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Ni el gobierno, ni sus ilustrísimas señorías, ni aún los talibanes del PP de la prensa y la opinación felacionista en los mass-media, parecen no querer enterarse del verdadero problema de España

Agujeros negros

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Durante una buena parte de mi vida me dediqué a la alta dirección en grandes empresas españolas y multinacionales, hasta que un día, como en “Las verdes praderas”, dije: “no era esto lo que yo quería.” Aquella misma mañana, sin más, me levanté de mi escritorio, salí de mi despacho y nunca más he vuelto a ser esclavo de ningún salario. Cambié un muy pingüe salario, la seguridad de un empleo para siempre y los halagos de ser todo un yuppy de alto rango, por el placer de llevar a mis hijos al colegio, de disfrutar su infancia, de escribir las novelas o los artículos que ustedes sufren o disfrutan, y, en fin, el bien incomparable de ser yo mismo con todas sus consecuencias: elegí la libertad. No es algo que pueda hacer cualquiera, pues hay que pagar un precio muy alto: tal vez un divorcio, quizás la incertidumbre de no saber qué va a ser de uno y los suyos mañana, o quién sabe si sentirse uno extremadamente vulnerable porque va a tener que ingeniárselas vengan como vengan dadas, si es que quiere sobrevivir en este mundo de oportunistas. No es algo que pueda hacer cualquiera, no; hace falta determinación y un gran sentido de la responsabilidad y la libertad. Desde entonces, desde aquel día de 1989 en que elegí, he sobrevivido del comercio internacional, sirviéndome de él como soporte de supervivencia para poder sostener todo lo demás. De alguna manera, es el comercial el que sostiene al hombre libre y al escritor, y, pues que dependo íntegramente de mí mismo, puedo criticar a izquierdas y derechas con la misma libertad por la me puse en riesgo y a descubierto sobre el mundo.

Por mi trabajo he podido conocer países y culturas que de otro modo hubiera sido imposible, y por mi formación profesional, académica y humana mezclarme con esas realidades de distintos países para comprender el origen de muchos de los problemas sociales tanto locales como genéricos de los sistemas. Ambas cosas, la amplitud de miras que proporciona el conocer no sólo una realidad local, sino muchas de distintos lugares y formas de entender la vida, y la formación humana que uno ha ido multiplicando con su experiencia vital, me facultan especialmente para poder apoyar o ser crítico con aquello que creo que debo serlo, desatendiendo por completo a la complacencia ajena o partidismos liberticidas. No es una cuestión de hígado, ni siquiera de una inteligencia preclara, sino de experiencia, de saber que un hecho y otro derivan indefectiblemente en un tercero, cual si de una regla matemática se tratara.

En este sentido, precisamente, es en el que muestro mi más profunda oposición a cuanto está sucediendo en España, no sólo ahora con el PP en el gobierno, sino que también antes lo hacía cuando estaba el PSOE, y para comprobarlo no tienen más que revisar mis artículos. Me interesa la gente. En realidad es por la gente –yo soy gente y los míos son gente- por la que siempre me decidí, y es por esta gente, toda la gente, por la que me mojo y tomo partido, pudiendo, seguramente, mantenerme al margen o volcar mis esfuerzos en ser el novelista notable que pudiera ser y no soy por antipático al sistema. No importa, porque igual elijo y me sigue interesando la gente, mi gente.

Ni el PSOE comprendió en su momento ni ahora lo comprende el PP que mi país se está despedazando por la acción combinada de ambos, que ellos son la verdadera causa del problema, su sistema fanático, su sometimiento a quien sea con tal de ostentar el poder, su corrupción galopante. No lo quieren entender. Si ustedes toman ahora mismo una copia del Estatuto de los Trabajadores aprobado en el 81, pero vigente desde varios años antes de su propia aprobación, les parecería una ley propia de países de otra galaxia. La práctica totalidad de los derechos consagrados en aquella ley racionalmente buena, fueron derribados por el PSOE, primero, y por el PP, después, logrando entrambos convertir a los trabajadores en simples y meros bienes prescindibles. Nada tiene en común el propósito de aquella ley digna que ansiaba la dignidad de los trabajadores con las indignas leyes de hoy que los cosifican. Un mérito de ambos partidos, que no hubieran podido lograrlo si no hubieran contado con la inestimable colaboración de –digámoslo con su nombre- los esquiroles de los sindicatos, especialmente CCOO y UGT. Sé que es duro leer que quienes deberían haber defendido los derechos de los trabajadores hicieron contra ellos todos los esfuerzos posibles; pero los hechos son incontestables y las hemerotecas también. Mientras consentían que los trabajadores fueran denigrados y oprimidos por los partidos de izquierda y derecha, buena parte de esos sindicalistas pasaban de los sindicatos al gobierno o de las filas de la protesta a la consejería de cajas de ahorro. Fueron comprados, y seguramente sabían que se estaban vendiendo.

