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Opinión
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La propia estrategia de la administración fue bastante clara, y durante las primeras jornadas funcionó según lo esperado

¿Podrá calmar Obama el estado de pánico demócrata?

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WASHINGTON -- Con permiso de Winston Churchill: La comidilla entre la clase política es que estamos en el principio del final de la administración Obama, mientras que la comidilla en el seno de la administración Obama dice que estamos en el final del principio. ¿Qué será?

La pasada semana no salió como esperaba el Presidente Obama precisamente cuando daba a conocer su iniciativa del empleo. Él esperaba la réplica de los Republicanos. No anticipó la oposición que recibe de los Demócratas -- o, más a mi favor quizá, no anticipó que las dudas a tenor del anteproyecto que surgirían inevitablemente entre los suyos iban a suscitar tanta atención.

La propia estrategia de la administración fue bastante clara, y durante las primeras jornadas funcionó según lo esperado. Al reunir una batería de medidas bastante considerable pero relativamente falta de polémica para impulsar la economía, Obama pretendía poner a la defensiva a los Republicanos y concentrar el apoyo de los Demócratas, incluidos sus críticos progresistas, en torno a una iniciativa de actuación.

Durante una serie de concentraciones de corte electoral, Obama rebosaba nuevas energías. Las amistosas audiencias que reunió irradiaban un espíritu ausente casi por entero desde la campaña de 2008. Los gritos de "¡Tramitad este anteproyecto!" sonaban cómodamente parecidos a los viejos gritos del "Yes, we can!" Y la respuesta inicial de los congresistas Republicanos -- apuntaron no rechazar todas sus ideas -- sugería que las cosas podrían estar saliendo como pretendía el presidente. La popularidad de los congresistas Republicanos, después de todo, es nefasta. Sus líderes parecían intuir que el rechazo tajante a todo podría no ser buena política.

Pero entonces los Demócratas perdían dos comicios legislativos extraordinarios y la administración proponía financiar los 447.000 millones de dólares de su plan de empleo mediante una combinación de subidas de los impuestos que con anterioridad había propuesto y que el Congreso había rechazado.

Los comicios extraordinarios sacaron a la luz todas las inquietudes que sienten los Demócratas de cara a 2012. Y aunque el conjunto de subidas tributarias mayoritariamente progresistas de Obama a las patronales y las rentas altas tenían perfecto sentido, se arriesgaban a ser expuestas de forma independiente entre electorados concretos. Los Demócratas de los estados del petróleo siempre van a defender a las petroleras y, en cualquier caso, la batería de medidas no podía parecer un nuevo punto de partida porque no lo era.

Los Demócratas del Senado, además, han sido un problema para Obama desde la primera jornada. Dado que los Republicanos pueden bloquearlo casi todo con su uso rutinario del veto legislativo, y dado que los Demócratas clave que representan a estados muy conservadores son reacios por naturaleza, componer una mayoría de senadores Demócratas por lo menos es siempre un reto agotador.

La administración también sufre a consecuencia de su fracaso desde el principio a la hora de dedicar la atención suficiente a cortejar a los suyos. En un momento en el que Obama necesitaba con desesperación la solidaridad Demócrata, no tuvo ninguna reserva de buena disposición a la que poder recurrir.

La tesitura de Obama reviste muchas ironías. La feroz retórica del presidente y su desafío a los Republicanos responde directamente a la frustración Demócrata cocida desde hace tiempo a cuenta de los reparos de Obama a plantar cara al Partido Republicano. Pero esta estrategia solamente funciona si Obama se puede concentrar en un único frente político sin la distracción de la disidencia entre sus propias filas. Cuando el secretario Republicano de la oposición Mitch McConnell puede comparecer en el pleno del Senado y citar críticas Demócratas al anteproyecto de empleo del presidente como hizo la pasada semana, está minando la campaña entera.

Y aunque las propuestas del presidente esta semana de cara al equilibrio presupuestario a largo plazo van a ser más del gusto de los Demócratas que las concesiones que hizo él al presidente de la Cámara John Boehner durante la batalla del techo de la deuda (concesiones que Boehner rechazó), parte de los recortes que insinúa Obama van a suponer un nuevo objetivo para sus críticos del partido. De nuevo en esto, la idea genérica del presidente -- estímulo a corto plazo acompañado de reducción del déficit a largo plazo -- es sensata. En principio por lo menos, está uniendo al centro y a la izquierda. Pero si los Demócratas hacen más hincapié en sus motivos de desacuerdo, se va a perder más tiempo y la campaña de empleo de Obama volverá a atascarse.

Obama y su partido están capeando las dificultades de coordinar la respuesta a un problema común en forma clásica. Obama, encantado de permanecer al margen de las inquietudes de sus aliados Demócratas, ahora ya no se puede permitir perderlos. Los congresistas Demócratas tienen una larga lista de motivos de resentimiento. Los comicios extraordinarios agravarán sus temores a apoyar al presidente de forma demasiado próxima.

Pero si la presidencia de Obama se debilita todavía más, el daño resultante va a afectar a los Demócratas en conjunto. Con independencia de lo justificados que puedan estar sus anteriores agravios, tienen un poderoso interés colectivo en ver prosperar la nueva ley del Obama luchador.

¿Podrá calmar Obama el estado de pánico demócrata?

