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Las tertulias de los mass-media se han convertidos en el wash and wear del pensamiento ciudadano.

Tertulias wash and wear

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Nada le produce más terror al poder espurio que la libertad de pensamiento y opinión, de ahí que haga ímprobos esfuerzos desde sus medios de comunicación –más del 70% del total mundial y la totalidad de los grandes medios de difusión- por impedirlo, insuflando en la población el veneno de conceptos pervertidos de antemano a través de opinadores aparentemente próximos al público, los cuales difunden el criterio que dicta el sistema con el fin de ningunear o desacreditar cualesquiera otros que no se dirijan en la misma línea o que pudieran hacer recapacitar a los ciudadanos en una dirección distinta al pensamiento oficial que conviene.

El pensamiento libre, como la libertad, siempre ha sido particularmente peligrosa para el sistema, especialmente si nos referimos de uno tan monolítico como el que actualmente gobierna el mundo, hoy en manos de un tan restringido grupo de “dioses” que incluso los gobiernos –y sus naciones- son bienes de su pertenencia. Impedirla, coartarla o, si es posible, encadenarla a las falacias, hoy más que nunca es el objeto último del sistema, garantizándose así una masa servil y humillada de contribuyentes que obedezcan ciegamente los dictados del poder y se crean las mentiras que vierte. Así, y como un recurso bien estudiado de ingeniería social, los medios –en realidad un único medio: el oficial-, crean aparentes debates entre opinadores a sueldo, dando a veces la impresión de que son representantes de tendencias o corrientes de opinión que existen en la sociedad –previamente repartidos los papeles de buenos y malos entre los opinadores participantes-, de modo que el resultado final sea el asentamiento de la verdad oficial (síntesis), cuando sencillamente han sido y son un conciliábulo de sicarios que dedican sus esfuerzos a la crucifixión de las posturas "inconvenientes" que pudieran tener cabida en un momento dado en la sociedad. Adoctrinar, uniformar el pensamiento social, de eso se trata, porque la libertad es muy peligrosa y, aunque se puede encarcelar a un individuo, las ideas son muy peligrosas y actos desmedidos pueden crear mártires, que son el germen de las revoluciones, como muy bien el sistema sabe. Mejor destruir las ideas cuando aún no han encarnado, y para eso están las tertulias wash and wear: "así tiene usted que opinar", dicen como colofón.

Uno se pregunta que por qué se da oficialmente por sentado la bondad de ciertos grupos o la perversión de otros, hasta que la casualidad o la búsqueda por ámbitos distintos de los oficiales conduce a la verdad: que ese grupo tan aparentemente respetado por todos está financiado por el tiburón correspondiente, que esa asociación internacional tan defensora de los derechos y qué se yo qué es un montaje de El Club, o que este demonizado personaje o esa información perturbadora es contraria a los intereses del sistema y particularmente peligrosa por lo que informa, desvela o pretende.

La libertad de expresión que prima es la oficial, y sólo se considera como positiva la “otra” libertad de expresión, la de los ciudadanos, cuando apoya, respalda o corea la oficial. La que no, sencillamente es ignorada, cuando no destruido quien pudiera sostenerla. Decía Perich, con toda razón, que “gracias a la libertad de expresión hoy ya es posible decir que un gobernante es un inútil sin que te pase nada. Al gobernante, tampoco.” Toda una radiografía de nuestra realidad, no importa qué pruebas aporte aquél que discrepa, critica o arremete contra el poder y la verdad oficial: son sencillamente intocables, y, si por un aquél hubiera visos de que el discrepante o el crítico pudiera dañar al valedor de la verdad oficial o a esa verdad oficial misma, enseguida una campaña de tertulianos feroces destruirá la credibilidad o la vida misma del crítico desde las tribunas de los mass-media. Roma, después de todo, no paga traidores.

