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Marcos Méndez Sanguos

'Código 46', de Michael Winterbottom

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El futuro de “Código 46” es el más próximo, objetivo y deprimente de cuantos hemos visto últimamente. En un mundo marcado por una globalización absoluta, los que están “fuera” no existen más que para mediatizar a los que están “dentro”, los globalizados, diferentes, perfectos, impolutos habitantes de ciudades en las cuales se da la mayor de las paradojas y la más grande de las lacras: la deshumanización del ser humano y su mundo a manos del propio ser humano (hoy tenemos un ejemplo palmario en las relaciones Primer Mundo – Tercer Mundo, marcadas por el aprovechamiento voraz del primero y el empobrecimiento continuo del segundo).

Sin embargo, si ahora nos podemos permitir cierta rabia contra la injusticia dominante (donaciones, apadrinamientos, protestas), en el futuro que pinta Michael Winterbottom no hay lugar para la infelicidad o la solidaridad con otros seres humanos que no tengan sus papeles en regla, el “cover”, una especie de seguro y visado en la misma tarjeta. A grosso modo: la gente que no vive según las reglas de clonación y genética imperantes en “La Esfinge” es como si dejara de existir; es la actualidad a lo grande, sin fronteras entre países pero con una barrera más alta y fuerte, infranqueable y descorazonadora.

En medio de este tórrido universo donde el sol no goza de muy alta estima, no es fácil que una pareja extramarital salga adelante con tantas trabas globales. Y más complicado resulta cuando uno de ellos es un falsificador de visados (seguimos pegados a la realidad) o en el momento en que se descubre que poseen un ADN similar.

Winterbottom no maneja grandes decorados ni recrea instrumentos futuristas por simple megalomanía; aquí la dialéctica máquina-hombre se sustituye por la de hombre-hombre, pues no hacen falta los últimos avances en electrónica e informática para mostrar que el mundo se nos está escapando de las manos.

El borrado de recuerdos específicos está a la orden del día, y los últimos planos de María perdida en el desierto reflejan un futuro sin amor tanto como un amor sin futuro. Una aldea global impermeable a la humanidad del ser humano donde sólo encontramos algo del pasado en una colcha bordada con afecto, lejos de las máquinas y del hombre-máquina que algún día estamos destinados a ser.

Film imprescindible e indescriptible, “Código 46” es la visión de un instante racional de un posible destino (más cerca de “Gattaca” que de “Minority Report”, pero en la misma línea) que nos deja desalentados ante la inmensa probabilidad del triunfo de la sinrazón por el bienestar, del escepticismo ante la piedad.

'Código 46', de Michael Winterbottom

Marcos Méndez Sanguos
Marcos Méndez
jueves, 30 de junio de 2005, 23:37 h (CET)
El futuro de “Código 46” es el más próximo, objetivo y deprimente de cuantos hemos visto últimamente. En un mundo marcado por una globalización absoluta, los que están “fuera” no existen más que para mediatizar a los que están “dentro”, los globalizados, diferentes, perfectos, impolutos habitantes de ciudades en las cuales se da la mayor de las paradojas y la más grande de las lacras: la deshumanización del ser humano y su mundo a manos del propio ser humano (hoy tenemos un ejemplo palmario en las relaciones Primer Mundo – Tercer Mundo, marcadas por el aprovechamiento voraz del primero y el empobrecimiento continuo del segundo).

Sin embargo, si ahora nos podemos permitir cierta rabia contra la injusticia dominante (donaciones, apadrinamientos, protestas), en el futuro que pinta Michael Winterbottom no hay lugar para la infelicidad o la solidaridad con otros seres humanos que no tengan sus papeles en regla, el “cover”, una especie de seguro y visado en la misma tarjeta. A grosso modo: la gente que no vive según las reglas de clonación y genética imperantes en “La Esfinge” es como si dejara de existir; es la actualidad a lo grande, sin fronteras entre países pero con una barrera más alta y fuerte, infranqueable y descorazonadora.

En medio de este tórrido universo donde el sol no goza de muy alta estima, no es fácil que una pareja extramarital salga adelante con tantas trabas globales. Y más complicado resulta cuando uno de ellos es un falsificador de visados (seguimos pegados a la realidad) o en el momento en que se descubre que poseen un ADN similar.

Winterbottom no maneja grandes decorados ni recrea instrumentos futuristas por simple megalomanía; aquí la dialéctica máquina-hombre se sustituye por la de hombre-hombre, pues no hacen falta los últimos avances en electrónica e informática para mostrar que el mundo se nos está escapando de las manos.

El borrado de recuerdos específicos está a la orden del día, y los últimos planos de María perdida en el desierto reflejan un futuro sin amor tanto como un amor sin futuro. Una aldea global impermeable a la humanidad del ser humano donde sólo encontramos algo del pasado en una colcha bordada con afecto, lejos de las máquinas y del hombre-máquina que algún día estamos destinados a ser.

Film imprescindible e indescriptible, “Código 46” es la visión de un instante racional de un posible destino (más cerca de “Gattaca” que de “Minority Report”, pero en la misma línea) que nos deja desalentados ante la inmensa probabilidad del triunfo de la sinrazón por el bienestar, del escepticismo ante la piedad.

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