Por desgracia, son muchos los padres que en estas fechas estivales muestran su rostro más egoísta. Se quejan amargamente de los casi tres meses de vacaciones que tienen por delante sus vástagos. Pronto empiezan a maquinar elaborados planes para quitárselos de en medio. Entre los más socorridos están el del campamento de verano y el de la estancia en el extranjero para perfeccionar algún idioma. Estos padres parecen haber sufrido una severa amnesia que les impide echar la vista atrás y situarse en sus años mozos. Argumentan que las vacaciones escolares son demasiado largas y que ellos, tanto mamá como papá, sólo disfrutan de un mes de merecido reposo. Solución: deshacerse de los niños. Cualquier justificación les vale: que van flojos en inglés y pasarse un mes en Dublín les vendrá de perlas; que en el campamento de verano conocerán nuevos amiguitos y estarán cuidados por unos monitores majísimos; que si se pasan en casa todo el mes de julio se van a aburrir como ostras...
Tampoco me vale la excusa de que al trabajar ambos progenitores no podrán atenderlos. Para eso están las cuidadoras o niñeras, cuyos servicios no van a ser más caros que el campamento de marras o la estancia en las Islas Británicas. El problema está es que no quieren verlos ni tan siquiera de noche. Y todavía éstos son de los que dicen que el ser padres es lo mejor que les ha pasado en la vida. De pena.
No se dan cuenta -mejor dicho, no quieren darse- de que sus hijos lo que desean es pasar el verano con sus amigos de siempre, ir a la playa, levantarse a la hora que les dé la gana y, sobre todo, hacer cosas junto a sus padres, ya que durante el invierno los horarios, los estudios, los compromisos laborales y todas esas malditas rutinas y obligaciones lo impiden. Eso es lo que desea un niño normal. Y eso es lo que a toda costa intentará proporcionarle un padre normal. Pero claro, este es el criterio de normalidad de alguien como yo, que jamás he escuchado de boca de mis padres una queja acerca de mi dilatado descanso estival. Más bien todo lo contrario, pues no veía en ellos otra cosa que la sincera satisfacción de quien se alegra de que su hijo disfrute de unas vacaciones bien merecidas. He tenido la enorme suerte de no sentirme jamás un estorbo, de no haberme identificado nunca con un paquete pendiente de facturación. Así, me temo, se sentirán muchos niños y adolescentes en estos días de fútbol y calores. Me parece triste, muy triste.