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No hay cosa más dura que contemplarse y no poder reconocerse

​Me miro al espejo, pero ¿me reconozco?

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La mayoría de las veces no somos conscientes de cómo pasa el tiempo en nuestras vidas porque, de forma general, siempre estamos sumidos en una rutina constante que ocupa los días sin dejar momento alguno para la reflexión o para tomar conciencia sobre nuestra identidad reflejada en un espejo. Nos miramos por las mañanas para arreglarnos, lavarnos los dientes o simplemente, peinarnos, pero sin más profundidad. Lo hacemos rápido sin prestar apenas atención a lo que vemos, porque físicamente parece que estamos igual que siempre.


Pexels jplenio 1576848


El trabajo, los estudios, los niños, los cursos, las tareas del hogar, la búsqueda de empleo… todas ellas son ocupaciones que nos absorben por completo, que no nos dejan apenas lugar para dedicarnos tiempo a nosotros mismos. Vamos corriendo a todos los sitios, siempre tenemos prisa y muchas veces, ni siquiera con motivos justificados. Estamos estresados, malhumorados, vamos por la vida desganados y lo que es peor aún, irritados y pagándolo con los más allegados o incluso, con desconocidos con los que compartimos metros y autobuses. Estamos agresivos, apáticos y no vemos más allá que esperar con ansia a que pase el día de la forma más rápida posible.


Vivimos con el piloto automático encendido sin prestar apenas atención a lo que sucede a nuestro alrededor porque ya estamos acostumbrados a ese estilo de vida, que muchas veces, viene impuesto por las obligaciones sociales, pero llega un día en el que por diversas cuestiones, contamos, por primera vez, con tiempo y eso hace que nos miremos a un espejo sin tener que peinarnos tan rápido como lo hacíamos antes y podemos, entonces no sólo vernos, sino observarnos de verdad. Ahí nos daremos cuenta que todo lo que nos sucede se queda marcado en nuestro rostro, que los años han pasado y que nuestras ojeras son más marcadas, que los dolores del alma se ven reflejados en una mirada un poco más triste pero más experta, que las arrugas de nuestro corazón también han empezado a manifestarse con pliegues en nuestra cara y por un instante, pudiera ser que no nos reconozcamos como pensábamos que éramos. Y es que los años pasan para todos pero será en los demás en quienes veamos el paso de los días y no tanto en nosotros mismos, porque apenas nos miramos en el espejo, porque hacemos miles de fotos pero enmascaradas de una falsa realidad por emplear siempre filtros que hacen que nos olvidemos de cómo somos físicamente. Empleamos programas de edición para modificar, incluso, la estructura de los cuerpos llegando a distorsionar la imagen real.


La realidad es que hay que ser valiente, y poder mirarse de verdad. Poder admitir que el tiempo pasa para todos y que nuestras expresiones faciales han cambiado debido a las experiencias por las que hemos pasado. No es malo expresar en el rostro el cansancio que a veces tenemos, porque no se trata de fingir de forma constante, ya que eso llegaría a agotarnos, pero sí que debemos prestarnos atención a nosotros mismos porque somos lo más importante que tenemos, porque la vida es un camino que al igual que empieza, también tiene un final y de uno depende el disfrutar de ese sendero de la mejor forma posible o de rendirse durante el trayecto. Lo cierto, es que chocarse con piedras hace que nos obliguemos a seguir de forma distinta pero lo más importante es no darse por vencido y manejar el tiempo de la mejor manera posible.


Se trata de ponernos frente a un espejo de manera más frecuente para no olvidarnos de cómo somos y de cómo vamos siendo sin olvidar instantes de reflexión que nos hagan hacer pausas de vez en cuando, para poder encontrarnos en situaciones en las que nos sintamos un poco perdidos, porque no hay cosa más dura para cualquier persona, que mirarse a un espejo y no poder reconocerse. No hay cosa más dura que no atenderse a sí mismo como se debiera. No hay cosa más dura que contemplarse y ver que no queda nada de aquello que fue en el pasado porque la cara es el espejo del alma, pero esa cara va dando señales previas de cómo todo lo que vivimos se queda marcado y nos afecta en nuestro rostro. Un rostro que es la cara de presentación de nuestra vida y de esa, sólo tenemos una.

​Me miro al espejo, pero ¿me reconozco?

