Israel se define como la única democracia que se ha mantenido en el Medio Oriente en las ultimas 6 décadas, por lo cual parecería que, por ello, debería simpatizar con la ola de levantamientos pro-democracia que se ha venido daño en el mundo árabe que le rodea. No obstante, en el Estado hebreo los sentimientos son más contradictorios.
El eje de la diplomacia israelí en su región se basa en los acuerdos de Camp David 1977 establecidos con Egipto, según los cuales la dictadura egipcia reconocía como Estado y, bajo el común paraguas de EEUU, se disponía a coordinar acciones conjuntas.
Hoy la víctima más importante de la primavera árabe es la añeja autocracia egipcia, en tanto que las primeras elecciones presidenciales directas de la historia de la más poblada nación del medio oriente han dado como ganador a la Hermandad Musulmana, el partido madre del Hamas palestino, el mismo que ha tenido un discurso históricamente hostil al sionismo. Ciertamente que, por el momento, Morsi no h cuestionado los acuerdos con Israel y se ha comprometido a mantener viejos tratos diplomáticos, pero ello puede cambiar.
La caída de Mubarak, a su vez, ha dado pie a que el Sinaí, que antes estaba férreamente controlado por la dictadura miliar egipcia, se torne un terreno fértil para grupos armados, muchos de los cuales envían armas a los palestinos o directamente atacan a Israel.
Movimientos guerreristas anti-israelíes han ido creciendo en las guerra de Libia, Yemen, Iraq y Siria. En Libia y Túnez han caído antiguos regímenes nacionalistas que no apuntalaban directamente al alzamiento palestino, para beneficio de musulmanes integristas.
Las elecciones palestinos dieron la victoria al Hamas y la democracia libanesa favoreció a Hizbola, ambos los principales enemigos armados de Israel. El mayor movimiento pro-democracia en la península arábiga es el de Bahréin, el cual es apuntalado por Irán, archi-enemigo de Israel, y amenaza con desestabilizar a las totalitarias monarquías del golfo Pérsico, que son un baluarte del orden pro-EEUU y anti-Irán en la región.
Israel hubiese preferido mantener a los Assad en el poder pues estos antes reprimieron a los palestinos en Líbano, podían ofrecer estabilidad en su frontera norte y un canal de negociación que pudiese atemperar a Hamas y Hizbola, y podían considerarlo un ‘mal menor’ en relación a un futuro gobierno de mayoría sunita que pudiese adoptar una actitud más dura ante Israel y en pro del retorno del Golán a Siria.
Sin embargo, ahora Israel se ve presionado por las potencias occidentales a preferir un recambio en Siria aunque teme que Hizbola ya se haya logrado apoderar de misiles de largo alcance y precisión y con cabezas bioquímicas capaces de matar miles de sus ciudadanos.