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Integración y multiculturalismo (I)

Ezequiel Estebo
Redacción
sábado, 13 de agosto de 2005, 22:04 h (CET)
Es un hecho que las razas a lo largo de la historia han sido disculpa fácil para toda clase de discriminaciones y tratos vejatorios. Incluso genocidios brutales en nombre de falsas superioridades. Por este motivo, en un mundo donde ahora más que nunca las distintas razas y culturas se entremezclan como consecuencia de una globalización iniciada en el mundo empresarial, no es ninguna tontería preguntarse si caminamos hacia la integración global de las culturas o hacia un enfrentamiento abierto entre culturas que derive en una gran guerra campal.

En 1989, Francis Fukuyama afirmó en su obra "El Fin de la Historia y El Último Hombre" que el fin del comunismo marcaba el final de la historia de la política, donde las grandes batallas ideológicas se habrían terminado. Yo siempre había creído que se equivocaba. Y hoy en día él mismo en su obra "El Fin del Hombre" se ha visto obligado a revisar su teoría. Si las grandes luchas políticas pudieron terminar con la caída del Muro. Tal como demostró el 11 de Septiembre, el mundo no concluyó su historia. A principios de este año, Fukuyama vino a hablar a España para la FAES. Afirmó que el radicalismo islámico se terminaría por sí solo. Yo, personalmente, creo que Francis Fukuyama no aprendió la lección porque desde luego el Muro de Berlín no cayó por sí solo.

Los radicalismos, sean del tipo que sean, no desaparecen por sí solos sino a base de una constante manifestación de voluntad de integración y tolerancia; y si es que lo hicieran es tan indefinido el plazo que las personas no podemos confiar en esta posibilidad para construir nuestras sociedades. Por otra parte, aunque esto fuera así, tengo la convicción de que las personas no debemos permanecer ajenas al devenir del mundo y debemos tomar parte activa en su construcción social. En un mundo que parece tender a la globalización es muy importante la integración de las distintas culturas. En este sentido en 1948, la Organización de las Naciones Unidas lo dejó muy claro en la Declaración Universal de los Derechos Humanos: " Todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos y, dotados como están de razón y conciencia, deben comportarse fraternalmente los unos con los otros." (Artículo 1, de la Declaración Universal de los Derechos Humanos).
En cambio, llevar a la práctica este principio no es tan fácil. La integración de las minorías supone precisamente la eliminación de la radicalidad. Porque desde la radicalidad no es un posible una convivencia pacífica ni desarrollar de modo alguno una "Cultura de Paz" tal como propone la ONU.

Una integración por imposición de la cultura mayoritaria, no es integración (podría acaso llamarse una absorción) pues supone de hecho la eliminación de la singularidad de la minoría; del mismo modo la integración por la aceptación total de las nuevas costumbres importadas por la minoría recién llegada puede suponer la eliminación de parte de la cultura imperante hasta ese momento. ¿Cómo resolver este problema?

Cuando un grupo minoritario surge en una sociedad debido a procesos migratorios, ideológicos, políticos, religiosos, etc. surge un conflicto social. Dicho conflicto nace en la reivindicación de la singularidad de dicho grupo y en la necesidad de entendimiento entre el grupo mayoritario y el grupo minoritario. Aparece entonces la necesidad de alcanzar un consenso. Si dicho proceso no se hace de modo controlado y con voluntad de entendimiento entre ambas partes puede derivar bien en la supresión del grupo minoritario (en lo que podría ser una tiranía del grupo mayoritario) o bien en la imposición de las costumbres del grupo minoritario sobre el mayoritario en lo que lejos de la politeya aristotélica podría ser una oligarquía. Oligarquía que se produciría por la inacción del grupo mayoritario en pro de una mal entendida tolerancia y favorecida por una forma de democracia donde el sistema de pactos para formar gobierno da con frecuencia una capacidad de decisión a las minorías que por su porcentaje de población de otro modo no tendrían. O bien, cuando no hay acuerdo alguno y ante temas graves, en la fractura social e incluso la guerra y el conflicto armado.

De hecho, tal como yo la entiendo, la tolerancia sólo se ejerce de verdad cuando se está convencido de las propias convicciones. Porque sin ideales ni convicciones, la tan manida tolerancia es sólo una palabra hueca y la democracia una dictadura: La dictadura del nihilismo. Una dictadura en la que unos pocos con fuertes convicciones y muy conscientes del poder que una persona con capacidad de decisión y determinación puede llegar a desarrollar en un mundo apaciguado, mandan y disponen. Y disponen para los demás de cada vez mayores dosis de apaciguamiento, para cada vez mandar más.

En este sentido, las distintas civilizaciones pueden llegar a integrarse de forma completa, ya que tal como demostró Durkheim, la especialización del trabajo social produce cohesión entre los distintos elementos sociales. Dado que parece bastante evidente que no exista una mejor o peor capacitación para los desempeños de las labores sociales en función de la etnia es más que plausible pensar que cualquier individuo con independencia de su origen podrá obtener una completa socialización.

Incluso, en un nuevo enfoque del problema, podemos quizás considerar que las minorías surgen en una nueva manifestación de la dualidad conflicto-consenso como respuesta a una necesidad que nace de la evolución de la sociedad. Así, si bien es cierto que la emigración se debe de forma importante a la falta de posibilidades que ofrece el país de origen, no es menos cierto que se puede consentir o incluso favorecer, más o menos, en los países de destino en función de la necesidad que exista de cubrir puestos en la sociedad que están vacantes. Por este proceso toda minoría puede integrarse en una mayoría al ser la especialización del trabajo, como decía Durkheim, un fuerte nexo de unión social. En cambio, esta vía de integración presenta el fuerte riesgo de creación de guetos de marginalidad si la educación de las nuevas generaciones no incluye una educación en derechos humanos y fomenta o simplemente permite, no sea más que por desidia, que se contemple a esta minoría como un ente social único que debe de ser soportado: Un coste que hay que pagar para seguir manteniendo el actual nivel de vida.

Siempre he creído que la más importante de las políticas sociales es garantizar la igualdad para todas las personas del derecho al trabajo. No la única, desde luego; ni ésta ha de excluir a otras, pero creo que en la medida en que una persona vea garantizado su derecho al trabajo, verá también garantizado su derecho al desarrollo personal y será más fácil su integración en el medio. Una persona sin trabajo, y que se vea imposibilitado de conseguir uno, es una persona que fácilmente puede romper con la sociedad creando su propio gueto.

Pero hoy por hoy, estas consideraciones son insuficientes. Hechos como los del 11-S, el 11-M y los atentados de Londres ponen de manifiesto que algo falla en una sociedad que aspira a la multiculturalidad cuando personas que aparentemente lo tienen todo, se dedican a destruir vidas. ¿Qué es esto que está fallando?

Me van a permitir que por hoy lo deje aquí. Hasta la semana que viene.

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