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Detrás del desprestigio del empleado público se esconde algo más peligroso: El desprestigio de los servicios públicos propios de un Estado democrático, constitucional, plural y libre

Empleados públicos en la picota

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El primer rostro que vio nuestro hijo al nacer fue el del médico. Un empleado público. Los enfermeros, las auxiliares, los celadores que cuidan de nosotros en el hospital son  empleados públicos.

La Sanidad no es perfecta, ¿pero sería justo que quien no pudiera pagar no tuviera derecho a la salud?

En agosto de 1971, Richard Nixon privatizó la sanidad en Estados Unidos. En grabaciones se interceptaron declaraciones como éstas, en las que John Ehrlichman, asesor del presidente, le promete a Nixon:

“Todos los incentivos estarán dirigidos al menor cuidado médico posible”.  El empresario Edgar Kaiser afirmaba: “Cuantos menos cuidados proporcionen, más dinero ganarán”.

Kaiser se refiere a los magnates y directivos de la industria de la salud. Son esos mismos magnates los que hoy en día proporcionan los fondos necesarios para financiar las campañas políticas de los congresistas estadounidenses, muchos de los cuales han cargado contra los empleados públicos.
También son empleados públicos los que hacen los salvamentos, los que acuden si hay un incendio, los que vigilan nuestra seguridad en las calles. Si dejan de ser servicios públicos, los ciudadanos tendrán que tener preparado le dinero necesario para contar con esos servicios. No todos se lo podrán permitir.

Si no estamos atentos, algún día serán privados y hasta nos convencerán de que es lo mejor que nos puede suceder. Sobre todo cuando hayamos dejado de ser ciudadanos y nos hayan vuelto a degradar a súbditos.

También  son empleados públicos  los que garantizan el derecho a la educación de nuestros hijos. Y una formación profesional que nos facilite el acceso al mercado laboral.

Cuando la educación deje de ser un derecho y pase a ser un producto del mercado, muchos no sabrán leer estas líneas. Los empleados públicos en España son el 9,5% del total de la población empleada. En la Unión Europea, son más del 16%.

En España hay 6,5 empleados públicos por cada 100 habitantes. En Europa hay más de 15.
Cuanto más avanzado es un país, cuanto más desarrollado tiene su estado del bienestar, cuantos más derechos tiene su población, mayor número de empleados públicos tiene. Veamos: Dinamarca, un 25,7%,  Suecia, 21,1%.

Es falso que los empleados sean un gran gasto para el Estado. La mayoría son “mileuristas”, aunque muchos ni siquiera llegan a los 1.000 euros.

España es el país de la Unión Europea que menos gasta en salarios de los empleados públicos. Pero es uno de los países con mejores Servicios de Sanidad Publica del mundo.

Algunos ignorantes, contumaces, sostienen que los empleados públicos son privilegiados por tener un empleo fijo. No es cierto. Un empleo fijo es un derecho para todos los trabajadores que logren alcanzarlo, no un privilegio otorgado en razón de la familia, fortuna o afiliación ideológica.

Además, en la actualidad, la tasa de temporalidad en la función pública supera al sector privado: en 2009 llego al 24,9%. Y no podemos olvidar, salvo por una mente torticera, que hay determinadas actividades que son claves en una sociedad bien organizada. Y de una enorme responsabilidad. Por eso necesita tantos estudios, pruebas continuas y, al final, acceso a una plaza por una oposición entre iguales ante un tribunal  constituido y controlado por un ordenamiento legal  recurrible a instancias superiores. Si queremos unos Servicios Públicos objetivos, neutrales, independientes, es imprescindible la estabilidad en los empleados públicos.

Ahora, si lo que queremos son Administraciones Públicas clientelistas, corruptas y arbitrarias, pues volvemos a las cesantías del siglo XIX: “el que gobierne que coloque a los suyos”.

Y aun en nuestros días son conocidas las expresiones “¿Que hay de lo mío”. Y la mas miserable de todas: “A mi no me importa donde me coloquen, siempre que sea donde haiga”.

Detrás del desprestigio del empleado público se esconde algo más peligroso: El desprestigio de los servicios públicos propios de un Estado democrático, constitucional, plural y libre. No nos podemos dejar engañar. Los empleados públicos, con las excepciones que puede haber en cualquier otra actividad, son los que garantizan y hacen realidad nuestros derechos sociales en un Estado de Bienestar, justo, libre y democrático.

