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Etiquetas | Historia | Paraguay
Hace setenta y dos años, finalizada una guerra olvidada sobre la cual los libros de historia siguen ocultando grandes verdades, un desfile de la victoria celebraba el preludio de una gran derrota

El desfile de la derrota

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Decían los romanos que el tránsito de la gloria por este mundo siempre es breve, y los que siete décadas atrás organizaron un desfile en celebración de una victoria militar en la guerra del Chaco lo comprobarían poco después.

El 22 de agosto de 1935, decenas de miles de paraguayos se volcaron a las calles de Asunción para ver desfilar a las victoriosas tropas paraguayas que habían hecho retroceder a los bolivianos más allá del límite natural e histórico del Chaco, el río Parapití.

La mayor parte de la ceremonia se desarrolló a lo largo de una avenida que hoy lleva la denominación de “Mariscal López”, donde las autoridades montaron un palco en celebración de lo que se presentaba como una gran victoria de las armas paraguayas.

Al final del recorrido esperaba un arco del triunfo, y una famosa fotografía del evento muestra al luego dictador José Félix Estigarribia, pasando frente a la Legación Alemana ornada con banderas nazis. Lo que la ilusión del momento pretendía presentarcomo un victorioso desfile de quienes habían conquistado gloriosamente sus coronas de laureles, para ofrecerlas al Dios Júpiter Optimus Maximus en su templo acompañados por sus lictores, quedaría en evidencia como un gran engaño.

Dos semanas después de concluir el desfile, se produciría una quema de archivo clave que dejaría envuelta a una guerra inexplicable en mayores enigmas.

El Senador Huey Long, quien había sacudido Washington denunciando la injerencia de las empresas petroleras en la última guerra de Sudamérica, dejaría sin voz a los muertos, los únicos capaces de ver el final de la guerra.

El 8 de septiembre de 1935, en Baton Rouge, alguien había citado en el capitolio estatal a un joven médico, Carl Weiss, para que aparezca en escena a modo de cabeza de turco. Estaba desarmado, pero la policía estatal de Louisiana y los guardaespaldas del Senador Long afirmaron que llevaba un arma que escondía bajo su sombrero panamá. Dijeron que ello le valió la lluvia de balas, en total sesenta y una, que acabaron con su vida. Para incriminarlo, abrieron su automóvil y extrajeron su arma personal de la guantera, su hermano testificaría que cuando se hizo presente en el lugar de los luctuosos sucesos vio el carro con las puertas abiertas y con los objetos personales del doctor Weiss desparramados en su alrededor.

Según el informe oficial, Long resultó herido de dos balazos disparados por un médico que estaba desarmado. Para mayores controversias, el arma de Weiss era calibre 32, y las balas que mataron a Long eran de calibres 38 y 45.

Weiss era uno de los más brillantes médicos del estado de Louisiana, la alcurnia de su familia no estaba en discusión, y podía perder otras cosas más importantes que su prestigio profesional: a su bella y joven esposa, y a un niño pequeño. La versión de una policía considerada por muchos como corrupta tuvo poco crédito y sigue siendo considerada como un relato fabricado para encubrir a los verdaderos asesinos.

Teniendo en cuenta estas versiones que siguen vivas en la memoria e imaginario popular de los habitantes de Louisiana, no es extraño que la mayoría de la gente crea hasta el día de hoy que la empresa Standard Oil estuvo detrás del asesinato.

Cuenta la historia que durante la espectacular ceremonia del Triunfo, que el victorioso Dux (Militar vencedor en tierras extranjeras), tras abandonar su ejército en el Campo de Marte, traspasaba las murallas servianas acompañado en su carro por un esclavo que además de sostenerle los laureles, debía repetirle la frase “Respice post Te, Hominem te ese memento” (Mira atrás y recuerda, solo eres un hombre).

Aquella admonición les faltó a quienes en aquel momento de la historia paraguaya eran responsables de los destinos del país. Montesquiu había constatado que cuando las legiones romanas cruzaron los Alpes y los mares, los militares a quienes se había enviado a largas campañas en países sometidos, habían perdido el espíritu de ciudadanos, haciendo que los militares sientan su fuerza y ya no se vean obligados a obedecer.

Los coroneles que ganaron la guerra del Chaco, los vir triumphalis, desalojaron del poder al partido entonces hegemónico que solo volvería tras prometer el oro y el moro al enemigo. En 1938, con un tratado redactado –según confesión de él mismo- por el petrolero tejano Spruille Braden, Bolivia terminaría ganando “pacíficamente” lo perdido en una sangrienta guerra.

Se habían precipitado los acontecimientos para terminar convirtiendo aquel triunfo ante la esvástica de agosto de 1935, en un auténtico desfile de la derrota.

