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El bloqueo impuesto por el Mercosur al colonialismo inglés marca un hito en una historia de divisiones que incluso llevó a un genocidio en 1870

El bloqueo a las Malvinas y la Guerra del Paraguay

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La decisión del Mercosur (bloque integrado por Argentina, Brasil, Uruguay y Paraguay al que adhiere Venezuela) de bloquear a las islas Malvinas ocupadas por Inglaterra,  ha causado revuelo en los círculos diplomáticos, y generado diversas reacciones en los países de la región.

Apenas unos 25 barcos, en su mayoría pesqueros, son los afectados directos por la medida que sin embargo ha causado gran impacto en el Reino Unido.

Un comunicado difundido por Londres señala que “estamos muy preocupados por este último intento argentino para aislar a la población de las islas Falklands (nombre británico de Malvinas) y dañar su sustento, sin justificación”.   En el Paraguay, país dominado por una clase política colonizada como pocas, y carente de autonomía de pensamiento,  la mayoría de los “intelectuales orgánicos” opinó que la medida es contraria a los intereses del país.

Sin embargo, tanto la historia nacional como la Universal señalan otra cosa.

Guerra por encargo

Los mismos países que hoy inducen al gobierno paraguayo a sumarse a una medida contra Inglaterra, no deberían olvidar que alguna vez hicieron una guerra al Paraguay por encargo de su graciosa majestad, hacia 1865.

Corrían otros tiempos, y el Paraguay era la nación más avanzada de Sudamérica,  un mal ejemplo a los ojos de las grandes potencias, pero sus vecinos no tuvieron la grandeza de  imitarlo.  Dice el gran revisionista argentino José  María Rosa: “El Paraguay era un escándalo en América.  Un país bastándose a sí mismo, que nada traía de Inglaterra y se permitía detener a los hijos de ingleses, como en el caso Canstatt, con el pretexto de infringir las leyes del país, debería necesaria y urgentemente ponerse a la altura de la Argentina de Mitre.  Como la Home Fleet se veía trabada por los cañones de Humaitá para dar a los paraguayos la consabida lección de urbanidad, quedaba la tarea a cargo de los vecinos”.

Es que el Paraguay fue por entonces la única nación del continente donde encontró vallas infranqueables la expansión del imperialismo europeo de aquel tiempo. Y como el país estaba acostumbrado al aislamiento, desarrolló un género de economía peculiar que dependía muy poco de la economía internacional.

El resultado fue beneficioso, dado que el país pudo contar por su propia cuenta telégrafo y ferrocarril mucho antes que los demás de la región,  sin empeñar jirones de soberanía dado que fueron obras del gobierno paraguayo y no de expoliadores “inversionistas” extranjeros.

Tanta era la autonomía del Paraguay que se permitía arrestar a conspiradores de nacionalidad británica, como sucedió con James Canstatt.  Ante una airada protesta del cónsul inglés, mister Henderson, el único resultado sería la expulsión del país de diplomático británico.

En la rada de Buenos Aires

En la vecina argentina, entre tanto, el proteccionismo que necesitaban las provincias de tierra adentro se enfrentaba al libre cambio que enriquecía al puerto, constituyendo el trasfondo de sangrientas guerras civiles que duraron por décadas.

Uno de esos sangrientos episodios, precisamente, sería epilogado merced a la intervención de Francisco Solano López a través del pacto de San José de Flores, el 11 de noviembre de 1859.

Quien luego sería presentado por la historiografía mitrista como un bárbaro tirano, había entonces salvado a la misma Buenos Aires del poderoso ejército del general Urquiza.  Aclamado por el pueblo porteño, con el sable ceñido en Cepeda que Urquiza le obsequió y con el álbum que Mitre abrió en su honor, Solano López se embarcó en el vapor Tacuary el 29 de noviembre, satisfecho de haber mediado con éxito entre Mitre y Urquiza.

En represalia por la  detención del inglés Canstatt, dos buques de guerras británicos, el “Buzzard” y el “Grapples”, abrieron fuego contra el vapor paraguayo donde iba López en la misma rada del puerto de Buenos Aires, por orden del almirante Lushington.     

