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La sociedad española dividida ante la visita de Benedicto XVI

Bulla Papal

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Hay pocas cosas más rancias que la iglesia católica. Y de entre todas ellas, tal vez la más rancia de todas sea el anticlericalismo esclerotizado de gran parte de la sociedad española, incapaz de ver la diferencia entre la aconfesionalidad, el laicismo y la imposición de un sistema de valores. Desde que se ha anunciado la visita del Papa Benedicto XVI a Madrid la gente se ha movilizado para protestar por ella de todas las formas imaginables. Sobre el tapete, los gastos que genera la visita del Santo Padre, financiada con dinero público, a un estado supuestamente aconfesional están en el origen del conflicto, sin embargo, cualquier persona con dos dedos de frente sabe que eso no es más que una excusa, una válvula de escape, un McGuffin al que aferrarse para continuar manifestándose, haciendo ruido y tocando los huevos, que parece que a estas alturas es la única medida que la sociedad española ha adoptado de cara a afrontar una crisis que, por mucho que la gente sólo piense en sus perras, es bastante más que una crisis meramente económica. De ahí que no tenga solución.

A mí el Papa me la trae al pairo. La iglesia católica y el resto de religiones incluso más. Sin embargo, soy creyente. No sé en qué creo exactamente pero soy creyente. A mí me gusta llamar a eso en lo que creo “Marcelino” o “Gran Cosa que Mola”, más que nada, para poder ponerle un nombre. Y el hecho de que otros llamen a mi Marcelino o Gran Cosa que Mola Yahvé, Alá, Avalokiteshvara o Pío no me molesta en absoluto, pues tengo por costumbre respetar a todo el mundo siempre y cuando ellos me respeten a mí. Quizás sea una mala costumbre en estos tiempos que nos han tocado vivir, donde muchas veces el respeto se confunde, de una forma alarmantemente reduccionista y pueril, con el “fascismo”. En cualquier caso no me molesta que el jefazo de la iglesia católica decida darse un garbeo en papamóvil por la castellana. Ni siquiera a pesar del dispendio que eso supone en la actual situación económica. Es decir, quizás no sea lo más adecuado, pero yo he pagado con dinero público conciertos de Presuntos Implicados, películas de Isabel Coixet, verbenas populares que me han impedido dormir, todo tipo de actos Xacobeos, la infame programación de la Televisión de Galicia, las juergas de subvencionófagos de toda clase e incluso rescates de activistas apalominados de viaje turístico por África. Todos ellos eran eventos igual de inoportunos y debatibles, pero jamás he visto a nadie manifestarse en contra de ellos. Ni a mí se me ocurriría hacerlo.

Aún a riesgo de sonar reaccionario o poco progre para mi edad, hay cosas que me parecen mucho más preocupantes que una visita pastoral del líder de la iglesia que sea, como, por ejemplo, la falta de capacidad analítica de la mayoría de la juventud española. Y pienso, además, que quienes se oponen a la visita del Papa faltan al respecto a los fieles que éste tiene en España, los cuales, por cierto, no por más silenciosos son menos numerosos y/o respetables que los simpatizantes del ya cansino 15M. Tengo incluso mis más y mis menos sobre la legalidad de unas protestas que vulneran de forma fehaciente la libertad de credo recogida por nuestra constitución. Pero interpretaciones de la ley al margen, de lo que no hay ninguna duda es de que generar mal rollo entre la sociedad porque unos crean en un hippie crucificado y otros sólo en sí mismos o en nada, sólo contribuye a liar más la madeja y que pasen cosas pero de las malas. Sin ir más lejos, ya han detenido a un tipo que planeaba atentar contra los indignados por el viaje papal. Me pregunto qué pasaría si, de repente, todos los ciudadanos empezáramos a manifestarnos, de igual forma, en contra de aquellos eventos financiados con fondos públicos que no nos interesan o no nos gustan. Más de alguno volaríamos por los aires, por no decir todos. Y es que mucho exigir derechos pero poco ejercer deberes. En eso consiste la revolución española: en charanga, pandereta y, sobre todo, incapacidad para respetar al prójimo. Si este es el mundo nuevo que está en camino, casi prefiero que me internen de por vida en la casa de Gran Hermano.

