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Compromiso cristiano en el mundo

Revisar nuestra fe

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Dice el Papa que los cristianos se preocupan mucho por las consecuencias sociales, culturales y políticas de su compromiso, pero consideran la fe como algo obvio que se da por presupuesto, mientras que este presupuesto no sólo no aparece como tal, sino que incluso con frecuencia es negado.

Me han impactado con fuerza estas palabras ya que muchas veces hemos pensado en modos y técnicas para potenciar la presencia cristiana en la sociedad, cuando lo verdaderamente importante es robustecer nuestra fe, creer con la Iglesia, creer lo que cree la Iglesia, sentirnos formando parte del mismo Cristo y sacar de ahí la fuerza necesaria para nuestro testimonio cristiano.

Preocupados por la eficacia de nuestros compromisos quizás hemos olvidado que la acción de los cristianos en el mundo es sobre todo la continuación de la obra del mismo Cristo: evangelizar, llevar la buena noticia de la salvación a todos los hombres, a todos los pueblos. Es el amor de Cristo el que debe llenar nuestros corazones e impulsarnos a evangelizar. Pero ello solo nace de la fe que crece cuando se vive como experiencia de un amor que se recibe y se comunica como experiencia de gracia y gozo.

Todos los que nos consideramos católicos tenemos que preguntarnos si la fe que recibimos en el bautismo significa algo para nosotros, si el credo que recitamos en la misa de los domingos forma parte de nuestra vida. La fe que recibimos como don se hace vida cuando llegamos a creer con el corazón, cuando nos abrimos a su profundo significado de amor: Dios nos ama hasta el extremo de darnos a su propio Hijo para que podamos salvarnos.
La pequeña Iglesia inicial que fundó Cristo, comprendió la necesidad de fijar para siempre el conjunto de las verdades a creer y compuso lo que llamamos símbolo de los apóstoles, para que fuera pasando de generación en generación en toda su integridad y así ha llegado hasta nosotros.

La Iglesia, depositaria de esta fe, nos invita al compromiso de redescubrir su contenido, celebrarla, vivirla, rezarla y reflexionar sobre el acto mismo con el que se cree.
Nuestros compromisos culturales, políticos o sociales, tienen que nacer de una fe viva, capaz de ofrecer una esperanza cierta y un amor transformador de las realidades que vivimos. La preparación para nuestra acción en el mundo es, sin duda necesaria, pero el impulso para esa acción habrá de nacer de la fe, como respuesta de amor al amor que Dios nos tiene.

Los cristianos reclamamos una presencia pública en la sociedad, pero tal presencia o es evangelizadora o no pasará de opción puramente humana.

Pienso que, en este tiempo de preparación para el Año de la fe, todos podemos empezar la tarea de revisar nuestra propia fe, si creemos lo que cree la Iglesia, si nos sentimos parte de esa Iglesia, si hemos entendido que ser cristianos es ser evangelizador en nuestro ambiente a través de la coherencia entre lo que creemos y lo que hacemos.

Revisar nuestra fe

Compromiso cristiano en el mundo
Francisco Rodríguez
jueves, 3 de noviembre de 2011, 07:56 h (CET)
Dice el Papa que los cristianos se preocupan mucho por las consecuencias sociales, culturales y políticas de su compromiso, pero consideran la fe como algo obvio que se da por presupuesto, mientras que este presupuesto no sólo no aparece como tal, sino que incluso con frecuencia es negado.

Me han impactado con fuerza estas palabras ya que muchas veces hemos pensado en modos y técnicas para potenciar la presencia cristiana en la sociedad, cuando lo verdaderamente importante es robustecer nuestra fe, creer con la Iglesia, creer lo que cree la Iglesia, sentirnos formando parte del mismo Cristo y sacar de ahí la fuerza necesaria para nuestro testimonio cristiano.

Preocupados por la eficacia de nuestros compromisos quizás hemos olvidado que la acción de los cristianos en el mundo es sobre todo la continuación de la obra del mismo Cristo: evangelizar, llevar la buena noticia de la salvación a todos los hombres, a todos los pueblos. Es el amor de Cristo el que debe llenar nuestros corazones e impulsarnos a evangelizar. Pero ello solo nace de la fe que crece cuando se vive como experiencia de un amor que se recibe y se comunica como experiencia de gracia y gozo.

Todos los que nos consideramos católicos tenemos que preguntarnos si la fe que recibimos en el bautismo significa algo para nosotros, si el credo que recitamos en la misa de los domingos forma parte de nuestra vida. La fe que recibimos como don se hace vida cuando llegamos a creer con el corazón, cuando nos abrimos a su profundo significado de amor: Dios nos ama hasta el extremo de darnos a su propio Hijo para que podamos salvarnos.
La pequeña Iglesia inicial que fundó Cristo, comprendió la necesidad de fijar para siempre el conjunto de las verdades a creer y compuso lo que llamamos símbolo de los apóstoles, para que fuera pasando de generación en generación en toda su integridad y así ha llegado hasta nosotros.

La Iglesia, depositaria de esta fe, nos invita al compromiso de redescubrir su contenido, celebrarla, vivirla, rezarla y reflexionar sobre el acto mismo con el que se cree.
Nuestros compromisos culturales, políticos o sociales, tienen que nacer de una fe viva, capaz de ofrecer una esperanza cierta y un amor transformador de las realidades que vivimos. La preparación para nuestra acción en el mundo es, sin duda necesaria, pero el impulso para esa acción habrá de nacer de la fe, como respuesta de amor al amor que Dios nos tiene.

Los cristianos reclamamos una presencia pública en la sociedad, pero tal presencia o es evangelizadora o no pasará de opción puramente humana.

Pienso que, en este tiempo de preparación para el Año de la fe, todos podemos empezar la tarea de revisar nuestra propia fe, si creemos lo que cree la Iglesia, si nos sentimos parte de esa Iglesia, si hemos entendido que ser cristianos es ser evangelizador en nuestro ambiente a través de la coherencia entre lo que creemos y lo que hacemos.

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