Entre unos y otros, partidos y sindicatos, estamos donde y como estamos. Ahora falta dinero para pagar los sueldos de la Administración y hacer frente a las deudas que contrajo el Estado, y el señor Montoro y su gobierno ponen carita de pena para pacificar las calles que ellos mismos incendiaron, los del PSOE tratan de lavarse las manos como Pilatos no votando los recortes que ellos favorecieron, y todos claman fervorosamente por el patriotismo de pagar impuestos ominosos. Pero ¿dónde estaba el patriotismo cuando las vacas gordas ramoneaban en España que no beneficiaron a los trabajadores?..., ¿dónde estaba el patriotismo cuando unos y otros colocaban a todo tipo de excrecencias sociales, amigos, tronquetes, coleguis y parientes a la sombra y paja de la Administración con salarios astronómicos?..., o ¿dónde estaba el patriotismo cuando saqueaban entrambas fuerzas y los sindicatos las cajas de ahorro y establecían la corrupción en todos y cada uno de los solares de España?... Lo fácil ahora, claro está, es recurrir a los asalariados para subirles los impuestos y hacer caja, porque tienen que mantener a los suyos, porque es por todas esas corruptelas y toda esa Administración engordada artificialmente por las que falta dinero. Sobraría, o no nos hubiéramos endeudado tanto, si todas esas excrecencias no estuvieran en la Administración cobrando salarios astronómicos, y sobraría mucho más si no hubiera los miles y miles de empresas creadas para generar pérdidas pero en las que se colocaban a todas esas excrecencias, como sobraría si no se hubieran repartido la túnica de España entre diecisiete centuriones autómicos y cicuenta y tantas subdelegaciones del gobierno, nidales ambos de intereses espurios. Y aún sobraría más si hubieran evitado, como era su deber, la corrupción en todos y cada uno de los centros de poder de España, desde ayuntamientos al mismo Estado Central, pasando por las comunidades y subdelegaciones del gobierno; pero en vez de eso, cientos, miles de miembros de los partidos y sindicatos –y ni con mucho son todos los corruptos-, están amparados por esos partidos y sindicatos, escondiéndose de las luces judiciales por haber considerado que los dineros públicos no eran de nadie, como dijo aquella infame socialista. ¿Acaso es éste el patriotismo que precognizan?...

En los años aquéllos en que me desempeñaba como director de grandes empresas españolas o multinacionales, siempre advertía a los consejos de administración contra el espejismo de los grandes desarrollos y los esplendoroso crecimientos. Mejor lo tranquilo, decía por entonces, que cegarse con una expansión demasiado grande para nuestra talla. El tejido de una familia, una empresa o un país, incluso, es como una maya, y cuando se le estira demasiado porque crece exageradamente rápido, comienzan a aparecer lo que yo llamo “agujeros negros”, espacios por los que comienzan a perderse los capitales en inusitada profusión, como tragados o desparecidos sin que nadie sepa bien ni por dónde ni por qué. Lo mismo que en los agujeros cósmicos, pero en lo pequeño, y ya se sabe que así como es arriba es abajo. Los crecimientos deben ser siempre lentos y ordenados, como la vida misma, o se hacen incontrolables, apareciendo enseguida los temibles “agujeros negros.” El gobierno y los partidos crearon estos agujeros negros a escala nacional, y nadie los entiende. Pero es por ellos por donde se han escapado los ricos, quienes han puesto sus bienes en SICAVs y ahora son indetectables; es por ellos por donde se han fugados los capitales a Suiza, la bolsa u otros paraísos fiscales –se dice que parientes de este gobierno tienen inmorales millonadas en Suiza, lo mismo que nuestros queridos deportistas y mil pillos más- y ahora son indetectables; y es por ellos por donde se han colado cientos de miles de sinvergüenzas en la política y la Administración con salarios de maharajás, y hay que mantenerlos, claro. Para todo eso falta dinero, y los agujeros negros son tan enormes que no saben cómo meterlos mano, de modo que sólo les queda a los gobiernos saquear a las gentes, a los empleados y funcionarios de salario y nómina, a los jubilados, a los desempleados, a los necesitados y a los autónomos. Y contra ellos van con toda su saña. Esto, y no otra cosa, es lo que ha soliviantado los ánimos, lo que ha puesto en pie de guerra a la población: los ricos, políticos y sinvergüenzas se escaquean y enriqueces, y los pobres, las gentes, deben prescindir de lo imprescindible y pasarlas moradas para que toda esa banda de vividores y delincuentes las pase rosas.

