La ciudadanía, harta del fiasco socialista, quiere que Zapatero y sus chic@s se vayan, y aceptan que sea el PP de Rajoy el que encabece el cambio, si bien da la sensación de que por hastío por no poder elegir entre nadie más. Es la desventaja del bipartidismo: se pretende sustituir a quien ha fracasado estrepitosamente con quien no tiene nada positivo que ofrecer. Así está la cosa.
Vivimos tiempos de absurdos, y, no sin cierta perplejidad, cada día escuchamos las propuestas del candidato socialista, quien, a pesar de haber estado en el Gobierno tantas veces como lo ha estado el PSOE, y siempre con cargos de la máxima importancia, ofrece paraísos que en ninguna de sus estadías ni siquiera hizo amago de plantear. Y, por contrapartida, tenemos al candidato del PP, quien, aunque reniega de la etapa de su adversario, se muestra muy timorato a la hora de decir que va a deshacer todo eso de lo que reniega o renegaron los suyos, dándolo por bueno y yendo más allá en sólo aumentar las penurias de la ciudadanía.
Ya dije en otros artículos que lo que el uno cambiaba para mal, el otro lo daría por bueno, y aquí tenemos ya el resultado de este absurdo, a no ser que todo estuviera coordinado para que hayan modificado los unos lo que si lo hubieran modificado los otros hubiera producido descontento o alboroto social. Es el absurdo para el ciudadano o el elector, pero no para los que sacan sustancia de todo esto.
El primer absurdo de todo es que el candidato socialista, después de siete años en la cúspide del poder, tenga la desfachatez de proponer… ¡soluciones a sus propios descalabros! Uno, claro, se pregunta que por qué no las puso en práctica cuando ha podido, y no sabe responderse. Ni yo ni nadie, claro, que no sea un talibán socialista. Deben ser misterios de la política esto de que quien cuando puede no lo haga, y que cuando no puede porque es candidato pida la confianza de los ciudadanos para hacer lo que no hizo. Un absurdo como el Plan-E que respaldó para tirar por el retrete (o a inciertos bolsillos) una barbaridad de mil millonadas, o como, aunque parezca de risa, nuestras tropas de elite sean protegidas por seguratas privados, y, a pesar de eso, les guinden los choris (aunque peligrosos porque son de la exYugoeslavia) el cajero automático y hasta el armamento.
Lo curioso, es que tiene quién le escuche siquiera, lo que dice poco y todo malo de quienes tienen en su mano una papeleta de voto, razón por la cual a lo mejor nos va como nos va. O a lo peor. Pero es que no es mejor lo del PP, quien quiere volver al poder sin cambiar ninguno de los despropósitos perpetrados legislativamente por sus antecesores, y ni siquiera planteando pleitos por la enorme corrupción habida en todo lar y todo rincón. Ni tan sólo –véase cómo está el patio- tiene la menor intención de poner coto a sus señorías, limitarles la cosmética de hormigón que usan para hacer lo que hacen y jubilarse con siete años de trabajo mientras los demás ciudadanos tienen que esforzarse casi cuarenta, forzarles a tener titulación y un examen psicológico de estabilidad emocional o, siquiera sea, predicar con el mensaje de austeridad que vocean bajándose el suelo a estratos próximos a lo razonable y advirtiendo que a quien haya metido la mano en la caja, o la meta en el futuro, va a los tribunales de cabeza…, aunque sea de los suyos, que parece que los choris están siempre del otro lado. Y no, nada que ver.
La cosa es que nos esperan dos meses de hartazón y agotador hastío, en que quienes la han liado parda, los del PSOE, querrán volver a por uvas, jurando lo que sea y sin perder la compostura -¡que ya es tener morro!-, y los otros diciendo que van a solucionar la crisis trayendo más miseria, cosa que, por absurda, mejor es ni comentarla. De modo que acopien paciencia y, cuando sea la hora de votar, vean a ver en qué cosa mejor usan su tiempo.