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El golpe a Lugo de Monsanto y Rio Tinto Alcan

Quienes festejaban las inversiones extranjeras y hacían negocios con empresas fantasmas hoy acusan de golpistas a las multinacionales
Luis Agüero Wagner
miércoles, 29 de agosto de 2012, 07:09 h (CET)
Dijo Bonaparte que nada hay más imperioso que la debilidad cuando se siente apoyada por la fuerza, y la máxima fue aplicada por el malogrado gobierno de Fernando Lugo mientras duró.  Claudicar ante la fuerza y avasallar a los débiles fue su norma invariable, pero hoy un deshilachado libreto para lo ocasión intenta tergiversar los hechos.

Se ha difundido que hace días, el gobierno paraguayo encabezado por el presidente  Federico Franco, a quien el pueblo democrático paraguayo no reconoce como presidente, firmó un decreto que habilita la liberación de semillas transgénicas para su entrada y siembra dentro del territorio paraguayo. Según los seguidores de Fernando Lugo, destituido por mal desempeño de sus funciones, “Con este hecho se percibe claramente las razones del golpe de Estado Parlamentario, perpetrado el 22 de junio pasado, contra el Gobierno de Fernando Lugo, quien durante su gestión ha tenido políticas ambientales que había cuestionado y congelado la habilitación de semillas transgénicas, por su peligrosidad para la salud y para el ambiente”.

Según la versión que intentan instalar los seguidores de Lugo, “Con este hecho, a solo dos meses de haber asumido el Gobierno, los golpistas han terminado de concretar la violación de la Soberanía Nacional, Energética, territorial y alimentaria; desde una plataforma político-jurídica que favorece a las corporaciones multinacionales como Monsanto, Rio Tinto Alcan para su apropiación de los recursos naturales del país”.

Sin embargo, las tierras donde las fuerzas públicas al mando de Lugo masacraron a los campesinos no tenía nada que ver con Monsanto, sino más bien con un connotado personero de la dictadura, el empresario estronista Blas N. Riquelme. Hasta allí Lugo envió a las fuerzas públicas para defender la posesión irregular e inicua de ese latifundio,  olvidando sus promesas de reforma agraria.

Y con respecto a Rio Tinto, cuando esta empresa anunció que invertiría en Paraguay, la mayoría de los funcionarios del gobierno y  seguidores de Lugo realizaron grandes festejos y uno de los principales comunicadores vinculados al luguismo, Leo Rubin, bailaba en una pata de contento desde su espacio radial.

Personajes muy respetados en el ámbito de la izquierda internacional como James Petras, no dudaron en afirmar que la destitución de Lugo fue producto de sus propias debilidades, y recordó que había sellado pactos con Uribe y Estados Unidos.  No era extraño, dado que la mayoría de los “movimientos sociales” que respondían a Lugo eran en realidad conglomerados de personeros de ONG financiadas por USAID.

Un connotado líder campesino afirmó que Lugo fue “un cobarde. Nunca se animó a defender los bienes del Estado públicamente, por más que tuvo los documentos en sus manos”.

Organizaciones defensoras de los Derechos Humanos también reprocharon a Fernando Lugo el haber abandonado a su suerte a los campesinos perseguidos por la derecha paraguaya, y a las presas políticas por las cuales no movieron un dedo estando en el poder.

Sus ex aliados políticos integrados en el EPP, lo acusan de haber promovido acuerdos con Colombia y Estados Unidos, y de haber ejecutado extrajudicialmente a varios miembros de esa organización.

El clímax de la obra sucedió en Curuguaty, una semana antes de ser Lugo desalojado del poder. Cuando debido a una negligencia descomunal, las fuerzas publicas que mandaba Lugo se enfrentaron a tiros a los campesinos organizados que se declaraban adictos al gobierno de Lugo, con el saldo de una veintena de muertos, lo mejor que se le ocurrió al cura papá fue nombrar ministro del Interior a Rubén Candia Amarilla.

El mismo Lugo y sus seguidores habían acusado a Candia de haber promovido la represión a dirigentes campesinos y movimientos populares, de haber sido bendecido en el 2005 por el embajador yanqui John F. keen, y de haber aumentado el control de USAID sobre el Ministerio Público paraguayo. Sin embargo, Fernando Lugo lo nombró ministro y los luguistas que lo defienden e invocan a Monsanto y Rio Tinto Alcan como imaginarios responsables de un golpe gestado en sus propias debilidades,  se olvidan de dar alguna explicación al respecto.

Uno de los últimos actos de gobierno de Lugo fue visitar la embajada norteamericana, para solicitar clemencia al embajador James H. Thessin. ¿Acaso fue a prometer mayor represión y un giro aún más abrupto a la derecha de lo que ya se había operado con su administración?

Es muy probable, sobre todo si se atiende la sentencia de Paul Válery, quien decía que la violencia es siempre un acto de debilidad y generalmente la operan quienes se sienten perdidos.

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