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El personaje de Makinavaja “made in La Rambla” partiendo la pana es un capítulo de nuestra cultura patria. Esa cultura patria popular que se respira desde el barrio de Carabanchel hasta el Polígono Sur de Sevilla. Llegado el nuevo siglo parecía que las tribus de góticos y emos tomarían el testigo de la pseudo-criminalidad urbana invocando entidades extraplanares y celebrando oscuros ritos en honor a Shub-Niggurath. Ciertamente, ninguna de estas hipótesis se ha cumplido en la práctica. De la misma forma, que nadie viaja en los coches gravitatorios de Regreso al Futuro.
Realmente, el nuevo cincuentón -soltero o divorciado- con infulas de macho español es el nuevo perfil del malote callejero. La alopecia prominente o el abandono de la virilidad presentan una imagen mítica de estos caballeros entrados en la senda del olvido. Ese olvido que sólo las películas de videoclub y la manta invernal pueden aportar. Aún así, esta senectud legendaria se resiste a ser desterrada a las páginas de la Historia y se rebela como cual quinceañero recién salido del instituto. Todavía, oh tú honorable cincuentón puedes liarte a ostias porque alguien te manchó la chaqueta, te miró por encima del hombro o cuestionó la propiedad que como hombre mantienes sobre tu chica (aunque sólo haga cinco minutos que la has conocido).
Esto que puede parecer una auténtica broma es la pura realidad. El arribafirmante tuvo ayer el placer de asistir a una pelea ilegal de gallos en el centro de una conocida ciudad. Desafortunadamente, los contrincantes no disponían del espacio adecuado -un ring, un coliseo romano o una simple calle con trozos de botellas rotas- para dar rienda a un duelo personal. Esta vieja costumbre decimonónica mantenida míticamente en Europa incluso después de la Segunda Guerra Mundial, vuelve a estar de moda en España entre los herederos de la movida madrileña. Cincuentagenarios y sexagenarios-dispuestos a darlo todo por mantener intacto su vaso de vermuth y a su argéntea compañera. Porque todavía les cuelgan sus dos galones heteropatriarcales.
El movimiento estudiantil que se opone al actual ataque de Israel contra Gaza se ha extendido como un reguero de pólvora estas semanas. Los estudiantes exigen, entre otras cosas, que las universidades dejen de invertir en empresas que se benefician de la guerra en Gaza y de la ocupación israelí de los territorios palestinos, y que establezcan programas de estudio específicos sobre Palestina.
En “La isla de los pingüinos” Anatole France (Premio Nobel, 1921) aborda con ironía el asunto del formalismo. Después de que el personaje inicial, Mael, por su vejez y casi ceguera, bautice a unos pingüinos creyendo que son hombres, se abre en el cielo una diatriba para establecer si ese bautismo es válido. No se puede ir contra las formas. El problema se resuelve finalmente aceptando la propuesta de que los pingüinos se transformen en humanos (unos pingüinos bautizados terminarían en las llamas eternas, en cuanto no cumplirían con la ley de Dios).
Últimamente, la cuestión de una hipotética fusión bancaria entre el BBVA y el Banco Sabadell, ocupa las portadas de noticias de televisiones y radios y también de los periódicos en España. Es lógico que suceda, porque supone una vuelta de tuerca más, en un intento de intensificar la concentración bancaria en nuestro país.
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