Se equivoca el gobierno al poner carita de pena y jurar por lo más sagrado que no hay dinero, advirtiendo quizás que en caso de faltar lo será para jubilaciones o desempleados antes que para los tiburones de la política o sus amiguetes de la banca y sus preferidos bandidos de la Administración. Su cara de pena ya no conmueve, sino que enfurece, porque lejos de remediar parte del problema cerrando empresas pirata de la Administración creadas ad hoc para delincuentes y amiguetes de la política, televisiones autonómicas que vaya la falta que hacen, las mismas Comunidades Autónomas, las subdelegaciones del gobierno, las SICAVs y esos nidales de alimañas o promover una legión de inspectores persiguiendo fondos escaqueados en España y en esos aberrantes paraísos fiscales, meten el diente a los trabajadores y a los pobres, y les dice con ñoña voz: “La patria, la patria os lo agradecerá.” Claro que no dice que se trata de “su” patria de ellos, y que el agradecimiento, si vuelven las vacas gordas, será una patada en el salvohonor del pueblo. Ya lo sabemos por experiencia. ¡Ha pasado tantas veces! Como siempre digo, se acuerdan del pueblo sólo para pedirles dinero en la paz y sangre en la guerra.

Son tan, pero tan golfos, que al alimón PP, PSOE y sindicatos –ayudados por bancos, especuladores y el resto de la mafia política- han abierto un agujero negro de tal dimensión que es posible que por él se vaya la misma España en su más completa integridad. Como lo leen. Ojalá sólo se tragara a los políticos y los corruptos –me iban a sangrar las manos de aplaudir-, pero me temo que éste es tan enorme que nos engullirá a todos. No es pesimismo, es que de donde no hay no se puede sacar, y somos pocos para alimentar a tantas y tan insaciables alimañas.

Agujeros negros

Ni el gobierno, ni sus ilustrísimas señorías, ni aún los talibanes del PP de la prensa y la opinación felacionista en los mass-media, parecen no querer enterarse del verdadero problema de España
Ángel Ruiz Cediel
lunes, 23 de julio de 2012, 07:58 h (CET)
Durante una buena parte de mi vida me dediqué a la alta dirección en grandes empresas españolas y multinacionales, hasta que un día, como en “Las verdes praderas”, dije: “no era esto lo que yo quería.” Aquella misma mañana, sin más, me levanté de mi escritorio, salí de mi despacho y nunca más he vuelto a ser esclavo de ningún salario. Cambié un muy pingüe salario, la seguridad de un empleo para siempre y los halagos de ser todo un yuppy de alto rango, por el placer de llevar a mis hijos al colegio, de disfrutar su infancia, de escribir las novelas o los artículos que ustedes sufren o disfrutan, y, en fin, el bien incomparable de ser yo mismo con todas sus consecuencias: elegí la libertad. No es algo que pueda hacer cualquiera, pues hay que pagar un precio muy alto: tal vez un divorcio, quizás la incertidumbre de no saber qué va a ser de uno y los suyos mañana, o quién sabe si sentirse uno extremadamente vulnerable porque va a tener que ingeniárselas vengan como vengan dadas, si es que quiere sobrevivir en este mundo de oportunistas. No es algo que pueda hacer cualquiera, no; hace falta determinación y un gran sentido de la responsabilidad y la libertad. Desde entonces, desde aquel día de 1989 en que elegí, he sobrevivido del comercio internacional, sirviéndome de él como soporte de supervivencia para poder sostener todo lo demás. De alguna manera, es el comercial el que sostiene al hombre libre y al escritor, y, pues que dependo íntegramente de mí mismo, puedo criticar a izquierdas y derechas con la misma libertad por la me puse en riesgo y a descubierto sobre el mundo.