Solano López protestó el 30 de noviembre de 1859, y exigió a los argentinos a responder si se responsabilizaban de la “inviolabilidad de su rada”.  Las autoridades argentinas vacilaron, y el diplomático Carlos Tejedor contestó displicentemente que los argentinos “no conocían el estado de las relaciones entre el Paraguay y el reino de Inglaterra”.

Antes de volver al Paraguay por tierra,  Solano López presentó el 11 de diciembre una enérgica y profética protesta diciendo entre otras verdades que “Hollando los derechos internacional y marítimo, marinos ingleses impiden el paso y con sus cañones resuelven en aguas argentinas que la soberanía de esta república (Argentina) se resolverá el día que los marinos ingleses tengan la bondad de dispensarla”.

Faltaban más de 120 años para que Argentina se envuelva, imbuida de la fanfarria nacionalista de una dictadura oprobiosa, en una guerra con Inglaterra por la posesión de las islas Malvinas.

Veto a la bandera

Hoy el veto a la bandera de Malvinas tal vez signifique el final de aquella era de ignominia, cuando era posible que un jefe de estado paraguayo acabe  invadido y asesinado por encargo del imperialismo inglés.  Precisamente él,  Solano López, que había advertido a Buenos Aires de su sometimiento a la marina británica,  ya en 1859.

La medida del Mercosur también afectará a unos 40 barcos españoles, según informan fuentes inglesas, en una muestra más de que se trata de una medida contra un infame legado de potencias coloniales en estas latitudes.  “Si fuéramos palestinos, la Unión Europea se levantaría en armas” estalló el titular de la cámara de comercio de las islas, Roger Spink.

El exabrupto recuerda la frase de Oscar Wilde que decía que el concepto de opinión  pública, inventado y oficializado por Inglaterra, era un intento de organizar la ignorancia de la comunidad y elevarla a la dignidad de fuerza física. 

Que los dioses nos libren de la insensatez de tal objetivo, sobre todo tratándose de una potencia colonial decadente, que bien podría renunciar con grandeza y pacifismo a una de sus casi cien islas repartidas por todos los mares del mundo.

El bloqueo a las Malvinas y la Guerra del Paraguay

El bloqueo impuesto por el Mercosur al colonialismo inglés marca un hito en una historia de divisiones que incluso llevó a un genocidio en 1870
Luis Agüero Wagner
jueves, 22 de diciembre de 2011, 08:00 h (CET)

La decisión del Mercosur (bloque integrado por Argentina, Brasil, Uruguay y Paraguay al que adhiere Venezuela) de bloquear a las islas Malvinas ocupadas por Inglaterra,  ha causado revuelo en los círculos diplomáticos, y generado diversas reacciones en los países de la región.

Apenas unos 25 barcos, en su mayoría pesqueros, son los afectados directos por la medida que sin embargo ha causado gran impacto en el Reino Unido.

Un comunicado difundido por Londres señala que “estamos muy preocupados por este último intento argentino para aislar a la población de las islas Falklands (nombre británico de Malvinas) y dañar su sustento, sin justificación”.   En el Paraguay, país dominado por una clase política colonizada como pocas, y carente de autonomía de pensamiento,  la mayoría de los “intelectuales orgánicos” opinó que la medida es contraria a los intereses del país.

Sin embargo, tanto la historia nacional como la Universal señalan otra cosa.

Guerra por encargo

Los mismos países que hoy inducen al gobierno paraguayo a sumarse a una medida contra Inglaterra, no deberían olvidar que alguna vez hicieron una guerra al Paraguay por encargo de su graciosa majestad, hacia 1865.

Corrían otros tiempos, y el Paraguay era la nación más avanzada de Sudamérica,  un mal ejemplo a los ojos de las grandes potencias, pero sus vecinos no tuvieron la grandeza de  imitarlo.  Dice el gran revisionista argentino José  María Rosa: “El Paraguay era un escándalo en América.  Un país bastándose a sí mismo, que nada traía de Inglaterra y se permitía detener a los hijos de ingleses, como en el caso Canstatt, con el pretexto de infringir las leyes del país, debería necesaria y urgentemente ponerse a la altura de la Argentina de Mitre.  Como la Home Fleet se veía trabada por los cañones de Humaitá para dar a los paraguayos la consabida lección de urbanidad, quedaba la tarea a cargo de los vecinos”.

