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Las cosas del querer

Santiago González
Redacción
martes, 5 de abril de 2005, 21:58 h (CET)
El más notable cartel de la campaña electoral muestra una foto de Ibarretxe y una escueta leyenda: 'Quieres. Puedes'. Dos vocablos que no llegan a constituir sintagma por el punto que los separa. Dos verbos en un presente de indicativo que empieza a sonar a imperativo. Nadie podría negar al partido-guía una admirable coherencia en sus eslóganes electorales. La campaña de las generales 2004 llevó al cartel la imagen de un ciudadano (o ciudadana) vasco (o vasca) que decía: 'Sí, quiero más'. ¿Era una afirmación insolidaria? No, por Dios. En estos tiempos en que los gobernantes se ayudan con el magisterio intelectual y moral de sus abuelos/aitites y de sus hijas/alabak el lehendakari podría resolver la contradicción con facilidad: la solidaridad bien entendida empieza por uno mismo y por una misma.

'Quieres. Puedes' es un lema que explica con absoluta transparencia el plan Ibarretxe, la síntesis rotunda de una querencia totalitaria que ya aleteaba en formulaciones anteriores de la figura del cartel: «¿Qué de malo hay en ello?» y «no hay cauces ni diques que puedan contener la voluntad de este pueblo». ¿La legalidad, quizás? Sebastian Haffner explica de manera admirable esa falta de dique entre el querer y el poder que se extendió por toda Alemania durante el nazismo, la «determinación ciega, imparable y desaprensiva de querer lograr lo imposible, la idea de que es justo lo que nos conviene y la palabra imposible no existe».

Para que el eslogan fuera democrático habría que invertir el orden de los verbos: 'Puedes. Quieres'. O bien colocar entre ambos términos uno de esos diques que la civilización ha construido para contener la voluntad de los individuos o de los pueblos y, de paso, prevenir inundaciones. Algo así como: 'Quieres. ¿Debes?' y si la respuesta es afirmativa, añadir entonces que 'puedes'.

Probablemente estamos ante un lema inspirado por el refranero, que es el legado intelectual de los aitites. ¿Querer es poder? Eso, en la Euskalherria que nos viene, ya no depende de que sea legal, sino de que el brazo educativo del Gobierno Ibarretxe haya incluido la gramática en ese currículo vasco que nos permite tener una zoología, una botánica y una biología propia y, a la consejera de Educación, una conjugación propia en castellano. Querer. Poder. Tal vez la gramática propia, gramática parda, nos haya hecho olvidar cómo se pronuncia correctamente la letra jota.

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Hay noticias que rayan el insulto y el desprecio hacia quienes se dirigen. Que son asumidas como una verdad irrefutable y que en ese globo sonda enviado no tiene la menor respuesta indignada de quienes las reciben. El problema, por tanto, no es la noticia en sí, sino la palpable realidad de que han convertido al ciudadano en un tipo pusilánime. En un mendigo de migajas a quien los grandes poderes han decidido convertirle, toda su vida, en un esclavo del trabajo.

La sociedad española respira hoy un aire denso, cargado de indignación y desencanto. La sucesión de escándalos de corrupción que salpican al partido en el Gobierno, el PSOE, y a su propia estructura ejecutiva, investigados por la Guardia Civil, no son solo casos aislados como nos dicen los voceros autorizados. Son síntomas de una patología profunda que corroe la confianza ciudadana.

Frente a las amenazas del poder, siempre funcionaron los contrapesos. Hacen posible la libertad individual, que es la única real, aunque veces no seamos conscientes de la misma, pues se trata de una condición, como la salud, que solo se valora cuando se pierde. Los tiranos, o aspirantes a serlo, persiguen siempre el objetivo de concentrar todos los poderes. Para evitar que lo logren, están los contrapesos.

 
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