Ayer en Tordesillas, hoy en Algemesí y mañana... Mañana en España. Para qué vamos a ponerle un nombre al lugar, qué sentido tiene hacerlo cuando en cualquier rincón de este País donde el crimen es arte, la tradición justifica la tortura y la justicia mata a través de sus excepciones, la sangre de los inocentes baña una tierra que mide el orgullo y la herocidad en acerados centímetros de crueldad.
Callaron los políticos ante el toro Volante, detenido para siempre con agudos frenos hundidos en su costado. Y lo harán ahora ante las docenas de becerritos que, con la boca abierta, la mirada aterrorizada, las patas dobladas y el cuerpecito grotescamente retorcido, sucumbirán después de cinco, diez, veinte estocadas de unos mozos borrachos, a los que les parece muy cómico que, embotada su puntería por el alcohol, lo mismo traspasen al animalillo por el lomo, que por una pata o por el centro del ojo. Al fin, no hay hemorragia que no mate, sólo hace falta tiempo y estos chavales lo tienen de sobra. Están de Fiesta.
Tordesillas entrega el testigo del sadismo y de la ignorancia a Algemesí. Y la sociedad, desde las gradas del aplauso o del silencio, pensará que la libertad es eso: que al que le guste vaya y al que no que no lo haga. La víctima, esa que sufre y muere, no forma parte de su ecuación ética. Los niños que serán testigo de todo, tampoco.