La propia estrategia de la administración fue bastante clara, y durante las primeras jornadas funcionó según lo esperado
E. J. Dionne
lunes, 19 de septiembre de 2011, 07:04 h (CET)
WASHINGTON -- Con permiso de Winston Churchill: La comidilla entre la clase política es que estamos en el principio del final de la administración Obama, mientras que la comidilla en el seno de la administración Obama dice que estamos en el final del principio. ¿Qué será?

La pasada semana no salió como esperaba el Presidente Obama precisamente cuando daba a conocer su iniciativa del empleo. Él esperaba la réplica de los Republicanos. No anticipó la oposición que recibe de los Demócratas -- o, más a mi favor quizá, no anticipó que las dudas a tenor del anteproyecto que surgirían inevitablemente entre los suyos iban a suscitar tanta atención.

La propia estrategia de la administración fue bastante clara, y durante las primeras jornadas funcionó según lo esperado. Al reunir una batería de medidas bastante considerable pero relativamente falta de polémica para impulsar la economía, Obama pretendía poner a la defensiva a los Republicanos y concentrar el apoyo de los Demócratas, incluidos sus críticos progresistas, en torno a una iniciativa de actuación.

Durante una serie de concentraciones de corte electoral, Obama rebosaba nuevas energías. Las amistosas audiencias que reunió irradiaban un espíritu ausente casi por entero desde la campaña de 2008. Los gritos de "¡Tramitad este anteproyecto!" sonaban cómodamente parecidos a los viejos gritos del "Yes, we can!" Y la respuesta inicial de los congresistas Republicanos -- apuntaron no rechazar todas sus ideas -- sugería que las cosas podrían estar saliendo como pretendía el presidente. La popularidad de los congresistas Republicanos, después de todo, es nefasta. Sus líderes parecían intuir que el rechazo tajante a todo podría no ser buena política.

Pero entonces los Demócratas perdían dos comicios legislativos extraordinarios y la administración proponía financiar los 447.000 millones de dólares de su plan de empleo mediante una combinación de subidas de los impuestos que con anterioridad había propuesto y que el Congreso había rechazado.

Los comicios extraordinarios sacaron a la luz todas las inquietudes que sienten los Demócratas de cara a 2012. Y aunque el conjunto de subidas tributarias mayoritariamente progresistas de Obama a las patronales y las rentas altas tenían perfecto sentido, se arriesgaban a ser expuestas de forma independiente entre electorados concretos. Los Demócratas de los estados del petróleo siempre van a defender a las petroleras y, en cualquier caso, la batería de medidas no podía parecer un nuevo punto de partida porque no lo era.

Los Demócratas del Senado, además, han sido un problema para Obama desde la primera jornada. Dado que los Republicanos pueden bloquearlo casi todo con su uso rutinario del veto legislativo, y dado que los Demócratas clave que representan a estados muy conservadores son reacios por naturaleza, componer una mayoría de senadores Demócratas por lo menos es siempre un reto agotador.

La administración también sufre a consecuencia de su fracaso desde el principio a la hora de dedicar la atención suficiente a cortejar a los suyos. En un momento en el que Obama necesitaba con desesperación la solidaridad Demócrata, no tuvo ninguna reserva de buena disposición a la que poder recurrir.

La tesitura de Obama reviste muchas ironías. La feroz retórica del presidente y su desafío a los Republicanos responde directamente a la frustración Demócrata cocida desde hace tiempo a cuenta de los reparos de Obama a plantar cara al Partido Republicano. Pero esta estrategia solamente funciona si Obama se puede concentrar en un único frente político sin la distracción de la disidencia entre sus propias filas. Cuando el secretario Republicano de la oposición Mitch McConnell puede comparecer en el pleno del Senado y citar críticas Demócratas al anteproyecto de empleo del presidente como hizo la pasada semana, está minando la campaña entera.

Y aunque las propuestas del presidente esta semana de cara al equilibrio presupuestario a largo plazo van a ser más del gusto de los Demócratas que las concesiones que hizo él al presidente de la Cámara John Boehner durante la batalla del techo de la deuda (concesiones que Boehner rechazó), parte de los recortes que insinúa Obama van a suponer un nuevo objetivo para sus críticos del partido. De nuevo en esto, la idea genérica del presidente -- estímulo a corto plazo acompañado de reducción del déficit a largo plazo -- es sensata. En principio por lo menos, está uniendo al centro y a la izquierda. Pero si los Demócratas hacen más hincapié en sus motivos de desacuerdo, se va a perder más tiempo y la campaña de empleo de Obama volverá a atascarse.

Obama y su partido están capeando las dificultades de coordinar la respuesta a un problema común en forma clásica. Obama, encantado de permanecer al margen de las inquietudes de sus aliados Demócratas, ahora ya no se puede permitir perderlos. Los congresistas Demócratas tienen una larga lista de motivos de resentimiento. Los comicios extraordinarios agravarán sus temores a apoyar al presidente de forma demasiado próxima.

Pero si la presidencia de Obama se debilita todavía más, el daño resultante va a afectar a los Demócratas en conjunto. Con independencia de lo justificados que puedan estar sus anteriores agravios, tienen un poderoso interés colectivo en ver prosperar la nueva ley del Obama luchador.

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