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Reformadores de hoy

Quieren una iglesia diferente
Francisco Rodríguez
miércoles, 14 de septiembre de 2011, 06:38 h (CET)
Los ataques a los cristianos, la quema de templos, la presión para expulsarnos de la vida pública y tantas otras medidas que tratan de cercenar la libertad de los creyentes, me entristecen pero no me extrañan, ya que el mismo Cristo nos anunció que seríamos perseguidos a causa de su nombre.

En cambio, me deprimen e inquietan las críticas que hacen, desde dentro, los cristianos que se consideran a sí mismos como los llamados a orientar la vida de la Iglesia, sin que sepamos quien le haya dado tal encargo. Como no les gusta la Iglesia que hay, afirman y pregonan que otra Iglesia es posible: la que siga sus expertas indicaciones. Después de leer lo que dicen me acuerdo de un anuncio publicitario en el que alguien grita ¡todo está mal! Pero ellos están ahí para arreglarlo todo, para meter a la Iglesia, incluido el Papa, por vereda.

Esta gente no debe de creer lo que dijo Jesús: que edificaba su Iglesia sobre Pedro, que estaría con nosotros hasta el fin de los siglos y que nos enviaba al Espíritu Santo, salvo que ellos crean que el Espíritu Santo hable por su boca.

Por mi parte creo en la Iglesia: una, santa, católica y apostólica y entiendo cada una de estas notas de acuerdo con el Catecismo. Si la Iglesia es santa porque tiene a Cristo por cabeza, todos los que la formamos, desde el Papa al último bautizado, nos reconocemos pecadores, necesitados del perdón y así lo proclamamos al comenzar cada Eucaristía. Por tanto, que haya fallos y defectos en la jerarquía, el clero y los bautizados, no me escandaliza. Seguir a Jesús no es fácil, amar al prójimo tampoco, ser santos, como Dios es santo, un horizonte que asusta si confiamos en nosotros mismos, pero posible con su ayuda.
Estos reformadores que me deprimen quisieran modernizar el evangelio en lugar de evangelizar la modernidad. Las preocupaciones que exponen tienen mucho de opción por determinados compromisos políticos, pero la salvación que anuncia Jesús no depende del triunfo de ningún sistema económico ni político. Tampoco de la democracia que, por cierto, quisieran introducir en la Iglesia, o la ideología de género, por ejemplo.

Pienso que la radicalidad de la caridad como amor a Dios y al prójimo, supera todas las situaciones posibles, todas las políticas, todos los sistemas económicos.

Los cristianos arraigados en la fe y edificados sobre el evangelio de Jesús, están llamados a la santidad y obligados a anunciar al mundo la buena noticia de que Dios nos ama y nos salva en Cristo.

Los sistemas económicos y políticos han ido pasando a lo largo de la historia, los que hoy se disputan el poder también pasarán, pero hacer presente en el mundo el reino de Dios, un reino de verdad, de vida, de justicia, de paz y de amor, es nuestra misión permanente.
No tenemos que adaptar el evangelio a los sistemas imperantes en cada momento, como aquel librito que se titulaba “Una lectura marxista del Evangelio” sino al revés: hacer una lectura evangélica de cualquier doctrina o programa que se nos ofrezca. El Evangelio es permanente; la economía y la política pasajeros.

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