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Opinión
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Haz creer a los hombres que lo bueno es lo que te conviene, y tendrás los mejores y más obedientes esclavos.

Conspiraciones IV: El Bien y el Mal

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Conspiraciones I: el fundamento

Conspiraciones II: el Poder

Conspiraciones III: Nibiru/Elenin

Sin duda, si compara lo que un hombre de hace mil años consideraba bueno o malo con lo que considera bueno o malo el hombre de doy, seguramente encontrará diferencias tales que le dará la impresión de que en algunos aspectos el Bien y el Mal se han invertido.

Pero es que lo mismo le sucedería si realizara el mismo ejercicio entre cualquier otra etapa de la Historia y nuestro hoy, cual si a medida que ha ido transcurriendo el tiempo los hombres hubieran ido, de una forma espontánea, cayendo por una sima de autocomplacencia…, salvo que todos nuestros predecesores estuvieran equivocados de raíz y fuéramos nosotros quienes hemos encontrado la luz. Mirado con cierta perspectiva, el Bien y el Mal parecen personajes mutables, adaptables a distintas realidades, cual si fueran nada más que travestidos elementos culturales. Incluso es frecuente que entre los mismos creyentes –en todo caso, y sin importar la religión a la nos refiramos, su Dios es eterno- están convencidos en una enorme proporción de que lo eviterno, el Bien y el Mal, debe adaptarse a sus condiciones actuales y sus circunstancias transitorias de vida, como si éstos fueran una moda o algo así de la propia divinidad, dando origen a un cierto dietísmo personal, pues que a la vez dan crédito a su Dios conceptual pero adoran con especial devoción a un dios a la medida de su conveniencia.

En nuestro orden cotidiano, hoy poca gente considera malo engañar a Hacienda, quedarse con lo que encuentra en la calle, insultar, difundir libelos, desprestigiar, mentir, masturbarse como un mico o tener una promiscuidad sexual de no muy recta libídine, pero es que tampoco es considerado bueno, sino conductas inadecuadas o atolondradas propias de tontos, valores como la humildad, la honradez, la sencillez, el esfuerzo o la responsabilidad. Peccata minuta, venialidades. En otro orden mayor, y más acorde con quienes han pasado ya algunas líneas rojas, consideran que ellos son los importantes y es perfectamente lógico que sean ambiciosos, codiciosos, egoístas, nihilistas, egocéntricos, petulantes, vanidosos, engreídos, soberbietes y que es saludable cualquier actitud o trampa que les sirva para satisfacer sus anhelos, ya sea segar la hierba bajo los pies a un prójimo o un compañero o desacreditar gratuitamente a quien sea para ensalzarse a sí mismos, que los demás no merecen respeto, que lo suyo es suyo y lo de los demás también, incluida la vida que engendran y sobre la que pueden decidir si el nasciturus vive o muere, que sus progenitores son sus esclavos, que tienen derechos pero no responsabilidades, que su situación personal convierte en bueno cualquier procedimiento que usen para buscarse la vida o enriquecerse, y que lo único que debe reprimirse es lo que les molesta cuando les molesta, cual si los mandamientos divinos o la virtud o la moral o la ética, o todas juntas, hubieran quedado temporalmente derogados cuando les apetece o se les antoja. Cosas de la vida, formas naturales de supervivencia en este patio de recreo que es el mundo. Y, yéndonos al extremo de los que están al otro lado de todas las líneas rojas, los hay que consideran que como Dios no existe o como creen en otras divinidades… infernales, digamos, pueden tomar a los demás como objetos, porque lo único que importa en el orbe son ellos y sus placeres, y los demás prójimos están de relleno en el mundo sólo para complacerlos, el mismo mundo que compensará todos los pecados, delitos y atrocidades con la propia muerte, tras la cual no hay nada. Que les quiten lo bailado, pues. Ellos son los que trafican con la vida y con la muerte, los que sin pudor alguno se confiesan criminales cual si el crimen fuera un negocio, los que promueven la guerra, los que pervierten la infancia -¡ay, de los que escandalicen la infancia, imaginen para los que la perviertan o abusen de ella!-, los que comercian con la carne de otros, los que torturan, los que se enriquecen con la miseria y el sufrimiento ajeno… Aberraciones, sí, pero cuyos protagonistas ocupan los pináculos más altos de la sociedad, habitan las mansiones más lujosas, tienen las cuentas corrientes más abultadas y reciben los mayores agasajos de las autoridades, cuando no es que son los líderes de países o los modelos a imitar en buena parte del planeta.

