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Eva Mateo Asolas

La Europa homosexual

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Suiza, Italia, Noruega, Rumanía y ahora España. Europa entera se ha visto sacudida en un solo mes por sucesivos debates sobre los homosexuales y sus derechos, hoy en el punto de mira. Una sola Europa para infinidad de maneras de entender un mismo fenómeno: el cambio de nuestras sociedades, la evolución de mentalidades. Ahora es nuestro país quien recoge el testigo.

El pasado 5 de junio Suiza no sólo aprobaba en referéndum los acuerdos Schengen de libre circulación de personas, sino también las uniones homosexuales (con un 58% de votos a favor). Sólo una semana más tarde Italia rechazaba modificar la ley más restrictiva de Europa en materia de reproducción asistida: una ley que prohíbe las donaciones de óvulos y espermatozoides o la congelación de embriones. La Iglesia consideraba un triunfo esta “batalla por la vida”, que bloqueaba la posibilidad de tener hijos a las parejas homosexuales. Este mismo mes, la diócesis de Oslo aprobaba el ministerio de pastores homosexuales que vivieran en pareja. El 28 de mayo Rumanía celebraba por primera vez su Gay Pride, después de que la homosexualidad fuera despenalizada en 2001. Además, esta Fiesta del Orgullo Gay venía respaldada por el primer ministro, Traian Basescu.

Todos estos hechos recientes no son más que el epílogo de una historia europea que comenzaba en los años 90 en los países escandinavos. En 1989 Dinamarca equiparaba a las parejas homosexuales con las heterosexuales en cuestiones como la vivienda, las pensiones o la adopción. En 1994, Finlandia y Noruega aprobaban la ley de uniones civiles. Después le vino el turno a Holanda y en 2003 a Bélgica, aunque el país de Tintín no permite a día de hoy las adopciones.

En cuanto a Gran Bretaña, este país no reconoce derechos a las uniones entre gays o lesbianas y sólo otorga un certificado carente de valor jurídico. En Francia existe desde 1999 el “Pacto Civil de Solidaridad”: una serie de facilidades de índole económica (normas fiscales, seguridad social...) para las parejas homosexuales, no reconociendo, sin embargo, sus uniones.

Todo este mapa legal no hace sino poner en evidencia la ausencia de una política social clara a nivel europeo a este respecto. La no discriminación por motivos de orientación sexual queda recogido en el artículo 13 del Tratado de Ámsterdam, así como en el artículo II-81 del Tratado Constitucional. Por ello, cabría dentro de lo posible que el reconocimiento de las uniones homosexuales fuera llevado al Tribunal Europeo y forzara un cambio en algunas legislaciones nacionales. Pero se trata de un aspecto que depende tanto de factores nacionales, como son la opinión pública, la organización y presión del colectivo homosexual o la religiosidad o laicidad del país, que se deja a cada Estado decidir su propia política.

El ejemplo español
Muy lejos ha quedado ya aquel día en que se presentaba en España la primera solicitud para una boda homosexual. Era en Vic y corría el año 1987. No sólo fue la primera petición en España sino una de las primeras en Europa. Fue denegada.

En nuestro país hace ya algún tiempo que las parejas de hecho han quedado amparadas legalmente en las regiones de Cataluña, Aragón y Navarra. Pero se trata sólo de su reconocimiento como parejas de hecho, lo que no significa unión.

El cambio de signo del gobierno permitió la aprobación de un anteproyecto de ley que supone la modificación del Código civil para permitir los matrimonios entre parejas del mismo sexo, así como las adopciones por parte de estas. Una medida que prosperará en el Senado el próximo martes, a pesar de la oposición del Partido Popular y de parte de la sociedad española, y que hará de España el tercer país europeo en aprobar los matrimonios homosexuales. Una decisión sin precedentes en una sociedad que se suele definir dentro de nuestras fronteras y fuera de ellas como católica y tradicionalista.

Es esta misma sociedad la que parece haber evolucionado hasta el punto de que la mayoría de los españoles, en torno a un 80%, acepta la homosexualidad. Este porcentaje nos sitúa a la cabeza de Europa sólo por detrás de Holanda. O al menos eso dice un reciente estudio de la empresa Euro RSGG Worldwide. Aunque podría objetarse que es sólo un reconocimiento sobre el papel, porque como suele decirse en la calle: “los homosexuales sí, pero no mi hijo”.

