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Cada vez desconfío más de todo lo “políticamente correcto”

Gobernantes e ingenieros sociales

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Parece que el mundo es una lucha permanente en el que unos buscan el poder para disfrutarlo y otros siempre resultan dominados. Bien es verdad que los que buscan el poder aseguran que lo hacen para conseguir organizar mejor la sociedad y la convivencia, pero hasta el momento no parece que sea así. Digan lo que digan, los que se empeñan en gobernarnos, lo que de verdad le importa es el poder. Invocando la sacrosanta democracia, cada formación política, pide nuestro voto prometiendo cosas de las que pronto se olvida. Esto es algo así como el proyecto de construcción una ciudad en la que cada líder, como gran arquitecto, quiere hacerla a su gusto y mientras discuten pasa el tiempo y nada se acaba y vuelven a pedir nuestro voto y así una vez y otra. Unos ganan y otros pierden y siempre estamos en lo mismo.

No quiero decir que nos hayamos quedado estancados, al contrario, la sociedad está siendo sometida a constantes cambios. Cosas que parecían impensables se aceptan sin discusión. La familia estable: padre, madre e hijos, que fue la base de la sociedad, ha sido deconstruida, como se dice ahora, sustituida por una libertad sexual desenfrenada, en la que se aceptan como equivalentes cualquier clase de uniones. Hoy triunfa el feminismo y la ideología de género que son lo políticamente correcto y quien se resista puede resultar vilipendiado, perseguido y condenado.

Seguramente la riqueza y el trabajo siguen tan mal distribuidos como siempre pero hay libertad para copular todo lo que se quiera y con cualquier orientación. El problema de mantener una familia puede ir desapareciendo si no hay hijos… ni familias. Nacen menos de los que se mueren y envejecemos, a cambio recibimos emigrantes que, al parecer, no tienen ningún interés en integrarse ni adoptar nuestra forma de vida. ¿Es esto lo que hemos pedido democráticamente a nuestros gobernantes?

Por aquello de: “ mal de muchos, consuelo de tontos”, vemos que pasa lo mismo en cada vez más países, que se anotan como un tanto progresista el derecho al aborto y el matrimonio entre personas del mismo sexo.

Los organismos internacionales, que tienen tan escaso éxito en evitar las guerras y defender los derechos humanos de feroces dictaduras, consiguen a través de sus comisiones y conferencias extender el aborto, que ellos le llaman proteger la salud sexual y reproductiva y reducir la población del planeta que, dicen ellos, no puede soportar tanta población, para lo que se alían con los defensores del cambio climático, empeñados en que si hace calor es por nuestra culpa. Aquella truculenta historia del agujero de la capa de ozono, de la que ya no se habla, ¿qué pasó?

Por mi parte cada vez desconfío más de lo “políticamente correcto”, del calentamiento global y la llamada a salvar el planeta. También desconfío del sistema democrático que tenemos, enredado constantemente en dimes y diretes, mientras cobran de nuestros impuestos, desconfío de la educación que se imparte, de la lentitud de la justicia, de tanto dato estadístico que no puedo comprobar, de tanto embuste y tanta corrupción. Desconfío hasta de los telediarios y su sospechosa unanimidad.

Gobernantes e ingenieros sociales

Cada vez desconfío más de todo lo “políticamente correcto”
Francisco Rodríguez
miércoles, 6 de septiembre de 2017, 08:34 h (CET)
Parece que el mundo es una lucha permanente en el que unos buscan el poder para disfrutarlo y otros siempre resultan dominados. Bien es verdad que los que buscan el poder aseguran que lo hacen para conseguir organizar mejor la sociedad y la convivencia, pero hasta el momento no parece que sea así. Digan lo que digan, los que se empeñan en gobernarnos, lo que de verdad le importa es el poder. Invocando la sacrosanta democracia, cada formación política, pide nuestro voto prometiendo cosas de las que pronto se olvida. Esto es algo así como el proyecto de construcción una ciudad en la que cada líder, como gran arquitecto, quiere hacerla a su gusto y mientras discuten pasa el tiempo y nada se acaba y vuelven a pedir nuestro voto y así una vez y otra. Unos ganan y otros pierden y siempre estamos en lo mismo.

No quiero decir que nos hayamos quedado estancados, al contrario, la sociedad está siendo sometida a constantes cambios. Cosas que parecían impensables se aceptan sin discusión. La familia estable: padre, madre e hijos, que fue la base de la sociedad, ha sido deconstruida, como se dice ahora, sustituida por una libertad sexual desenfrenada, en la que se aceptan como equivalentes cualquier clase de uniones. Hoy triunfa el feminismo y la ideología de género que son lo políticamente correcto y quien se resista puede resultar vilipendiado, perseguido y condenado.

Seguramente la riqueza y el trabajo siguen tan mal distribuidos como siempre pero hay libertad para copular todo lo que se quiera y con cualquier orientación. El problema de mantener una familia puede ir desapareciendo si no hay hijos… ni familias. Nacen menos de los que se mueren y envejecemos, a cambio recibimos emigrantes que, al parecer, no tienen ningún interés en integrarse ni adoptar nuestra forma de vida. ¿Es esto lo que hemos pedido democráticamente a nuestros gobernantes?

Por aquello de: “ mal de muchos, consuelo de tontos”, vemos que pasa lo mismo en cada vez más países, que se anotan como un tanto progresista el derecho al aborto y el matrimonio entre personas del mismo sexo.

Los organismos internacionales, que tienen tan escaso éxito en evitar las guerras y defender los derechos humanos de feroces dictaduras, consiguen a través de sus comisiones y conferencias extender el aborto, que ellos le llaman proteger la salud sexual y reproductiva y reducir la población del planeta que, dicen ellos, no puede soportar tanta población, para lo que se alían con los defensores del cambio climático, empeñados en que si hace calor es por nuestra culpa. Aquella truculenta historia del agujero de la capa de ozono, de la que ya no se habla, ¿qué pasó?

Por mi parte cada vez desconfío más de lo “políticamente correcto”, del calentamiento global y la llamada a salvar el planeta. También desconfío del sistema democrático que tenemos, enredado constantemente en dimes y diretes, mientras cobran de nuestros impuestos, desconfío de la educación que se imparte, de la lentitud de la justicia, de tanto dato estadístico que no puedo comprobar, de tanto embuste y tanta corrupción. Desconfío hasta de los telediarios y su sospechosa unanimidad.

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