Sin embargo, no sólo han degenerado las conductas particulares y sociales. También lo ha hecho todo lo demás. En la música, por ejemplo, hemos trepado costosamente a las sublimes cumbres de Debussy, Rachmaninov, Brams o Mozart (entre miles de genios), para precipitarnos por el abismo sin fondo de estos cantantes para tontos o de grupos para idiotas (omitiré nombres para no ofender, pero pueden pensar en quien les dé la gana de cualquier cantante actual de sonsonetes, en el mejor de los casos, que seguro que está incluso porque el arte de la Música ha desaparecido) que hoy nos asolan desde todos los rincones de la sociedad; en las Letras, subimos con afanoso esfuerzo a los espléndidos círculos de Galdós, Cervantes, Goethe, Cernuda, Blas de Otero y tantísimos otros, para despeñarnos por este precipicio de escribanos sin talento que desconoce en absoluto qué es la Literatura y que sólo sabe contar historietas desvestidas de toda belleza, sin sentido, ni objeto ni fin; en la Arquitectura, tal vez agotados del esfuerzo de haber logrado edificar las obras más excelsas, hijas y hermanas de la proporción divina, hemos derrotado hacia estos adefesios que hoy nos confunden y siembran la fealdad más horrorosa en nuestras ciudades, las cuales obras, incluso siendo promovidas por las autoridades como de gran fuste, siembran indecible desasosiego en quienes las contemplan o las visitan, siendo mudos testigos en muy próximo futuro de un pasado torcido y aberrante que enajenó a las sociedades y volvió tarumba a los hombres; y la Pintura, qué decir que no duela, cuando hemos alcanzado las mieles de la magnificencia con Rafael, Leonardo, Rembrandt, Velázquez y tantísimos otros, para arrojarnos en un suicidio artístico, que es decir espiritual, por el barranco del abstracto y todas esas escuelas que, desde el Impresionismo para acá, sólo han producido un tan inútil como enfermizo consumo de pintura. Como le dijo don Miguel de Unamuno a aquel pintor abstracto que tuvo la osadía de pretender que le diera sus bendiciones: “Ya sé que usted ve la realidad así de horrible; pero ¿y por qué la pinta?...”

Vista así la cosa, a vuelo de pájaro sobre la Historia, podríamos concluir que hemos ido degenerando por un simple proceso de entropía, y sería verdad; pero, al mismo tiempo, no lo es. La degeneración ha ido aumentando en una progresión particularmente geométrica, y no es difícil concatenar los sucesos históricos específicos con el desmoronamiento moral de la sociedad, y en ello no tienen nada que ver las culturas, porque por igual ha sucedido donde esos personajes ha ido poniendo sus pezuñas, ya sea Occidente u Oriente, Norte o Sur. Naturalmente, si de antemano descubro quiénes, en mi modo de entender, son los responsables de esta debacle de la especie y este asentamiento inter nos de la corrupción individual y social como un fenómeno de nuestro tiempo, podría considerarse proselitismo de una idea ya fijada de antemano o de un prejuicio, pero, si por el contrario, sigue cada lector su propio proceso y llega a las mismas conclusiones, es que el resultado no es susceptible de ser manipulado por una apreciación subjetivamente personal, sino que es objetivamente el único resultado posible.

Si suponemos toda esta degeneración moral como un proyecto intencionado dimanado desde el Poder, El Club, ¿a quién benefician las leyes que instauran el caos, para quién legislan o con qué fin lo hacen?... Comencemos por las Letras (soy escritor, y es mi privilegio): ¿de veras que lo mejor que tenemos es esto que hay en las librerías?... Vamos, vamos, seriedad, señores: eso es paja encuadernada, pura majadería. Con los dedos de una mano se pueden hacer las honrosas salvedades e esta regla en cada país, y sobrarían dedos. Miles y miles de premios y certámenes por aquí y por allá, algunos dotados con una esplendidez que ya los quisiera Mecenas para sí, y aún otra enjundiosa cantidad en galardones públicos o Premios Nacionales, ¿para conseguir esta basura de libros exentos de toda belleza literaria, circunscritos exclusivamente en un referir historietas aberrantes y sin sentido que no conducen a ninguna parte más allá de la degeneración intelectual y moral?... Y vale lo mismo para la Pintura, la Música y la Arquitectura, de modo que las cuatro artes juntas atormentan nuestros sentidos y embotan nuestros cerebros, empujándonos inconscientemente extrarradios de ellos para buscar cierta compensación o satisfacción en otros lares… más de la carne. El hombre y su ámbito está edificado, como cualquier otra obra de la Creación, en base a la proporción divina, a la armonía geométrica, y lo inarmónico nos produce tal desasosiego que, necesaria y aun maquinalmente, nos fuerza a buscarle compensaciones…, las cuales están cegadas por el Poder y abiertos sólo los accesos a ámbitos más desoladores. Todo en nosotros es armonía, perfección, maravilla, desde lo más profundo de nuestras células a lo más externo de nuestra apariencia. Ellos, el Poder, El Club, lo saben, y por eso nos regalan en profusión disonancia, tensión, discordia, enemistad, mal gusto, artificiosidad: nadería.

