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Las becerradas de Algemesí

La tortura continúa
Julio Ortega Fraile
jueves, 20 de septiembre de 2012, 07:26 h (CET)
Ayer en Tordesillas, hoy en Algemesí y mañana... Mañana en España. Para qué vamos a ponerle un nombre al lugar, qué sentido tiene hacerlo cuando en cualquier rincón de este País donde el crimen es arte, la tradición justifica la tortura y la justicia mata a través de sus excepciones, la sangre de los inocentes baña una tierra que mide el orgullo y la herocidad en acerados centímetros de crueldad.

Callaron los políticos ante el toro Volante, detenido para siempre con agudos frenos hundidos en su costado. Y lo harán ahora ante las docenas de becerritos que, con la boca abierta, la mirada aterrorizada, las patas dobladas y el cuerpecito grotescamente retorcido, sucumbirán después de cinco, diez, veinte estocadas de unos mozos borrachos, a los que les parece muy cómico que, embotada su puntería por el alcohol, lo mismo traspasen al animalillo por el lomo, que por una pata o por el centro del ojo. Al fin, no hay hemorragia que no mate, sólo hace falta tiempo y estos chavales lo tienen de sobra. Están de Fiesta.

Tordesillas entrega el testigo del sadismo y de la ignorancia a Algemesí. Y la sociedad, desde las gradas del aplauso o del silencio, pensará que la libertad es eso: que al que le guste vaya y al que no que no lo haga. La víctima, esa que sufre y muere, no forma parte de su ecuación ética. Los niños que serán testigo de todo, tampoco.

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Suecia ha sido históricamente un ejemplo de bienestar social con una red de protección estatal admirada globalmente. Esta solidez ha contribuido a niveles de vida envidiables, y a una confianza ciudadana notable en sus instituciones. Sin embargo, en los últimos años, esta misma estructura ha empezado a mostrar fisuras.

Vivimos un tiempo en el que la inteligencia artificial (IA) avanza a un ritmo vertiginoso. Cada nueva versión sorprende por su capacidad de procesar datos, imitar el lenguaje e incluso acercarse a formas de expresión que parecían, hasta hace poco, exclusivamente humanas. Sin embargo, la cuestión de fondo no es tanto preguntarnos hasta dónde llegará la IA, sino dónde quedamos nosotros como seres humanos.

La mente guarda algunos recuerdos como si fueran heridas sin cicatrizar. A veces vuelven, una y otra vez, con la fuerza de lo que creemos no haber resuelto: la culpa, el dolor, los reproches. Y sentimos que seguimos viviendo ese momento, y nos quedamos anclados en un pasado que ya no existe. Pero un recuerdo no es más que eso: un pensamiento que aparece en la mente. No es realidad, porque no está ocurriendo aquí y ahora.

 
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