El desfile de la derrota

Hace setenta y dos años, finalizada una guerra olvidada sobre la cual los libros de historia siguen ocultando grandes verdades, un desfile de la victoria celebraba el preludio de una gran derrota
Luis Agüero Wagner
viernes, 25 de agosto de 2017, 08:03 h (CET)
Decían los romanos que el tránsito de la gloria por este mundo siempre es breve, y los que siete décadas atrás organizaron un desfile en celebración de una victoria militar en la guerra del Chaco lo comprobarían poco después.

El 22 de agosto de 1935, decenas de miles de paraguayos se volcaron a las calles de Asunción para ver desfilar a las victoriosas tropas paraguayas que habían hecho retroceder a los bolivianos más allá del límite natural e histórico del Chaco, el río Parapití.

La mayor parte de la ceremonia se desarrolló a lo largo de una avenida que hoy lleva la denominación de “Mariscal López”, donde las autoridades montaron un palco en celebración de lo que se presentaba como una gran victoria de las armas paraguayas.

Al final del recorrido esperaba un arco del triunfo, y una famosa fotografía del evento muestra al luego dictador José Félix Estigarribia, pasando frente a la Legación Alemana ornada con banderas nazis. Lo que la ilusión del momento pretendía presentarcomo un victorioso desfile de quienes habían conquistado gloriosamente sus coronas de laureles, para ofrecerlas al Dios Júpiter Optimus Maximus en su templo acompañados por sus lictores, quedaría en evidencia como un gran engaño.

Dos semanas después de concluir el desfile, se produciría una quema de archivo clave que dejaría envuelta a una guerra inexplicable en mayores enigmas.

El Senador Huey Long, quien había sacudido Washington denunciando la injerencia de las empresas petroleras en la última guerra de Sudamérica, dejaría sin voz a los muertos, los únicos capaces de ver el final de la guerra.

El 8 de septiembre de 1935, en Baton Rouge, alguien había citado en el capitolio estatal a un joven médico, Carl Weiss, para que aparezca en escena a modo de cabeza de turco. Estaba desarmado, pero la policía estatal de Louisiana y los guardaespaldas del Senador Long afirmaron que llevaba un arma que escondía bajo su sombrero panamá. Dijeron que ello le valió la lluvia de balas, en total sesenta y una, que acabaron con su vida. Para incriminarlo, abrieron su automóvil y extrajeron su arma personal de la guantera, su hermano testificaría que cuando se hizo presente en el lugar de los luctuosos sucesos vio el carro con las puertas abiertas y con los objetos personales del doctor Weiss desparramados en su alrededor.

Según el informe oficial, Long resultó herido de dos balazos disparados por un médico que estaba desarmado. Para mayores controversias, el arma de Weiss era calibre 32, y las balas que mataron a Long eran de calibres 38 y 45.

Weiss era uno de los más brillantes médicos del estado de Louisiana, la alcurnia de su familia no estaba en discusión, y podía perder otras cosas más importantes que su prestigio profesional: a su bella y joven esposa, y a un niño pequeño. La versión de una policía considerada por muchos como corrupta tuvo poco crédito y sigue siendo considerada como un relato fabricado para encubrir a los verdaderos asesinos.

Teniendo en cuenta estas versiones que siguen vivas en la memoria e imaginario popular de los habitantes de Louisiana, no es extraño que la mayoría de la gente crea hasta el día de hoy que la empresa Standard Oil estuvo detrás del asesinato.

Cuenta la historia que durante la espectacular ceremonia del Triunfo, que el victorioso Dux (Militar vencedor en tierras extranjeras), tras abandonar su ejército en el Campo de Marte, traspasaba las murallas servianas acompañado en su carro por un esclavo que además de sostenerle los laureles, debía repetirle la frase “Respice post Te, Hominem te ese memento” (Mira atrás y recuerda, solo eres un hombre).

Aquella admonición les faltó a quienes en aquel momento de la historia paraguaya eran responsables de los destinos del país. Montesquiu había constatado que cuando las legiones romanas cruzaron los Alpes y los mares, los militares a quienes se había enviado a largas campañas en países sometidos, habían perdido el espíritu de ciudadanos, haciendo que los militares sientan su fuerza y ya no se vean obligados a obedecer.

Los coroneles que ganaron la guerra del Chaco, los vir triumphalis, desalojaron del poder al partido entonces hegemónico que solo volvería tras prometer el oro y el moro al enemigo. En 1938, con un tratado redactado –según confesión de él mismo- por el petrolero tejano Spruille Braden, Bolivia terminaría ganando “pacíficamente” lo perdido en una sangrienta guerra.

Se habían precipitado los acontecimientos para terminar convirtiendo aquel triunfo ante la esvástica de agosto de 1935, en un auténtico desfile de la derrota.

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