Recuerden el efecto que en las moléculas de agua tiene la disonancia inarmónica, cómo se corrompen y abigarran en una geometría fea, desagradable y angustiosa si se hace sonar en su entorno sonsonetes machacones, música de ésa llamada heavy metal o si se dicen o escriben en su entorno palabras insultantes, entretanto la armonía que suscita la música bella o las dulces palabras, empuja a las moléculas de agua a trazar figuras geométricas en las que el número áureo es enaltecido por doquier, adquiriendo el conjunto una esplendidez maravillosa. El cuerpo humano, no es de balde recordarlo para los que no lo saben, es en más de un 75%, agua. Y si estos son los efectos sobre un vaso o una botella con agua, ¿cuáles no serán sobre un individuo?... Los mismos templos, construidos en base a la proporción divina, en cierta forma son receptáculos que corrigen los problemas que genera la actividad cotidiana (los efectos de esas disonancias inarmónicas de los insultos o de la música y las imágenes ofensivas propias de la actividad ordinaria) por un efecto de resonancia morfogénica, entretanto es sabido que muchos, la mayoría de los edificios llamados modernos, ésos con geometrías concebidas aparentemente por una mente en deterioro progresivo o ya irremediablemente desquiciada, se les puede considerar enfermos, y los cuales enferman a quienes lo habitan por las mismas razones expuestas al principio de este apartado. Imagínese cómo saldría un individuo, por ejemplo, del Guggenheim, si pasara en él un día entero, verbigracia. La Pintura, la Arquitectura, la Música disonante o machacona (también puede ser extraordinariamente destructivo el sonsonete del gluco-blandi-blup de moda, ese efebo rubio cuyas canciones pueden producir un shock hiperglucémico) y aún ese engendro de asnos llamado literatura actual, pues, son desincronizadores promovidos por el Poder, poderosas fuentes de disonancias inarmónicas impulsadas de forma masiva en todos los medios y en todas las ciudades para degenerar los fluidos humanos, y, en consecuencia, debido a la corrupción de estos fluidos, de la mente y sus procesos lógicos y, finalmente, del alma humana. Este asunto, de ninguna manera es menor o para ser pasado por alto. Visto desde la indiferente geometría que dibujan las ondas cerebrales durante un examen neurológico, por ejemplo, las que se corresponden con las del sufrimiento son exactamente idénticas a las que produce el cerebro cuando tiene deseos de bailar como consecuencia de escuchar las estridencias de esa llamada música tecno o con la ya mencionada heavy-metal, rock duro y todas esas frituras neuronales. Los deseos de bailar y agitarse, son consecuencia de la necesidad de consumir la superproducción de adrenalina mediante el ejercicio físico, si bien los niveles de agresividad han sido multiplicados hasta un nivel correspondiente al de máxima alerta del organismo, cual si estuviera siendo atacado por una fiera o por una legión de enemigos.