Las tertulias y las columnas de opinión de los grandes medios, los que son propiedad del sistema –más del 70% del total mundial, repito, y entre ellos la práctica totalidad de los “famosos”-, no están abiertos a otras discrepancias que las aparentes. Para eso pagan, para que voces diversas difundan una opinión única. Carl Sagan decía que “mientras no escriba sobre el gobierno, la religión, la política y otras instituciones, soy libre de escribir cualquier cosa”, si bien esto debe entenderse “fuera del contexto oficial” o aún “para criticarlo”. Si eres buen chico, obedeces y difundes como un eco las verdades que le interesan al sistema, llegarás adonde te propongas, siempre según tu nivel de influencia y relación; pero si eres crítico con el sistema, no importa que seas un talento sin igual, un genio, una lumbrera, un avatar o ser más formidable personaje del mundo: serás marginado, ninguneado, ignorado… o destruido. Cuentan con toda una enorme gama de herramientas para ellos, y, si fueras capaz de llegar a los medios, tienen las tertulias, esas baterías de artillería dialéctica donde expertos francotiradores del verbo bombardearán tus posiciones sin que tengas la menor posibilidad de defensa. Roma, ya digo, no paga traidores.

Un autor que se muestre crítico con el sistema de valores o el adoctrinamiento con que se uniforma a la sociedad, no es un autor deseable, y, no importa cuántos y qué tan importantes premios –o finales de esos premios, que lo más lejos que podrá llegar- literarios alcance, será proscrito en una de esas muchas listas negras que no existen oficialmente -se lo dice alguien que de esto sabe lo suyo-. Los premios, precisamente, están justamente para lo contrario, para uniformar el pensamiento público conforme al patronaje oficial, lo mismo que esas tertulias que son el wash and wear del pensamiento ciudadano. Discrepan, se oponen o defienden las acciones oficiales, pero siempre con una debilidad tal que finalmente terminarán reforzándolas: "no hay otro camino que el que nos indica el poder", vienen a decir. Así, el ciudadano dado a presenciar estos auténticos lavados de cerebro que se practican desde los medios, desde la literatura, el cine o desde esas máquinas de lavar cerebros que todo el mundo tiene instalado en la salita de su casa, ve el mundo con los ojos que le interesa al poder que lo vea, y piensa sólo en aquello que se le ha dicho que piense. La realidad del mundo o de la sociedad, es indiferente para quienes han sido debidamente adoctrinados, y defenderán como propias verdades que no son suyas (Göebbels dixit). ¿Para qué cegar los ojos de la población si se la puede lavar y planchar el cerebro?... Pues eso: tertulias, un wash and wear imprescindible para que el mundo funcione como lo hace, siempre con el consentimiento y aplauso de las masas.

Tertulias wash and wear

Las tertulias de los mass-media se han convertidos en el wash and wear del pensamiento ciudadano.
Ángel Ruiz Cediel
martes, 10 de abril de 2012, 07:28 h (CET)
Nada le produce más terror al poder espurio que la libertad de pensamiento y opinión, de ahí que haga ímprobos esfuerzos desde sus medios de comunicación –más del 70% del total mundial y la totalidad de los grandes medios de difusión- por impedirlo, insuflando en la población el veneno de conceptos pervertidos de antemano a través de opinadores aparentemente próximos al público, los cuales difunden el criterio que dicta el sistema con el fin de ningunear o desacreditar cualesquiera otros que no se dirijan en la misma línea o que pudieran hacer recapacitar a los ciudadanos en una dirección distinta al pensamiento oficial que conviene.

El pensamiento libre, como la libertad, siempre ha sido particularmente peligrosa para el sistema, especialmente si nos referimos de uno tan monolítico como el que actualmente gobierna el mundo, hoy en manos de un tan restringido grupo de “dioses” que incluso los gobiernos –y sus naciones- son bienes de su pertenencia. Impedirla, coartarla o, si es posible, encadenarla a las falacias, hoy más que nunca es el objeto último del sistema, garantizándose así una masa servil y humillada de contribuyentes que obedezcan ciegamente los dictados del poder y se crean las mentiras que vierte. Así, y como un recurso bien estudiado de ingeniería social, los medios –en realidad un único medio: el oficial-, crean aparentes debates entre opinadores a sueldo, dando a veces la impresión de que son representantes de tendencias o corrientes de opinión que existen en la sociedad –previamente repartidos los papeles de buenos y malos entre los opinadores participantes-, de modo que el resultado final sea el asentamiento de la verdad oficial (síntesis), cuando sencillamente han sido y son un conciliábulo de sicarios que dedican sus esfuerzos a la crucifixión de las posturas "inconvenientes" que pudieran tener cabida en un momento dado en la sociedad. Adoctrinar, uniformar el pensamiento social, de eso se trata, porque la libertad es muy peligrosa y, aunque se puede encarcelar a un individuo, las ideas son muy peligrosas y actos desmedidos pueden crear mártires, que son el germen de las revoluciones, como muy bien el sistema sabe. Mejor destruir las ideas cuando aún no han encarnado, y para eso están las tertulias wash and wear: "así tiene usted que opinar", dicen como colofón.