No hay cosa más dura que contemplarse y no poder reconocerse
Violeta Torrejón
miércoles, 8 de mayo de 2024, 09:46 h (CET)

La mayoría de las veces no somos conscientes de cómo pasa el tiempo en nuestras vidas porque, de forma general, siempre estamos sumidos en una rutina constante que ocupa los días sin dejar momento alguno para la reflexión o para tomar conciencia sobre nuestra identidad reflejada en un espejo. Nos miramos por las mañanas para arreglarnos, lavarnos los dientes o simplemente, peinarnos, pero sin más profundidad. Lo hacemos rápido sin prestar apenas atención a lo que vemos, porque físicamente parece que estamos igual que siempre.


Pexels jplenio 1576848


El trabajo, los estudios, los niños, los cursos, las tareas del hogar, la búsqueda de empleo… todas ellas son ocupaciones que nos absorben por completo, que no nos dejan apenas lugar para dedicarnos tiempo a nosotros mismos. Vamos corriendo a todos los sitios, siempre tenemos prisa y muchas veces, ni siquiera con motivos justificados. Estamos estresados, malhumorados, vamos por la vida desganados y lo que es peor aún, irritados y pagándolo con los más allegados o incluso, con desconocidos con los que compartimos metros y autobuses. Estamos agresivos, apáticos y no vemos más allá que esperar con ansia a que pase el día de la forma más rápida posible.


Vivimos con el piloto automático encendido sin prestar apenas atención a lo que sucede a nuestro alrededor porque ya estamos acostumbrados a ese estilo de vida, que muchas veces, viene impuesto por las obligaciones sociales, pero llega un día en el que por diversas cuestiones, contamos, por primera vez, con tiempo y eso hace que nos miremos a un espejo sin tener que peinarnos tan rápido como lo hacíamos antes y podemos, entonces no sólo vernos, sino observarnos de verdad. Ahí nos daremos cuenta que todo lo que nos sucede se queda marcado en nuestro rostro, que los años han pasado y que nuestras ojeras son más marcadas, que los dolores del alma se ven reflejados en una mirada un poco más triste pero más experta, que las arrugas de nuestro corazón también han empezado a manifestarse con pliegues en nuestra cara y por un instante, pudiera ser que no nos reconozcamos como pensábamos que éramos. Y es que los años pasan para todos pero será en los demás en quienes veamos el paso de los días y no tanto en nosotros mismos, porque apenas nos miramos en el espejo, porque hacemos miles de fotos pero enmascaradas de una falsa realidad por emplear siempre filtros que hacen que nos olvidemos de cómo somos físicamente. Empleamos programas de edición para modificar, incluso, la estructura de los cuerpos llegando a distorsionar la imagen real.


La realidad es que hay que ser valiente, y poder mirarse de verdad. Poder admitir que el tiempo pasa para todos y que nuestras expresiones faciales han cambiado debido a las experiencias por las que hemos pasado. No es malo expresar en el rostro el cansancio que a veces tenemos, porque no se trata de fingir de forma constante, ya que eso llegaría a agotarnos, pero sí que debemos prestarnos atención a nosotros mismos porque somos lo más importante que tenemos, porque la vida es un camino que al igual que empieza, también tiene un final y de uno depende el disfrutar de ese sendero de la mejor forma posible o de rendirse durante el trayecto. Lo cierto, es que chocarse con piedras hace que nos obliguemos a seguir de forma distinta pero lo más importante es no darse por vencido y manejar el tiempo de la mejor manera posible.


Se trata de ponernos frente a un espejo de manera más frecuente para no olvidarnos de cómo somos y de cómo vamos siendo sin olvidar instantes de reflexión que nos hagan hacer pausas de vez en cuando, para poder encontrarnos en situaciones en las que nos sintamos un poco perdidos, porque no hay cosa más dura para cualquier persona, que mirarse a un espejo y no poder reconocerse. No hay cosa más dura que no atenderse a sí mismo como se debiera. No hay cosa más dura que contemplarse y ver que no queda nada de aquello que fue en el pasado porque la cara es el espejo del alma, pero esa cara va dando señales previas de cómo todo lo que vivimos se queda marcado y nos afecta en nuestro rostro. Un rostro que es la cara de presentación de nuestra vida y de esa, sólo tenemos una.

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