Puede, puede parecer un poco exagerado, pero créame que es así. O mejor todavía, compruébelo por usted mismo. Ya ve que a pesar de invertir los gobernantes ingentes, auténticas millonadas de dineros en premios, certámenes, simposios, documentales, subvenciones, leyes de protección de derechos, promoción de sociedades de derechos de autores, cánones, impuestos y regalos, además del endiosamiento de auténticos y legítimos meapilas de tal calidad que si eso es lo mejor que puede producir el conjunto de toda la especie en una generación dada, mejor que la tal generación se pegue al unísono un tiro en la cabeza. Ahí tienen, que no sólo se venden los CD de estos pipiolos sin talento o esos macabros hijos de la distorsión y el desosiego a un precio veinte o treinta veces por encima del de la música más sublime (hay que degradarla, y en la mente de la sociedad barato es igual a malo), sino que en el arte llamado conceptual tenemos artistas gloriosos que reciben ingentes dosis de publicidad gratuita en todos los medios porque venden enlatados sus excrementos, en literatura tenemos como best-sellers a quien con enorme dificultad haría la O con el culo de un vaso, y en la arquitectura tenemos lo que tenemos, que ya da miedo ir a algunas ciudades, como Barcelona, por ejemplo, donde la idea que uno puede sacar a primera vista es que se trata de una ciudad en la que dios es el sexo y la población está irrecuperablemente sexopatizada, cuando en realidad lo que ha pasado es que han conjurado con un símbolo de la aberración de la carne –materia- (Torre Agbar) el símbolo de la excelsitud espiritual que es La Sagrada Familia: han conjurado un bien con un mal. Recuerden que en la II Guerra Mundial, por ejemplo, se conjuró el símbolo de una cosa que era la cruz gamada nazi con el signo de la victoria diseñado por Aleister Crowley (satánico fundador de la religión Thelema y la OTO, y autor del satánico Libro de la Ley). Así funciona la cosa: así es la cosa. Tomen nota, y aplíquenla a todo lo demás. Nada es porque sí: todo tiene su porqué.

Pero no es sólo en esto poquito en lo que se emplea a fondo el Poder, El Club. Lo intenta en todo. Verá: si usted repara en los modelos sociales, en esos individuos que siempre están en candelero en todos los medios de comunicación, ¿qué tiene?... Vale, seguro que, en el mejor de los casos, ha dicho usted que putas, frikis, plumíferos, delincuentes, rascahuevos o meapilas, o quizás haya sido menos consentidor con esa peste que no merece tolerancia alguna; pero ¿de veras que es lo único?... Piense. Veamos, una ayudita: y los políticos que supuestamente le gobiernan ¿cómo son?... Vale, vale, que seguro que en el mejor de los casos lo que ha escapado de sus labios es un terno que difícilmente le cabrá por la boca, tal como corrupto (siendo fino), mamacallos (siendo ingenioso), sinvergüenza (siendo convencional), delincuente (siendo exacto) o un ladrón (siendo verídicamente muy crudo). Y es verdad. Pero no sólo, porque ya le he dicho en mis anteriores artículos de esta serie que ser el gobernante o el político de un país no tiene nada que ver con ser quien ostenta el poder. Ellos, los políticos, son unos mandados, nada más. Los que tienen el poder son otros, y ésos no salen en Forbes, ya se lo dije. Pero piense, piense: ¿en qué más nos ocupan para llenarnos de disonancias inarmónicas que nos corrompan por dentro y por fuera?... Efectivamente, sí, usando los ojos y la mente, además de las manos y los deseos. Lo copan todo, porque no quieren que ni un solo individuo escape a su influencia nefasta, no importa qué gustos tenga o qué propensiones experimente, ya que si todo lo hacen negativo, siempre estará dentro del redil de su rebaño negro, del Mal. Y precisamente por ello, igual que siembran la aberración, la injusticia y la discordante estridencia en todo lo mencionado, para que no escape nadie de la su perversión, tienen la televisión, las teleseries, el cine, los videojuegos, la pornografía, Internet…, y el ocio, contemplando éste desde los aparentemente inocuos dibujitos animados a la prostitución, el educador fútbol, el juego por dinero, la pedofilia, las drogas, la diversión de sexo, alcohol y rock´n´roll y esas chorradas, y todo lo que de sobra sabe para que ni usted ni nadie pueda escapar de su órbita de maldad y vibre a la longitud de onda de su perversión.