Empleados públicos en la picota

Detrás del desprestigio del empleado público se esconde algo más peligroso: El desprestigio de los servicios públicos propios de un Estado democrático, constitucional, plural y libre
José Carlos García Fajardo
miércoles, 11 de abril de 2012, 06:50 h (CET)
El primer rostro que vio nuestro hijo al nacer fue el del médico. Un empleado público. Los enfermeros, las auxiliares, los celadores que cuidan de nosotros en el hospital son  empleados públicos.

La Sanidad no es perfecta, ¿pero sería justo que quien no pudiera pagar no tuviera derecho a la salud?

En agosto de 1971, Richard Nixon privatizó la sanidad en Estados Unidos. En grabaciones se interceptaron declaraciones como éstas, en las que John Ehrlichman, asesor del presidente, le promete a Nixon:

“Todos los incentivos estarán dirigidos al menor cuidado médico posible”.  El empresario Edgar Kaiser afirmaba: “Cuantos menos cuidados proporcionen, más dinero ganarán”.

Kaiser se refiere a los magnates y directivos de la industria de la salud. Son esos mismos magnates los que hoy en día proporcionan los fondos necesarios para financiar las campañas políticas de los congresistas estadounidenses, muchos de los cuales han cargado contra los empleados públicos.
También son empleados públicos los que hacen los salvamentos, los que acuden si hay un incendio, los que vigilan nuestra seguridad en las calles. Si dejan de ser servicios públicos, los ciudadanos tendrán que tener preparado le dinero necesario para contar con esos servicios. No todos se lo podrán permitir.

Si no estamos atentos, algún día serán privados y hasta nos convencerán de que es lo mejor que nos puede suceder. Sobre todo cuando hayamos dejado de ser ciudadanos y nos hayan vuelto a degradar a súbditos.

También  son empleados públicos  los que garantizan el derecho a la educación de nuestros hijos. Y una formación profesional que nos facilite el acceso al mercado laboral.

Cuando la educación deje de ser un derecho y pase a ser un producto del mercado, muchos no sabrán leer estas líneas. Los empleados públicos en España son el 9,5% del total de la población empleada. En la Unión Europea, son más del 16%.

En España hay 6,5 empleados públicos por cada 100 habitantes. En Europa hay más de 15.
Cuanto más avanzado es un país, cuanto más desarrollado tiene su estado del bienestar, cuantos más derechos tiene su población, mayor número de empleados públicos tiene. Veamos: Dinamarca, un 25,7%,  Suecia, 21,1%.

Es falso que los empleados sean un gran gasto para el Estado. La mayoría son “mileuristas”, aunque muchos ni siquiera llegan a los 1.000 euros.

España es el país de la Unión Europea que menos gasta en salarios de los empleados públicos. Pero es uno de los países con mejores Servicios de Sanidad Publica del mundo.

Algunos ignorantes, contumaces, sostienen que los empleados públicos son privilegiados por tener un empleo fijo. No es cierto. Un empleo fijo es un derecho para todos los trabajadores que logren alcanzarlo, no un privilegio otorgado en razón de la familia, fortuna o afiliación ideológica.

Además, en la actualidad, la tasa de temporalidad en la función pública supera al sector privado: en 2009 llego al 24,9%. Y no podemos olvidar, salvo por una mente torticera, que hay determinadas actividades que son claves en una sociedad bien organizada. Y de una enorme responsabilidad. Por eso necesita tantos estudios, pruebas continuas y, al final, acceso a una plaza por una oposición entre iguales ante un tribunal  constituido y controlado por un ordenamiento legal  recurrible a instancias superiores. Si queremos unos Servicios Públicos objetivos, neutrales, independientes, es imprescindible la estabilidad en los empleados públicos.

Ahora, si lo que queremos son Administraciones Públicas clientelistas, corruptas y arbitrarias, pues volvemos a las cesantías del siglo XIX: “el que gobierne que coloque a los suyos”.

Y aun en nuestros días son conocidas las expresiones “¿Que hay de lo mío”. Y la mas miserable de todas: “A mi no me importa donde me coloquen, siempre que sea donde haiga”.

Detrás del desprestigio del empleado público se esconde algo más peligroso: El desprestigio de los servicios públicos propios de un Estado democrático, constitucional, plural y libre. No nos podemos dejar engañar. Los empleados públicos, con las excepciones que puede haber en cualquier otra actividad, son los que garantizan y hacen realidad nuestros derechos sociales en un Estado de Bienestar, justo, libre y democrático.

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