Por mi trabajo he podido conocer países y culturas que de otro modo hubiera sido imposible, y por mi formación profesional, académica y humana mezclarme con esas realidades de distintos países para comprender el origen de muchos de los problemas sociales tanto locales como genéricos de los sistemas. Ambas cosas, la amplitud de miras que proporciona el conocer no sólo una realidad local, sino muchas de distintos lugares y formas de entender la vida, y la formación humana que uno ha ido multiplicando con su experiencia vital, me facultan especialmente para poder apoyar o ser crítico con aquello que creo que debo serlo, desatendiendo por completo a la complacencia ajena o partidismos liberticidas. No es una cuestión de hígado, ni siquiera de una inteligencia preclara, sino de experiencia, de saber que un hecho y otro derivan indefectiblemente en un tercero, cual si de una regla matemática se tratara.

En este sentido, precisamente, es en el que muestro mi más profunda oposición a cuanto está sucediendo en España, no sólo ahora con el PP en el gobierno, sino que también antes lo hacía cuando estaba el PSOE, y para comprobarlo no tienen más que revisar mis artículos. Me interesa la gente. En realidad es por la gente –yo soy gente y los míos son gente- por la que siempre me decidí, y es por esta gente, toda la gente, por la que me mojo y tomo partido, pudiendo, seguramente, mantenerme al margen o volcar mis esfuerzos en ser el novelista notable que pudiera ser y no soy por antipático al sistema. No importa, porque igual elijo y me sigue interesando la gente, mi gente.

Ni el PSOE comprendió en su momento ni ahora lo comprende el PP que mi país se está despedazando por la acción combinada de ambos, que ellos son la verdadera causa del problema, su sistema fanático, su sometimiento a quien sea con tal de ostentar el poder, su corrupción galopante. No lo quieren entender. Si ustedes toman ahora mismo una copia del Estatuto de los Trabajadores aprobado en el 81, pero vigente desde varios años antes de su propia aprobación, les parecería una ley propia de países de otra galaxia. La práctica totalidad de los derechos consagrados en aquella ley racionalmente buena, fueron derribados por el PSOE, primero, y por el PP, después, logrando entrambos convertir a los trabajadores en simples y meros bienes prescindibles. Nada tiene en común el propósito de aquella ley digna que ansiaba la dignidad de los trabajadores con las indignas leyes de hoy que los cosifican. Un mérito de ambos partidos, que no hubieran podido lograrlo si no hubieran contado con la inestimable colaboración de –digámoslo con su nombre- los esquiroles de los sindicatos, especialmente CCOO y UGT. Sé que es duro leer que quienes deberían haber defendido los derechos de los trabajadores hicieron contra ellos todos los esfuerzos posibles; pero los hechos son incontestables y las hemerotecas también. Mientras consentían que los trabajadores fueran denigrados y oprimidos por los partidos de izquierda y derecha, buena parte de esos sindicalistas pasaban de los sindicatos al gobierno o de las filas de la protesta a la consejería de cajas de ahorro. Fueron comprados, y seguramente sabían que se estaban vendiendo.

Entre unos y otros, partidos y sindicatos, estamos donde y como estamos. Ahora falta dinero para pagar los sueldos de la Administración y hacer frente a las deudas que contrajo el Estado, y el señor Montoro y su gobierno ponen carita de pena para pacificar las calles que ellos mismos incendiaron, los del PSOE tratan de lavarse las manos como Pilatos no votando los recortes que ellos favorecieron, y todos claman fervorosamente por el patriotismo de pagar impuestos ominosos. Pero ¿dónde estaba el patriotismo cuando las vacas gordas ramoneaban en España que no beneficiaron a los trabajadores?..., ¿dónde estaba el patriotismo cuando unos y otros colocaban a todo tipo de excrecencias sociales, amigos, tronquetes, coleguis y parientes a la sombra y paja de la Administración con salarios astronómicos?..., o ¿dónde estaba el patriotismo cuando saqueaban entrambas fuerzas y los sindicatos las cajas de ahorro y establecían la corrupción en todos y cada uno de los solares de España?... Lo fácil ahora, claro está, es recurrir a los asalariados para subirles los impuestos y hacer caja, porque tienen que mantener a los suyos, porque es por todas esas corruptelas y toda esa Administración engordada artificialmente por las que falta dinero. Sobraría, o no nos hubiéramos endeudado tanto, si todas esas excrecencias no estuvieran en la Administración cobrando salarios astronómicos, y sobraría mucho más si no hubiera los miles y miles de empresas creadas para generar pérdidas pero en las que se colocaban a todas esas excrecencias, como sobraría si no se hubieran repartido la túnica de España entre diecisiete centuriones autómicos y cicuenta y tantas subdelegaciones del gobierno, nidales ambos de intereses espurios. Y aún sobraría más si hubieran evitado, como era su deber, la corrupción en todos y cada uno de los centros de poder de España, desde ayuntamientos al mismo Estado Central, pasando por las comunidades y subdelegaciones del gobierno; pero en vez de eso, cientos, miles de miembros de los partidos y sindicatos –y ni con mucho son todos los corruptos-, están amparados por esos partidos y sindicatos, escondiéndose de las luces judiciales por haber considerado que los dineros públicos no eran de nadie, como dijo aquella infame socialista. ¿Acaso es éste el patriotismo que precognizan?...