Ya, ya, ya sé: usted me dirá que puede apagar la tele cuando quiera, que si no quiere ir al cine no va y que Internet o los videojuegos son algo optativo, de libre uso. Y es verdad, si es que usted cree que los pájaros maman. Su mente, su voluntad, de ninguna manera es suya. Goëbbles les dio muchas claves con su propaganda, pero créame que tienen una legión de estudiosos en todo el mundo que no dejan de avanzar en técnicas de control mental, y que usted, ni en sueños, es dueño de su propia libertad. Ni para ir al baño, fíjese bien en lo que le digo, es usted libre. Todo el mundo sabe hoy que hace mucho que la televisión o el deporte favorito o la teleserie son una bendición, porque la familia cuando está junta ya no sabe de qué hablar o de qué modo convivir, que hoy la gente prefiere las relaciones virtuales a las físicas con sus semejantes. Ni usted, ni nadie puede vivir ya sin esa televisión que llena de ruido ensordecedor sus silencios, sin esas historias sin sustancia que usted presencia cómodamente instalado mientras le roban su propia y muy personal historia, sin ese Internet que gratuitamente le ofrece la perversión que prefiera y todo lo dura que la quiera, gratuitamente y desde un anonimato que de ninguna manera existe (gordas, flacas, en grupo, con animales, con viejas, con travelos, con lesbis o con plásticos, todo vale), y esto es así por una razón: todo eso, esa expectativa de supuesta diversión que no lo es, produce en su cerebro la ingente secreción de una sustancia que se llama dopamina (la droga del “todo está bien”), la cual le proporciona un bienestar algo parecido a la felicidad, y usted, hoy, es un yonqui de la dopamina. Por eso no puede ni aunque quiera desconectar su televisor, su radio, su Internet, su videojuego o su fútbol. Usted no es sino un puto yonqui enganchado a su droga, y sus buenos recursos le ha costado al Poder Negro tenerle enganchado en su cadena. No; no sueñe: usted no es libre ni para ir al baño, ya le digo. Ya desde niños los individuos son idiotizados con esos pervertidos dibujitos animados que están tan estudiados que producen algo parecido a la esquizofrenia en los cerebritos infantiles, en los que además los insertan los primeros códigos degenerados en inyecciones de mucho color hipnótico y un ritmo de imágenes para obtener unos resultados específicos; y cuando el niño es un poco mayorcito, tiene esas series para deficientes mentales, como Hanna Montana y así, en la no sólo les tratan como parapléjicos mentales sin solución de cura, sino que les dicen cuánto y cómo y cuándo han de reír, insertándoles códigos de conveniencia hasta para los actos más involuntarios y lúdicos. Un adoctrinamiento en la vacuidad y la corrupción moral que no cesa aunque ya sea usted talludito, no tiene más que analizar los contenidos de los programas de televisión que ve o la información subyacente en las películas más taquilleras, y no tendrá otra que imaginarse a usted mismo tendido en una cama, conectado su cerebro a una especie de máquina que le sorbe sus fluidos existenciales, entretanto le crea una realidad virtual de aparente felicidad que, sin embargo, le genera un hondo y muy profundo sufrimiento, precisamente el alimento de los dioses… del Mal. No, no; de ninguna manera tiene usted libertad para apretar botón ninguno. Usted tiene la libertad necesaria e imprescindible para hacer lo que le digan, como se lo digan y cuando se lo digan, nada más. Y creerá que está haciendo algo maravilloso con ello. Ya vio, en los setenta que el Poder llenó el mundo de dictaduras sangrientas (especialmente Latinoamérica) y el pueblo lo aplaudió, y que en los ochenta las sustituyó forzosamente por democracias (especialmente Latinoamérica, donde no votar está penado como delito) y el pueblo lo aplaudió también. Lo que le digan, en fin, y punto.

Lo importante que debe retener de todo esto, es que a cada uno el Poder le tiene atado a la disonancia inarmónica con su propio código de grupo: el de los sexópatas, el de los fumboleros, el de los gorigoris (cantantes, musicales, etx.), el de los teleadictos, el de los drogotas, el de los pasaos, el de los adictos a los cotilleos, el de los televidentes de teleseries para retrasados, etc., de modo que existe un código degenerativo para cada uno de los segmentos sociales. ¿Libertad?..., ¡ja!

Pero es que sumado a toda esta ingente labor de destrucción de nuestra forma natural de ser, existe por parte del poder y sus monaguillos un trabajo de adoctrinamiento continuado que se añade a los medios expresados: el colegio y la publicidad. No; con la publicidad no le están vendiendo nada, sino que le están diciendo sea más carne y más nada, que sólo puede ser feliz si tiene y que si no no es nada, que disfrute ahora que no hay después, ¡que viva Satán! Y se lo están diciendo así, expresamente, explícitamente, sin circunloquios ni palabrerías. Sea nada: eso le dicen. Le dicen: jode, y toma la pilule del día después. Un pacto de sangre entre demonios. Dese el gustirrinín, hombre. Se egoísta, le dicen. Se orgulloso, se soberbio, le dicen. Y usted lo hace, porque no tiene voluntad, quiere su chute de dopamina y hará lo que sea necesario para obtenerlo. Y si esto es así con la educatriz y alineante publicidad, no lo es menos con la educación, porque a su nene no le están enseñando a leer, sino destruyendo su almita desde la más tierna infancia al insertar en su credulidad códigos perversos y pervertidos con materias tales como Educación para la Ciudadanía, diciéndole desde esa inocente edad que el aborto está bien o que pruebe con los de su sexo, que lo mismo le gusta. La cosa es convertirlo en menos, en mucho menos: en nada. En un montón de carne que, según el Ministerio de Igualdad, puede disfrutar con felaciones y cosas por el estilo. Vea hasta dónde llega la cosa.

