Tony Blair ha buscado ser la voz que lidere a Europa en los momentos en que ésta pasa por una de sus mayores crisis. La falta de acuerdo en el presupuesto y el rechazo de franceses y holandeses al tratado constitucional ya han creado una nube de dudas sobre el futuro de la Unión. Pero la tormenta no ha descargado, y cuando lo haga nos mojará a todos porque no hay paraguas. El debate se abrirá árido y las propuestas irán en todas las direcciones. La discusión que se espera ha de ser profunda y tendrá que ir al mismísimo centro de la cuestión: ¿Cuál es el modelo de Europa que queremos?
Según se responda a esta pregunta, y según la nitidez y comunión en la respuesta, empezaremos a construir una Europa u otra. En el fondo, el fracaso constitucional y presupuestario es un mal necesario. Tras décadas de unión económica, la unión política de nuestro continente ha ido tomando cuerpo. Como si se trabajara sobre arcilla empezábamos a verle las formas a la UE. Intuíamos sus cualidades y sus defectos, pero no con claridad.
El cheque británico es una anomalía, la adhesión de nuevos miembros supone un cambio en las estructuras sociales y económicas, el desarrollo rápido de países como España o Portugal descoloca el puzzle y la nación pierde autonomía en la “casa común”.
Se habían acumulado suficientes novedades y no había habido tiempo suficiente para una digestión adecuada. Las soluciones no iban organizadas, caminando todas hacía un objetivo conjunto, porque no se había producido un debate sobre el objetivo. No había objetivo, horizonte, o como queramos llamarlo. No hay una idea clara de lo que se pide a Europa y de lo que no se le pide. Es así como es necesario ahora decidir y acordar esta concepción básica.
El primer ministro británico ha anunciado una serie de ideas que conducen a un programa de modernización para la UE. Plantea un cambio profundo en los fondos de cohesión, una revisión del PAC, y un camino hacía la política social en Europa. No son propuestas descabelladas, sino que responden a una manera de entender la política común en el viejo continente, y sorprende que lleguen desde la Gran Bretaña, históricamente muy unida a la idea de Europa, pero siempre guardando las distancias. Por esta razón creo que la propuesta inglesa tiene que ponderarse con países como Francia o Alemania, en el palpitante corazón de Europa. El liderazgo europeo tiene que llegar de un consenso y entiendo que la clave está en la ciudadanía.
Por razones evolutivas (la UE proviene de una alianza económica) Europa se encuentra aún muy alejada de los europeos. Ésta es una de las mayores dolencias del bloque, y una de los motivos que condujo a la ciudadanía francesa y holandesa a votar en contra, y a la española ha abstenerse en el referéndum sobre la constitución. Es un alejamiento institucional, fruto de la ausencia de una política social común. Lo social ha permanecido en un segundo plano. Desde Bruselas las políticas han sido pensadas como superestructuras. Las decisiones del Parlamento europeo no eran percibidas como cercanas, como manejables, o como significativas. Las decisiones que los ciudadanos europeos hemos tenido que tomar han sido pocas y poco vinculantes en la mayoría de las ocasiones, y la política común ha estado más volcada hacía fuera que hacía dentro. Pero para fortalecer a Europa en el marco internacional, y para que ésta suponga un modelo alternativo hay que crear ese modelo y tiene que ser un modelo social. Europa tiene que exportar el Estado del Bienestar como un sistema consolidado, internacionalmente. Al liberalismo imperante y propio de los EEUU es conveniente que se oponga la Europa de lo social. Y para eso tenemos que revisar el destino de los fondos, la financiación, los futuros tratados constitucionales, y por encima de todo la política social. Hay que crear estructuras ciudadanas paralelas a los poderes europeos y al avance y consolidación de la macroeconomía europea. Pero para llevar a cabo esta dura tarea de rehabilitación la UE tiene que democratizarse aún más. Las voces de los ciudadanos tienen que ser oídas por los políticos a nivel europeo. Nuestras inquietudes, preocupaciones, intereses y necesidades relacionados con el marco supranacional en el que nos movemos tienen que tomarse en cuenta a la hora de crear nuevos tratados o a la hora de reorganizar los fondos. Una propuesta que considero interesante es la del primer ministro polaco, quien cree conveniente hacer una consulta popular, en forma de referéndum, sobre diversos temas para que la ciudadanía tome postura frente a ellos. Y hacerlo a nivel europeo.
Habría que desgranar la propuesta y descubrir su viabilidad, pero entiendo su conveniencia. El primer paso para la socialización es la democratización. El estado social necesita sostenerse sobre el estado democrático, porque si no devuelve a políticas que recuerdan el famoso aforismo: “Todo para el pueblo, pero sin el pueblo”.
Si Europa decide emprender el camino hacía un modelo social concreto (porque no todos los modelos sociales son iguales, ni funcionan igual) fortalecerá su posición y podrá acoger con menos problemas a más miembros.
Otra de las causas que decantaron a Francia y Holanda hacía el no a la constitución fue la situación precaria de la clase trabajadora, que ha visto como en los últimos años sus sueldos han caído con la llegada de trabajadores del Este y la entrada en vigor del euro. El problema, tal y como lo entiendo, no radica en un sí o un no a la ampliación, ni en un sí o un no al euro. Radica en que todo avance en las estructuras del poder tiene que tener su paralelo avance en las estructuras sociales. Una política que abre el mercado laboral necesita que las asociaciones y los órganos sindicales que apoyan a la clase trabajadora se abran tanto o más. El sindicalismo a nivel europeo ahorraría despropósitos con las capas más desprotegidas de la sociedad y fomentaría un sentir de entendimiento entre los ciudadanos de los distintos países. Una economía a otro nivel exige una protección social a otro nivel.
Descubrir el modelo social que queremos nos llevará tiempo, pero es bueno que el debate haya saltado. “Después de la tormenta siempre llega la calma” reza un dicho, y lo suscribo. Es el momento de acudir a lo social para que nuestros políticos no caminen sobre suelos de cristal, sino por el mismo asfalto que todos pisamos. Ahora, sin paraguas ni chubasquero, habrán de hacer frente al temporal. Europa no se ha roto en pedazos como se ha dado a entender, tan sólo está un poco empantanada, y se terminará secando.
|