Sus incursiones en la literatura fueron con la intención de colorear sus propias creaciones literarias como otra manifestación de su arte. A ellos debemos esta ingeniosa frase sobre los ricos, aparecida en su obra Journal des Goncourt: “Hay fortunas que parecen gritar imbécil al hombre honrado”. Lo que sucede es que, este grito que revela el desprecio por la honradez de aquel que, pudiendo acudir a los medios poco ortodoxos para enriquecerse, prefiere salvaguardar su honra y su paz de conciencia; tiene un doble efecto cuando la persona honrada llega a un punto en el que se da cuenta de que, en realidad, es un verdadero “imbécil” al aceptar representar el papel de pim-pan-pum en una sociedad donde la crisis se ceba principalmente en la pobreza, mientras que muchos, los más “espabilados”, aquellos que han conseguido el dinero fácilmente y los que no saben comportarse como ricos, sino que prefieren hacer ostentación de su riqueza para epatar al resto de ciudadanos, parecen tener la bula de privilegiados para seguir manteniendo un modus vivendi ofensivo para quienes no alcanzan a tener lo imprescindible para subsistir.
En unos tiempos en los que todos los ciudadanos, todos menos unos pocos afortunados, se ven obligados a hacer sacrificios, han tenido que prescindir de todo lo superfluo para poder atender sus necesidades más perentorias o, como les ocurre a los 5’5 millones de parados, se ven en la tesitura de sostenerse y sostener a su familia con el subsidio que reciben del Estado y esto, cuando todavía tienen la suerte de percibirlo, ya que hay otros, más de 700.000, que ya no reciben ningún tipo de ayuda y tienen que arreglárselas como Dios les da a entender; puede resultar ofensivo que algunos presuman y hagan ostentación de sus riquezas. Y es que, cuando vemos que se lleva a cabo una campaña contra la Iglesia católica para intentar obligarla a pagar el IVA sobre los edificios que tiene sin que, al parecer, nadie tome conciencia de la enorme labor social que, a través de sus centros de enseñanza, sus centros de ayudas a los pobres como, por ejemplo, Cáritas, y sus comedores públicos, está realizando con costes muy superiores a lo que el Estado pudiera recaudar por el indicado impuesto, con lo que se viene supliendo una obra social que, sin duda, en un Estado que se proclama aconfesional, debiera de ser labor de la Administración pública.
Y es que, incluso entre las personas que poseen grandes fortunas, se puede distinguir a aquellas familias que se han ido enriqueciendo a través de los siglos que, por expresarlo de alguna forma, “están acostumbrados” a un nivel determinado de riqueza, de aquellas otras que ¬ –hoy en día las redes sociales, Internet, las TV y los medios escritos y orales de comunicación pueden, en sólo unos días, encumbrar a cualquiera a la fama y la riqueza, sólo con aparecer en ellos y dejar la vergüenza y la autoestima en casa, para prestarse a hacer todo aquello que se le pida, con tal de satisfacer el morbo y los bajos instintos de una audiencia predispuesta a ello – se hacen ricas a través de los diversos sistemas que, una sociedad poco escrupulosa, les proporciona a aquellos que saben prescindir, en sus negocios, de la moral y la ética. Es obvio que no se puede cortar a todos por el mismo rasero y, afortunadamente, hay ciudadanos ricos que son altruistas, ayudan a los pobres y hacen importantes aportaciones sociales para erradicar la pobreza, que deben merecer nuestro respeto y agradecimiento pero, no nos engañemos, son los menos; porque la riqueza suele ir acompañada de una multitud de vicios entre los cuales predomina el del egoísmo y la avaricia. No suelo coincidir nunca con lo que dice el señor Rubalcaba, antes al contrario me parece un sujeto peligroso y poco de fiar. Ello no obstante, no puedo más que coincidir con él en algo que, personalmente, a través de mis artículos, vengo pidiendo de hace mucho tiempo: la necesidad de que las personas acomodadas, aquellas que tienen grandes fortunas personales o que poseen el control de las más importantes empresas del país, tuvieran que hacer un esfuerzo proporcionado a su riqueza para contribuir, con su aportación al esfuerzo colectivo, que parece que sólo recae, al menos en un 90%, en la sufrida clase media que es quien está condenada a ser siempre la más afectada cuando, los bancos y las grandes empresas, tienen dificultades que, en la mayoría de los casos, se han debido a la errónea y especulativa gestión de sus directivos que, por raro que parezca, siempre salen ilesos y sin que se les pidan responsabilidades por su mala gestión. La implantación de un impuesto, de carácter transitorio, sobre las grandes fortunas del país, sería una de las formas de que la ciudadanía se sintiera más arropada en los sacrificios a los que está sometida y un ejercicio de justicia distributiva que, sin duda, sería apreciado por el pueblo español.
Tampoco parece que deban salir de rositas todos estos políticos que, en número evidentemente excesivo y percibiendo emolumentos que, en la mayoría de los casos, nunca hubieran conseguido devengar en sus respectivas profesiones u oficios, constituyen una verdadera sangría para el Tesoro sin que su presencia en las instituciones ( a veces ni se molestan en acudir a las sesiones de las cámaras) sirva para otra cosa que para apretar el botón para votar las distintas resoluciones que se toman, en las que no intervienen ni en su preparación, ni en su debate ni, por supuesto en su elaboración. Si entre el Congreso y el Senado tenemos 350 diputados y 264 senadores, un número que vista la escasa saturación de trabajo que tienen asignada es muy posible que con la mitad ya sería suficiente para su correcto funcionamiento. Si para reducir su número es preciso modificar la Constitución entendemos que lo lógico es que contribuyeran de una forma generosa a desgravar al Estado de la carga de sus sueldos con una reducción de los mismos en un 30%; dando ejemplo al resto de ciudadanos de austeridad y compromiso con la ciudadanía a la que representan, no siempre a entera satisfacción de sus votantes. Y, naturalmente, sería bueno que las autonomías tomaran ejemplo y contribuyeran al esfuerzo nacional con parecidos recortes en las retribuciones de todos los cargos políticos autonómicos.
No hablamos de cantidades simbólicas, porque la suma de todos estos recortes y contribuciones seguramente representarían unos miles de millones que nos ayudarían a mejorar nuestra situación de extrema precariedad. Claro que si se metiera de una vez la tijera en toda esta serie de organismos públicos que tanto han proliferado con los socialistas, si se suprimieran de una vez todos los coches oficiales y muchas subvenciones que se siguen manteniendo, en un claro agravio comparativo con aquellas personas que han tenido que cerrar sus negocios por falta de ayuda de los bancos y del Estado; es posible que se pudiera recortar una parte significativa de nuestra deuda pública y, de paso, los ciudadanos nos sentiríamos más consolados viendo a nuestros representante públicos viajando de pie en un autobús o en bicicleta por los carriles habilitados para ello.
No es de recibo que, mientras España esta en situación de pre–quiebra y se nos exigen sacrificios a todos, parezca que, por no molestar a personas influyentes, para no enfadar a los grandes magnates o ikndisponerse con los grandes propietarios, se permita que todo el peso de la recesión vaya sobre los modestos ciudadanos de a pie que son los que no suelen protestar ni causar problemas… hasta que un día explotan. O eso es, señores, lo que pienso al respecto.
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