La disparatada promoción de este sexo irresponsablemente animal y como entre animales que impera en la sociedad actual, exento de todo sentimiento que no sea aberrante, es de una magnitud tal que en ocasiones da la impresión de que tenemos en los ministerios a aquellos micos de El Retiro que autistamente se pasaban el día entero masturbándose en su jaula. La impresión que yo tengo, al menos, es de que son sexo con algo, y no alguien con sexo. En fin, allá cada cual. Ya imagino que este proceso lógico que estoy repitiendo con usted, lector, tendrá sus muchos e insultantes detractores, como suele suceder cuando a una persona se le toca lo más sagrado para él; pero para cualquiera que sea capaz de abstraerse por un momento de sus propias desviaciones o tendencias, queda más que cristalino que la campaña de idiotización y cosificación social no puede ser mayor. Bueno, sí: pero ¿por qué?...

La corrupción y los corruptos, así en lo personal como en lo social, han existido siempre, y no se trata aquí de encontrar las raíces del Bien o del Mal, sino de saber cuándo se expandió hasta globalizarse como bueno lo que no es, cuándo y quién ha invertido tantos esfuerzos en que lo malo pase por bueno, y en transformar lo bueno en malo usando tantos y tan costosos recursos. Ustedes me dirán que por qué esto o aquello va a ser malo y eso otro va a ser bueno, y en realidad tendría que bastarles en que porque siempre ha sido así, que es decir que lo es porque así lo llevamos inserto en nuestro código genético de una forma natural (tras millones o centenas de millones de años de evolución), lo tenemos incluso en nuestra cultura (tras milenios de instrucción) porque somos éticos o morales o nos lo ha manifestado nuestro Dios, o sencillamente porque hemos pensado tanto sobre el asunto a lo largo de la Historia que hemos llegado racionalmente a esas conclusiones (Platón o Aristóteles no eran cristianos), y que unos meapilas corruptos e incapaces como los de hoy –probablemente los más idiotas de todos los humanos que han pasado por este mundo- serían sencillamente incompetentes para tener luz alguna, y menos como para juzgar sobre asuntos tan capitales.

Pero, en fin, así las cosas volvemos a la cuestión: ¿quién, cuándo y por qué?... El Quién, ya lo apunté desde el principio, es el Poder, El Club, el cual rinde culto a su dios y señor al que se somete, que, obviamente, es uno de los dos polos de la más antigua de las guerras: la del Bien contra el Mal. El cuándo, queda claro que puede ser concatenado a los sucesos históricos, pudiéndose establecer el acceso a la corrupción global cuando se globalizó la sociedad, y este fenómeno, lejos de lo que muchos creen, este Nuevo Orden, no está por empezar, sino que comenzó tiempo atrás, mucho tiempo, hacia finales del s. XVIII. No es que antes no hubiera corrupción y todo eso, pero estaba contralada o muy restringida y las distintas sociedades tenían sus escalas de valores, sus virtudes y sus defectos, pero optando oficial y decididamente siempre por la virtud. Y el porqué, queda claro si se considera dónde estábamos como sociedad en cualquier otro tiempo y dónde estamos ahora. Considérese que ara definir una recta basta con conocer dos puntos por los que pase ésta, de modo que nos va a marcar una tendencia, que es algo así como un diagnóstico. Estábamos en un mundo complicado, pero en orden: lo bueno era bueno, lo malo era malo, había orden en la sociedad, geometría, y la sociedad funcionaba. ¿Dónde estamos ahora?... Veamos: el suicidio es la segunda causa de muerte en algunos países de Occidente (España, por ejemplo), el número de divorcios es casi el doble que de matrimonios, el número de abortos es superior en muchas veces, muchas, al de nacimientos, el grado de responsabilidad de la sociedad es mínimo y el de la corrupción es máximo, casi una Institución del Estado, y existen auténticos ministerios consagrados en la destrucción legal de todos los vínculos tradicionales de la familia, ya sea conceptualmente como desde su propia organización, en sembrar el caos social moral con técnicas de adoctrinamiento y en pervertir cualquier información e incluso la Historia que pueda conducir a reorientar eventualmente a quienes quisieran encontrar el hilo que alguna vez se perdió. Y, sin embargo, a pesar de esta aparente sociedad de la opulencia y el bienestar, jamás antes hubo tanta incertidumbre sobre el futuro, jamás antes hubo menos expectativas para el porvenir de los jóvenes y jamás antes tantos incapaces fueron tan prominentes en sociedad alguna. El Poder, El Club, hoy, es una enorme máquina de generar Mal en estado puro, sufrimiento. ¿Y a quién le complace el sufrimiento, quién se alimenta del sufrimiento, de la discordia, de la disonancia inarmónica?...