El 18-J se producirá el enfrentamiento entre esas dos Españas, la que defiende un patrón clásico de la familia y se siente amenazada por esta nueva ley y quienes piensan que la familia de hoy ha evolucionado al hilo de los nuevos tiempos. El 18-J pasará a formar parte del imaginario colectivo como el día en que los obispos salieron a la calle para salvar a la institución familiar de los peligros que le asaltan. O también como el día en que el gran Carlinhos Brown convirtió a Madrid en un sambódromo. Todo depende del cristal con que se mire.

La Iglesia no duda en defender la igualdad de todos los individuos al tiempo que sataniza las uniones homosexuales, convirtiéndoles paradójicamente en sujeto de discriminación. Es esa misma venda en los ojos que la institución más antigua del mundo tiene ante el avance trepidante del SIDA y su condena tajante del uso del preservativo. Son esas contradicciones que la Iglesia católica debe resolver si no quiere convertirse en la institución más reaccionaria y obsoleta del mundo.

¿Por qué negar una realidad que existe, que ya ni siquiera está considerada como hace décadas por la sociedad como una enfermedad o un trastorno mental, sino sólo dos personas que se aman? ¿Es lícito culpar a los homosexuales de la crisis que vive en la actualidad la familia? ¿Por qué la derecha se obceca en hacer de ella su patrimonio en exclusiva? ¿No resulta más perverso para el equilibrio psíquico o emocional de un niño pasar por la dura prueba de la separación de sus padres o adaptarse a una familia recompuesta que criarse con dos padres o dos madres? ¿Se sabe si la adopción de niños por parejas homosexuales en Holanda fue traumático? ¿Es este modelo extrapolable a un país tan diferente como España?

Muchas son las dudas que rodean a este controvertido asunto, pero si algo está claro es que, a día de hoy, Europa ha salido del armario. Lejos han quedado los tiempos en que los homosexuales se arriesgaban a ser quemados vivos por la Inquisición o señalados por la calle por llevar el triángulo rosa invertido que identificó a los gays durante el régimen del terror nazi. Hoy, las hijas de Lesbos y los hijos de Julio César no luchan por salir de la clandestinidad sino por conseguir unos derechos que les convertirían por fin en ciudadanos de primera.

La Europa homosexual

Eva Mateo Asolas
Redacción
lunes, 5 de febrero de 2007, 21:57 h (CET)
Suiza, Italia, Noruega, Rumanía y ahora España. Europa entera se ha visto sacudida en un solo mes por sucesivos debates sobre los homosexuales y sus derechos, hoy en el punto de mira. Una sola Europa para infinidad de maneras de entender un mismo fenómeno: el cambio de nuestras sociedades, la evolución de mentalidades. Ahora es nuestro país quien recoge el testigo.

El pasado 5 de junio Suiza no sólo aprobaba en referéndum los acuerdos Schengen de libre circulación de personas, sino también las uniones homosexuales (con un 58% de votos a favor). Sólo una semana más tarde Italia rechazaba modificar la ley más restrictiva de Europa en materia de reproducción asistida: una ley que prohíbe las donaciones de óvulos y espermatozoides o la congelación de embriones. La Iglesia consideraba un triunfo esta “batalla por la vida”, que bloqueaba la posibilidad de tener hijos a las parejas homosexuales. Este mismo mes, la diócesis de Oslo aprobaba el ministerio de pastores homosexuales que vivieran en pareja. El 28 de mayo Rumanía celebraba por primera vez su Gay Pride, después de que la homosexualidad fuera despenalizada en 2001. Además, esta Fiesta del Orgullo Gay venía respaldada por el primer ministro, Traian Basescu.

Todos estos hechos recientes no son más que el epílogo de una historia europea que comenzaba en los años 90 en los países escandinavos. En 1989 Dinamarca equiparaba a las parejas homosexuales con las heterosexuales en cuestiones como la vivienda, las pensiones o la adopción. En 1994, Finlandia y Noruega aprobaban la ley de uniones civiles. Después le vino el turno a Holanda y en 2003 a Bélgica, aunque el país de Tintín no permite a día de hoy las adopciones.

En cuanto a Gran Bretaña, este país no reconoce derechos a las uniones entre gays o lesbianas y sólo otorga un certificado carente de valor jurídico. En Francia existe desde 1999 el “Pacto Civil de Solidaridad”: una serie de facilidades de índole económica (normas fiscales, seguridad social...) para las parejas homosexuales, no reconociendo, sin embargo, sus uniones.

