que le corresponde. La segunda parte, que tiene que ver con las relaciones humanas, empieza también con una orden: "Honra a tu padre y a tu madre".

La manera como Dios escribe la tabla y se la entrega a Moisés, es muy significativa. Indica que la obediencia suprema, el hombre debe rendirla a Dios. Pero el ser humano no es un individuo, es un conjunto de personas que forman una sociedad. En este ámbito, el social, el principio de la autoridad se encuentra en los padres que deben estar dispuestos a obedecer a Dios para estar en disposición de educar a sus hijos en el camino de la vida.

La obediencia a los progenitores es el primer peldaño de la pirámide autoritaria cuyo vértice es la autoridad civil suprema, llámese rey o presidente. El resultado de haberse quebrantado la relación vertical con Dios es el deterioro de las relaciones horizontales, es decir, las sociales. El hogar es donde en primer lugar se detectan las consecuencias de haber abandonado a Dios.

Si Dios no ocupa el primer lugar en el hombre, el problema de la violencia, en este caso la doméstica, no tiene solución. A partir de aquí entra en juego la legislación: " Si alguno tiene un hijo contumaz y rebelde, que no obedece a la voz de su padre ni a la voz de su madre, y habiéndole castigado no los obedece, entonces lo tomarán su padre y su madre, y lo sacarán ante los ancianos de su ciudad, y a la puerta del lugar donde viva" (Deuteronomio,21:18,19). Cuando persista la rebeldía, a pesar de las reprensiones paternas, entra en acción la ley que regula el castigo que debe imponerse al hijo contumaz. Esta era la función de los ancianos que se reunían en la puerta de la ciudad, ejercer de jueces.

La gravedad de la rebeldía juvenil radica en el hecho de que los padres, responsables directos de la educación de sus hijos, han abandonado sus obligaciones. La prole se cría sin control, como caballos desbocados. Los primeros afectados lo son los progenitores que deben soportar el salvajismo de sus descendientes. Pero el problema no termina en el hogar. Ante las denuncias intervienen los jueces que envían a la cárcel a los hijos díscolos autores de delitos. La bola se agranda. Es necesario construir nuevas prisiones que nadie quiere cerca de su casa. Un desastre colectivo porque los padres no tienen en cuenta la declaración: "Yo soy el Señor tu Dios".

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En el imaginario colectivo, la violencia es algo que sucede “fuera”, en las calles, en las noticias, en las guerras, en los crímenes. Nos han enseñado a identificarla en lo visible, en el golpe, en el grito, en la amenaza. Pero hay otras formas de violencia que no se oyen ni se ven, y que por eso mismo son más difíciles de reconocer y mucho más dañinas.

Entre las múltiples experiencias que he vivido a lo largo de mi vida destacan las tres semanas que permanecí embarcado, allá por los ochenta, en el Ramiro Pérez, un barco mercante en el que realicé el viaje Sevilla-Barcelona-Tenerife-Sevilla enrolado como un tripulante más.

Una rotonda es el espejo de una sociedad. Cuando quieras saber cómo es un país, fíjate en cómo se aborda una rotonda, cómo se incorpora la gente y cómo se permite –o no– hacerlo a los demás. Ahí aparece la noción de ceda el paso, esa concesión al dinamismo de la existencia en comunidad, la necesidad de que todo esté en movimiento, de que fluya la comunicación y que todo el mundo quede incorporado a la rueda de la vida.

 
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