Bulla Papal

La sociedad española dividida ante la visita de Benedicto XVI
Gonzalo G. Velasco
jueves, 18 de agosto de 2011, 07:13 h (CET)
Hay pocas cosas más rancias que la iglesia católica. Y de entre todas ellas, tal vez la más rancia de todas sea el anticlericalismo esclerotizado de gran parte de la sociedad española, incapaz de ver la diferencia entre la aconfesionalidad, el laicismo y la imposición de un sistema de valores. Desde que se ha anunciado la visita del Papa Benedicto XVI a Madrid la gente se ha movilizado para protestar por ella de todas las formas imaginables. Sobre el tapete, los gastos que genera la visita del Santo Padre, financiada con dinero público, a un estado supuestamente aconfesional están en el origen del conflicto, sin embargo, cualquier persona con dos dedos de frente sabe que eso no es más que una excusa, una válvula de escape, un McGuffin al que aferrarse para continuar manifestándose, haciendo ruido y tocando los huevos, que parece que a estas alturas es la única medida que la sociedad española ha adoptado de cara a afrontar una crisis que, por mucho que la gente sólo piense en sus perras, es bastante más que una crisis meramente económica. De ahí que no tenga solución.

A mí el Papa me la trae al pairo. La iglesia católica y el resto de religiones incluso más. Sin embargo, soy creyente. No sé en qué creo exactamente pero soy creyente. A mí me gusta llamar a eso en lo que creo “Marcelino” o “Gran Cosa que Mola”, más que nada, para poder ponerle un nombre. Y el hecho de que otros llamen a mi Marcelino o Gran Cosa que Mola Yahvé, Alá, Avalokiteshvara o Pío no me molesta en absoluto, pues tengo por costumbre respetar a todo el mundo siempre y cuando ellos me respeten a mí. Quizás sea una mala costumbre en estos tiempos que nos han tocado vivir, donde muchas veces el respeto se confunde, de una forma alarmantemente reduccionista y pueril, con el “fascismo”. En cualquier caso no me molesta que el jefazo de la iglesia católica decida darse un garbeo en papamóvil por la castellana. Ni siquiera a pesar del dispendio que eso supone en la actual situación económica. Es decir, quizás no sea lo más adecuado, pero yo he pagado con dinero público conciertos de Presuntos Implicados, películas de Isabel Coixet, verbenas populares que me han impedido dormir, todo tipo de actos Xacobeos, la infame programación de la Televisión de Galicia, las juergas de subvencionófagos de toda clase e incluso rescates de activistas apalominados de viaje turístico por África. Todos ellos eran eventos igual de inoportunos y debatibles, pero jamás he visto a nadie manifestarse en contra de ellos. Ni a mí se me ocurriría hacerlo.

Aún a riesgo de sonar reaccionario o poco progre para mi edad, hay cosas que me parecen mucho más preocupantes que una visita pastoral del líder de la iglesia que sea, como, por ejemplo, la falta de capacidad analítica de la mayoría de la juventud española. Y pienso, además, que quienes se oponen a la visita del Papa faltan al respecto a los fieles que éste tiene en España, los cuales, por cierto, no por más silenciosos son menos numerosos y/o respetables que los simpatizantes del ya cansino 15M. Tengo incluso mis más y mis menos sobre la legalidad de unas protestas que vulneran de forma fehaciente la libertad de credo recogida por nuestra constitución. Pero interpretaciones de la ley al margen, de lo que no hay ninguna duda es de que generar mal rollo entre la sociedad porque unos crean en un hippie crucificado y otros sólo en sí mismos o en nada, sólo contribuye a liar más la madeja y que pasen cosas pero de las malas. Sin ir más lejos, ya han detenido a un tipo que planeaba atentar contra los indignados por el viaje papal. Me pregunto qué pasaría si, de repente, todos los ciudadanos empezáramos a manifestarnos, de igual forma, en contra de aquellos eventos financiados con fondos públicos que no nos interesan o no nos gustan. Más de alguno volaríamos por los aires, por no decir todos. Y es que mucho exigir derechos pero poco ejercer deberes. En eso consiste la revolución española: en charanga, pandereta y, sobre todo, incapacidad para respetar al prójimo. Si este es el mundo nuevo que está en camino, casi prefiero que me internen de por vida en la casa de Gran Hermano.

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