Es que el Paraguay fue por entonces la única nación del continente donde encontró vallas infranqueables la expansión del imperialismo europeo de aquel tiempo. Y como el país estaba acostumbrado al aislamiento, desarrolló un género de economía peculiar que dependía muy poco de la economía internacional.

El resultado fue beneficioso, dado que el país pudo contar por su propia cuenta telégrafo y ferrocarril mucho antes que los demás de la región,  sin empeñar jirones de soberanía dado que fueron obras del gobierno paraguayo y no de expoliadores “inversionistas” extranjeros.

Tanta era la autonomía del Paraguay que se permitía arrestar a conspiradores de nacionalidad británica, como sucedió con James Canstatt.  Ante una airada protesta del cónsul inglés, mister Henderson, el único resultado sería la expulsión del país de diplomático británico.

En la rada de Buenos Aires

En la vecina argentina, entre tanto, el proteccionismo que necesitaban las provincias de tierra adentro se enfrentaba al libre cambio que enriquecía al puerto, constituyendo el trasfondo de sangrientas guerras civiles que duraron por décadas.

Uno de esos sangrientos episodios, precisamente, sería epilogado merced a la intervención de Francisco Solano López a través del pacto de San José de Flores, el 11 de noviembre de 1859.

Quien luego sería presentado por la historiografía mitrista como un bárbaro tirano, había entonces salvado a la misma Buenos Aires del poderoso ejército del general Urquiza.  Aclamado por el pueblo porteño, con el sable ceñido en Cepeda que Urquiza le obsequió y con el álbum que Mitre abrió en su honor, Solano López se embarcó en el vapor Tacuary el 29 de noviembre, satisfecho de haber mediado con éxito entre Mitre y Urquiza.

En represalia por la  detención del inglés Canstatt, dos buques de guerras británicos, el “Buzzard” y el “Grapples”, abrieron fuego contra el vapor paraguayo donde iba López en la misma rada del puerto de Buenos Aires, por orden del almirante Lushington.     

Solano López protestó el 30 de noviembre de 1859, y exigió a los argentinos a responder si se responsabilizaban de la “inviolabilidad de su rada”.  Las autoridades argentinas vacilaron, y el diplomático Carlos Tejedor contestó displicentemente que los argentinos “no conocían el estado de las relaciones entre el Paraguay y el reino de Inglaterra”.

Antes de volver al Paraguay por tierra,  Solano López presentó el 11 de diciembre una enérgica y profética protesta diciendo entre otras verdades que “Hollando los derechos internacional y marítimo, marinos ingleses impiden el paso y con sus cañones resuelven en aguas argentinas que la soberanía de esta república (Argentina) se resolverá el día que los marinos ingleses tengan la bondad de dispensarla”.

Faltaban más de 120 años para que Argentina se envuelva, imbuida de la fanfarria nacionalista de una dictadura oprobiosa, en una guerra con Inglaterra por la posesión de las islas Malvinas.

Veto a la bandera

Hoy el veto a la bandera de Malvinas tal vez signifique el final de aquella era de ignominia, cuando era posible que un jefe de estado paraguayo acabe  invadido y asesinado por encargo del imperialismo inglés.  Precisamente él,  Solano López, que había advertido a Buenos Aires de su sometimiento a la marina británica,  ya en 1859.

La medida del Mercosur también afectará a unos 40 barcos españoles, según informan fuentes inglesas, en una muestra más de que se trata de una medida contra un infame legado de potencias coloniales en estas latitudes.  “Si fuéramos palestinos, la Unión Europea se levantaría en armas” estalló el titular de la cámara de comercio de las islas, Roger Spink.

El exabrupto recuerda la frase de Oscar Wilde que decía que el concepto de opinión  pública, inventado y oficializado por Inglaterra, era un intento de organizar la ignorancia de la comunidad y elevarla a la dignidad de fuerza física. 

Que los dioses nos libren de la insensatez de tal objetivo, sobre todo tratándose de una potencia colonial decadente, que bien podría renunciar con grandeza y pacifismo a una de sus casi cien islas repartidas por todos los mares del mundo.

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