Todo este asunto lo trate muy a fondo en mi “Sangre Azul (El Club)”. Pueden leer íntegra y gratuitamente esta novela en mi web, y aún ver algún video de unos minutitos, para los menos aficionados a la lectura, así en mi propia web como en YouTube (lo digo por esos malpensados que, a falta de argumentos, me atacan con la excusa de que uso estos artículos para vender mis novelas). No voy a repetir aquí toda la base argumental de “Sangre Azul (El Club)” –referida en clave de crónica epistolar, y utilizando como hilo conductor a un personaje conocido de todo el mundo y por los propios sucesos extraídos de las cabeceras de los diarios e informativos-, pero sí apuntaré que estamos viviendo una soterrada guerra que se libra sin cuartel entre el Bien y el Mal, que estamos en el territorio de los que no son buenos, precisamente, y que éstos dirigentes, El Club, tienen un plan muy concreto y muy meditado para hacerse con la sociedad en pleno y establecer su señorío. Lean la novela o vean el video.

Naturalmente, en un asunto tan complejo como este –es la más compleja de todas las conspiraciones imaginables, pues que implica la batalla arquetípica entre los dos polos antagonistas por antonomasia- les recomendaría que leyeran la novela ahora que estamos en verano y que tenemos algo más de tiempo, pero como no todo el mundo podrá, les dejó aquí la dirección del video para que si quieren lo vean y sepan de forma audiovisual quién, qué y cuándo le ha planteado batalla a Dios mismo. El botín, por supuesto, somos nosotros. Que lo disfruten.



Conspiraciones IV: El Bien y el Mal

Haz creer a los hombres que lo bueno es lo que te conviene, y tendrás los mejores y más obedientes esclavos.
Ángel Ruiz Cediel
viernes, 12 de agosto de 2011, 10:34 h (CET)
Conspiraciones I: el fundamento

Conspiraciones II: el Poder

Conspiraciones III: Nibiru/Elenin

Sin duda, si compara lo que un hombre de hace mil años consideraba bueno o malo con lo que considera bueno o malo el hombre de doy, seguramente encontrará diferencias tales que le dará la impresión de que en algunos aspectos el Bien y el Mal se han invertido.

Pero es que lo mismo le sucedería si realizara el mismo ejercicio entre cualquier otra etapa de la Historia y nuestro hoy, cual si a medida que ha ido transcurriendo el tiempo los hombres hubieran ido, de una forma espontánea, cayendo por una sima de autocomplacencia…, salvo que todos nuestros predecesores estuvieran equivocados de raíz y fuéramos nosotros quienes hemos encontrado la luz. Mirado con cierta perspectiva, el Bien y el Mal parecen personajes mutables, adaptables a distintas realidades, cual si fueran nada más que travestidos elementos culturales. Incluso es frecuente que entre los mismos creyentes –en todo caso, y sin importar la religión a la nos refiramos, su Dios es eterno- están convencidos en una enorme proporción de que lo eviterno, el Bien y el Mal, debe adaptarse a sus condiciones actuales y sus circunstancias transitorias de vida, como si éstos fueran una moda o algo así de la propia divinidad, dando origen a un cierto dietísmo personal, pues que a la vez dan crédito a su Dios conceptual pero adoran con especial devoción a un dios a la medida de su conveniencia.