En los años aquéllos en que me desempeñaba como director de grandes empresas españolas o multinacionales, siempre advertía a los consejos de administración contra el espejismo de los grandes desarrollos y los esplendoroso crecimientos. Mejor lo tranquilo, decía por entonces, que cegarse con una expansión demasiado grande para nuestra talla. El tejido de una familia, una empresa o un país, incluso, es como una maya, y cuando se le estira demasiado porque crece exageradamente rápido, comienzan a aparecer lo que yo llamo “agujeros negros”, espacios por los que comienzan a perderse los capitales en inusitada profusión, como tragados o desparecidos sin que nadie sepa bien ni por dónde ni por qué. Lo mismo que en los agujeros cósmicos, pero en lo pequeño, y ya se sabe que así como es arriba es abajo. Los crecimientos deben ser siempre lentos y ordenados, como la vida misma, o se hacen incontrolables, apareciendo enseguida los temibles “agujeros negros.” El gobierno y los partidos crearon estos agujeros negros a escala nacional, y nadie los entiende. Pero es por ellos por donde se han escapado los ricos, quienes han puesto sus bienes en SICAVs y ahora son indetectables; es por ellos por donde se han fugados los capitales a Suiza, la bolsa u otros paraísos fiscales –se dice que parientes de este gobierno tienen inmorales millonadas en Suiza, lo mismo que nuestros queridos deportistas y mil pillos más- y ahora son indetectables; y es por ellos por donde se han colado cientos de miles de sinvergüenzas en la política y la Administración con salarios de maharajás, y hay que mantenerlos, claro. Para todo eso falta dinero, y los agujeros negros son tan enormes que no saben cómo meterlos mano, de modo que sólo les queda a los gobiernos saquear a las gentes, a los empleados y funcionarios de salario y nómina, a los jubilados, a los desempleados, a los necesitados y a los autónomos. Y contra ellos van con toda su saña. Esto, y no otra cosa, es lo que ha soliviantado los ánimos, lo que ha puesto en pie de guerra a la población: los ricos, políticos y sinvergüenzas se escaquean y enriqueces, y los pobres, las gentes, deben prescindir de lo imprescindible y pasarlas moradas para que toda esa banda de vividores y delincuentes las pase rosas.

Se equivoca el gobierno al poner carita de pena y jurar por lo más sagrado que no hay dinero, advirtiendo quizás que en caso de faltar lo será para jubilaciones o desempleados antes que para los tiburones de la política o sus amiguetes de la banca y sus preferidos bandidos de la Administración. Su cara de pena ya no conmueve, sino que enfurece, porque lejos de remediar parte del problema cerrando empresas pirata de la Administración creadas ad hoc para delincuentes y amiguetes de la política, televisiones autonómicas que vaya la falta que hacen, las mismas Comunidades Autónomas, las subdelegaciones del gobierno, las SICAVs y esos nidales de alimañas o promover una legión de inspectores persiguiendo fondos escaqueados en España y en esos aberrantes paraísos fiscales, meten el diente a los trabajadores y a los pobres, y les dice con ñoña voz: “La patria, la patria os lo agradecerá.” Claro que no dice que se trata de “su” patria de ellos, y que el agradecimiento, si vuelven las vacas gordas, será una patada en el salvohonor del pueblo. Ya lo sabemos por experiencia. ¡Ha pasado tantas veces! Como siempre digo, se acuerdan del pueblo sólo para pedirles dinero en la paz y sangre en la guerra.

Son tan, pero tan golfos, que al alimón PP, PSOE y sindicatos –ayudados por bancos, especuladores y el resto de la mafia política- han abierto un agujero negro de tal dimensión que es posible que por él se vaya la misma España en su más completa integridad. Como lo leen. Ojalá sólo se tragara a los políticos y los corruptos –me iban a sangrar las manos de aplaudir-, pero me temo que éste es tan enorme que nos engullirá a todos. No es pesimismo, es que de donde no hay no se puede sacar, y somos pocos para alimentar a tantas y tan insaciables alimañas.

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