Todo este mapa legal no hace sino poner en evidencia la ausencia de una política social clara a nivel europeo a este respecto. La no discriminación por motivos de orientación sexual queda recogido en el artículo 13 del Tratado de Ámsterdam, así como en el artículo II-81 del Tratado Constitucional. Por ello, cabría dentro de lo posible que el reconocimiento de las uniones homosexuales fuera llevado al Tribunal Europeo y forzara un cambio en algunas legislaciones nacionales. Pero se trata de un aspecto que depende tanto de factores nacionales, como son la opinión pública, la organización y presión del colectivo homosexual o la religiosidad o laicidad del país, que se deja a cada Estado decidir su propia política.

El ejemplo español
Muy lejos ha quedado ya aquel día en que se presentaba en España la primera solicitud para una boda homosexual. Era en Vic y corría el año 1987. No sólo fue la primera petición en España sino una de las primeras en Europa. Fue denegada.

En nuestro país hace ya algún tiempo que las parejas de hecho han quedado amparadas legalmente en las regiones de Cataluña, Aragón y Navarra. Pero se trata sólo de su reconocimiento como parejas de hecho, lo que no significa unión.

El cambio de signo del gobierno permitió la aprobación de un anteproyecto de ley que supone la modificación del Código civil para permitir los matrimonios entre parejas del mismo sexo, así como las adopciones por parte de estas. Una medida que prosperará en el Senado el próximo martes, a pesar de la oposición del Partido Popular y de parte de la sociedad española, y que hará de España el tercer país europeo en aprobar los matrimonios homosexuales. Una decisión sin precedentes en una sociedad que se suele definir dentro de nuestras fronteras y fuera de ellas como católica y tradicionalista.

Es esta misma sociedad la que parece haber evolucionado hasta el punto de que la mayoría de los españoles, en torno a un 80%, acepta la homosexualidad. Este porcentaje nos sitúa a la cabeza de Europa sólo por detrás de Holanda. O al menos eso dice un reciente estudio de la empresa Euro RSGG Worldwide. Aunque podría objetarse que es sólo un reconocimiento sobre el papel, porque como suele decirse en la calle: “los homosexuales sí, pero no mi hijo”.

El 18-J se producirá el enfrentamiento entre esas dos Españas, la que defiende un patrón clásico de la familia y se siente amenazada por esta nueva ley y quienes piensan que la familia de hoy ha evolucionado al hilo de los nuevos tiempos. El 18-J pasará a formar parte del imaginario colectivo como el día en que los obispos salieron a la calle para salvar a la institución familiar de los peligros que le asaltan. O también como el día en que el gran Carlinhos Brown convirtió a Madrid en un sambódromo. Todo depende del cristal con que se mire.

La Iglesia no duda en defender la igualdad de todos los individuos al tiempo que sataniza las uniones homosexuales, convirtiéndoles paradójicamente en sujeto de discriminación. Es esa misma venda en los ojos que la institución más antigua del mundo tiene ante el avance trepidante del SIDA y su condena tajante del uso del preservativo. Son esas contradicciones que la Iglesia católica debe resolver si no quiere convertirse en la institución más reaccionaria y obsoleta del mundo.

¿Por qué negar una realidad que existe, que ya ni siquiera está considerada como hace décadas por la sociedad como una enfermedad o un trastorno mental, sino sólo dos personas que se aman? ¿Es lícito culpar a los homosexuales de la crisis que vive en la actualidad la familia? ¿Por qué la derecha se obceca en hacer de ella su patrimonio en exclusiva? ¿No resulta más perverso para el equilibrio psíquico o emocional de un niño pasar por la dura prueba de la separación de sus padres o adaptarse a una familia recompuesta que criarse con dos padres o dos madres? ¿Se sabe si la adopción de niños por parejas homosexuales en Holanda fue traumático? ¿Es este modelo extrapolable a un país tan diferente como España?

Muchas son las dudas que rodean a este controvertido asunto, pero si algo está claro es que, a día de hoy, Europa ha salido del armario. Lejos han quedado los tiempos en que los homosexuales se arriesgaban a ser quemados vivos por la Inquisición o señalados por la calle por llevar el triángulo rosa invertido que identificó a los gays durante el régimen del terror nazi. Hoy, las hijas de Lesbos y los hijos de Julio César no luchan por salir de la clandestinidad sino por conseguir unos derechos que les convertirían por fin en ciudadanos de primera.

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