Uno se pregunta que por qué se da oficialmente por sentado la bondad de ciertos grupos o la perversión de otros, hasta que la casualidad o la búsqueda por ámbitos distintos de los oficiales conduce a la verdad: que ese grupo tan aparentemente respetado por todos está financiado por el tiburón correspondiente, que esa asociación internacional tan defensora de los derechos y qué se yo qué es un montaje de El Club, o que este demonizado personaje o esa información perturbadora es contraria a los intereses del sistema y particularmente peligrosa por lo que informa, desvela o pretende.

La libertad de expresión que prima es la oficial, y sólo se considera como positiva la “otra” libertad de expresión, la de los ciudadanos, cuando apoya, respalda o corea la oficial. La que no, sencillamente es ignorada, cuando no destruido quien pudiera sostenerla. Decía Perich, con toda razón, que “gracias a la libertad de expresión hoy ya es posible decir que un gobernante es un inútil sin que te pase nada. Al gobernante, tampoco.” Toda una radiografía de nuestra realidad, no importa qué pruebas aporte aquél que discrepa, critica o arremete contra el poder y la verdad oficial: son sencillamente intocables, y, si por un aquél hubiera visos de que el discrepante o el crítico pudiera dañar al valedor de la verdad oficial o a esa verdad oficial misma, enseguida una campaña de tertulianos feroces destruirá la credibilidad o la vida misma del crítico desde las tribunas de los mass-media. Roma, después de todo, no paga traidores.

Las tertulias y las columnas de opinión de los grandes medios, los que son propiedad del sistema –más del 70% del total mundial, repito, y entre ellos la práctica totalidad de los “famosos”-, no están abiertos a otras discrepancias que las aparentes. Para eso pagan, para que voces diversas difundan una opinión única. Carl Sagan decía que “mientras no escriba sobre el gobierno, la religión, la política y otras instituciones, soy libre de escribir cualquier cosa”, si bien esto debe entenderse “fuera del contexto oficial” o aún “para criticarlo”. Si eres buen chico, obedeces y difundes como un eco las verdades que le interesan al sistema, llegarás adonde te propongas, siempre según tu nivel de influencia y relación; pero si eres crítico con el sistema, no importa que seas un talento sin igual, un genio, una lumbrera, un avatar o ser más formidable personaje del mundo: serás marginado, ninguneado, ignorado… o destruido. Cuentan con toda una enorme gama de herramientas para ellos, y, si fueras capaz de llegar a los medios, tienen las tertulias, esas baterías de artillería dialéctica donde expertos francotiradores del verbo bombardearán tus posiciones sin que tengas la menor posibilidad de defensa. Roma, ya digo, no paga traidores.

Un autor que se muestre crítico con el sistema de valores o el adoctrinamiento con que se uniforma a la sociedad, no es un autor deseable, y, no importa cuántos y qué tan importantes premios –o finales de esos premios, que lo más lejos que podrá llegar- literarios alcance, será proscrito en una de esas muchas listas negras que no existen oficialmente -se lo dice alguien que de esto sabe lo suyo-. Los premios, precisamente, están justamente para lo contrario, para uniformar el pensamiento público conforme al patronaje oficial, lo mismo que esas tertulias que son el wash and wear del pensamiento ciudadano. Discrepan, se oponen o defienden las acciones oficiales, pero siempre con una debilidad tal que finalmente terminarán reforzándolas: "no hay otro camino que el que nos indica el poder", vienen a decir. Así, el ciudadano dado a presenciar estos auténticos lavados de cerebro que se practican desde los medios, desde la literatura, el cine o desde esas máquinas de lavar cerebros que todo el mundo tiene instalado en la salita de su casa, ve el mundo con los ojos que le interesa al poder que lo vea, y piensa sólo en aquello que se le ha dicho que piense. La realidad del mundo o de la sociedad, es indiferente para quienes han sido debidamente adoctrinados, y defenderán como propias verdades que no son suyas (Göebbels dixit). ¿Para qué cegar los ojos de la población si se la puede lavar y planchar el cerebro?... Pues eso: tertulias, un wash and wear imprescindible para que el mundo funcione como lo hace, siempre con el consentimiento y aplauso de las masas.

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