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El trigo y la cizaña, la levadura en la masa, el grano de mostaza

Parábolas vigentes

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El domingo escuché tres parábolas en las que Jesús explica el reino de los cielos. Aunque las he leído o escuchado muchas veces siempre me dan motivo de reflexión.

La primera trata del trigo y la cizaña, del misterio de que exista un enemigo que siembra el mal en el mundo, cosa de la que no podemos dudar pues está a la vista. Seguramente para cada uno de nosotros el mundo se compone de buenos y malos, aunque naturalmente los malos siempre son los otros y deseamos vivamente que sean eliminados.

Pero cuando van a proponerle a Jesús arrancar la cizaña su respuesta no es la que esperaban, pues dice: no, al arrancar la cizaña podéis arrancar también el trigo, dejadlos crecer hasta la siega y entonces serán separados, la cizaña para el fuego y el trigo para mi granero.

Dándole vueltas a la contestación de Jesús nos preguntamos cómo es posible que su decisión sea dejar que crezca el mal, hasta caer en la cuenta de que a nuestro juicio apresurado quizás las malos no sean tan malos ni los buenos tan buenos. El desenlace de cada vida es su final, en cuyo momento Dios juzgará nuestras acciones y su decisión será inapelable, pero mientras vivimos tenemos tiempo de hacer el bien o el mal y de arrepentirnos y de ser perdonados.

Pienso que hay que agradecer la paciencia de Dios, de esperar al tiempo de la siega para juzgarnos en lugar de fulminarnos en cuanto hacemos algo malo.

La segunda parábola, la del grano de mostaza, resulta también sorprendente. Dice que el reino de los cielos es semejante a esta pequeña semilla que se desarrolla hasta ser más alta que las hortalizas y se hace un árbol, aunque sepamos que se trata de un arbolito pequeño y no de un frondoso cedro, un baobab o una secuoya.

Nos gustaría formar parte de una iglesia fuerte y poderosa, pero no parece ser esta la idea de Jesús que prefiere un arbolito humilde en el que puedan anidar los pájaros, una iglesia protectora de pequeños nidos amorosos mejor que de grandes estructuras de poder.

La tercera de las parábolas es la de la levadura en la masa. Una pequeña porción de levadura capaz de fermentar una gran masa de harina y hacer pan comestible. Recuerdo, de mis años juveniles, una meditación en la que se nos proponía ser levadura para transformar el mundo y buscar esa fuerza transformadora en nuestra unión con Jesús en su iglesia.

No sé si por mi parte he actuado y actúo como levadura entre la masa del mundo en el que me ha tocado vivir. Unas veces pienso que sí y otras que no. Para ser auténtica levadura tengo que ser coherente en lo que digo y lo que hago y contar con la ayuda de Dios. No tengo nada claro que siempre y en todo haya tenido esa coherencia, pero sí creo firmemente en la ayuda de Dios.

También habría que advertir que hay otros principios activos capaces de corromper toda la masa, a las masas. Son pequeños grupos de activistas bien pertrechados de ideologías y programas de manipulación que extienden su fuerza disolvente sobre toda la sociedad y causan estragos que están a la vista de todos.

Parábolas vigentes

El trigo y la cizaña, la levadura en la masa, el grano de mostaza
Francisco Rodríguez
martes, 25 de julio de 2017, 00:00 h (CET)
El domingo escuché tres parábolas en las que Jesús explica el reino de los cielos. Aunque las he leído o escuchado muchas veces siempre me dan motivo de reflexión.

La primera trata del trigo y la cizaña, del misterio de que exista un enemigo que siembra el mal en el mundo, cosa de la que no podemos dudar pues está a la vista. Seguramente para cada uno de nosotros el mundo se compone de buenos y malos, aunque naturalmente los malos siempre son los otros y deseamos vivamente que sean eliminados.

Pero cuando van a proponerle a Jesús arrancar la cizaña su respuesta no es la que esperaban, pues dice: no, al arrancar la cizaña podéis arrancar también el trigo, dejadlos crecer hasta la siega y entonces serán separados, la cizaña para el fuego y el trigo para mi granero.

Dándole vueltas a la contestación de Jesús nos preguntamos cómo es posible que su decisión sea dejar que crezca el mal, hasta caer en la cuenta de que a nuestro juicio apresurado quizás las malos no sean tan malos ni los buenos tan buenos. El desenlace de cada vida es su final, en cuyo momento Dios juzgará nuestras acciones y su decisión será inapelable, pero mientras vivimos tenemos tiempo de hacer el bien o el mal y de arrepentirnos y de ser perdonados.

Pienso que hay que agradecer la paciencia de Dios, de esperar al tiempo de la siega para juzgarnos en lugar de fulminarnos en cuanto hacemos algo malo.

La segunda parábola, la del grano de mostaza, resulta también sorprendente. Dice que el reino de los cielos es semejante a esta pequeña semilla que se desarrolla hasta ser más alta que las hortalizas y se hace un árbol, aunque sepamos que se trata de un arbolito pequeño y no de un frondoso cedro, un baobab o una secuoya.

Nos gustaría formar parte de una iglesia fuerte y poderosa, pero no parece ser esta la idea de Jesús que prefiere un arbolito humilde en el que puedan anidar los pájaros, una iglesia protectora de pequeños nidos amorosos mejor que de grandes estructuras de poder.

La tercera de las parábolas es la de la levadura en la masa. Una pequeña porción de levadura capaz de fermentar una gran masa de harina y hacer pan comestible. Recuerdo, de mis años juveniles, una meditación en la que se nos proponía ser levadura para transformar el mundo y buscar esa fuerza transformadora en nuestra unión con Jesús en su iglesia.

No sé si por mi parte he actuado y actúo como levadura entre la masa del mundo en el que me ha tocado vivir. Unas veces pienso que sí y otras que no. Para ser auténtica levadura tengo que ser coherente en lo que digo y lo que hago y contar con la ayuda de Dios. No tengo nada claro que siempre y en todo haya tenido esa coherencia, pero sí creo firmemente en la ayuda de Dios.

También habría que advertir que hay otros principios activos capaces de corromper toda la masa, a las masas. Son pequeños grupos de activistas bien pertrechados de ideologías y programas de manipulación que extienden su fuerza disolvente sobre toda la sociedad y causan estragos que están a la vista de todos.

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