En nuestro orden cotidiano, hoy poca gente considera malo engañar a Hacienda, quedarse con lo que encuentra en la calle, insultar, difundir libelos, desprestigiar, mentir, masturbarse como un mico o tener una promiscuidad sexual de no muy recta libídine, pero es que tampoco es considerado bueno, sino conductas inadecuadas o atolondradas propias de tontos, valores como la humildad, la honradez, la sencillez, el esfuerzo o la responsabilidad. Peccata minuta, venialidades. En otro orden mayor, y más acorde con quienes han pasado ya algunas líneas rojas, consideran que ellos son los importantes y es perfectamente lógico que sean ambiciosos, codiciosos, egoístas, nihilistas, egocéntricos, petulantes, vanidosos, engreídos, soberbietes y que es saludable cualquier actitud o trampa que les sirva para satisfacer sus anhelos, ya sea segar la hierba bajo los pies a un prójimo o un compañero o desacreditar gratuitamente a quien sea para ensalzarse a sí mismos, que los demás no merecen respeto, que lo suyo es suyo y lo de los demás también, incluida la vida que engendran y sobre la que pueden decidir si el nasciturus vive o muere, que sus progenitores son sus esclavos, que tienen derechos pero no responsabilidades, que su situación personal convierte en bueno cualquier procedimiento que usen para buscarse la vida o enriquecerse, y que lo único que debe reprimirse es lo que les molesta cuando les molesta, cual si los mandamientos divinos o la virtud o la moral o la ética, o todas juntas, hubieran quedado temporalmente derogados cuando les apetece o se les antoja. Cosas de la vida, formas naturales de supervivencia en este patio de recreo que es el mundo. Y, yéndonos al extremo de los que están al otro lado de todas las líneas rojas, los hay que consideran que como Dios no existe o como creen en otras divinidades… infernales, digamos, pueden tomar a los demás como objetos, porque lo único que importa en el orbe son ellos y sus placeres, y los demás prójimos están de relleno en el mundo sólo para complacerlos, el mismo mundo que compensará todos los pecados, delitos y atrocidades con la propia muerte, tras la cual no hay nada. Que les quiten lo bailado, pues. Ellos son los que trafican con la vida y con la muerte, los que sin pudor alguno se confiesan criminales cual si el crimen fuera un negocio, los que promueven la guerra, los que pervierten la infancia -¡ay, de los que escandalicen la infancia, imaginen para los que la perviertan o abusen de ella!-, los que comercian con la carne de otros, los que torturan, los que se enriquecen con la miseria y el sufrimiento ajeno… Aberraciones, sí, pero cuyos protagonistas ocupan los pináculos más altos de la sociedad, habitan las mansiones más lujosas, tienen las cuentas corrientes más abultadas y reciben los mayores agasajos de las autoridades, cuando no es que son los líderes de países o los modelos a imitar en buena parte del planeta.

Sin embargo, no sólo han degenerado las conductas particulares y sociales. También lo ha hecho todo lo demás. En la música, por ejemplo, hemos trepado costosamente a las sublimes cumbres de Debussy, Rachmaninov, Brams o Mozart (entre miles de genios), para precipitarnos por el abismo sin fondo de estos cantantes para tontos o de grupos para idiotas (omitiré nombres para no ofender, pero pueden pensar en quien les dé la gana de cualquier cantante actual de sonsonetes, en el mejor de los casos, que seguro que está incluso porque el arte de la Música ha desaparecido) que hoy nos asolan desde todos los rincones de la sociedad; en las Letras, subimos con afanoso esfuerzo a los espléndidos círculos de Galdós, Cervantes, Goethe, Cernuda, Blas de Otero y tantísimos otros, para despeñarnos por este precipicio de escribanos sin talento que desconoce en absoluto qué es la Literatura y que sólo sabe contar historietas desvestidas de toda belleza, sin sentido, ni objeto ni fin; en la Arquitectura, tal vez agotados del esfuerzo de haber logrado edificar las obras más excelsas, hijas y hermanas de la proporción divina, hemos derrotado hacia estos adefesios que hoy nos confunden y siembran la fealdad más horrorosa en nuestras ciudades, las cuales obras, incluso siendo promovidas por las autoridades como de gran fuste, siembran indecible desasosiego en quienes las contemplan o las visitan, siendo mudos testigos en muy próximo futuro de un pasado torcido y aberrante que enajenó a las sociedades y volvió tarumba a los hombres; y la Pintura, qué decir que no duela, cuando hemos alcanzado las mieles de la magnificencia con Rafael, Leonardo, Rembrandt, Velázquez y tantísimos otros, para arrojarnos en un suicidio artístico, que es decir espiritual, por el barranco del abstracto y todas esas escuelas que, desde el Impresionismo para acá, sólo han producido un tan inútil como enfermizo consumo de pintura. Como le dijo don Miguel de Unamuno a aquel pintor abstracto que tuvo la osadía de pretender que le diera sus bendiciones: “Ya sé que usted ve la realidad así de horrible; pero ¿y por qué la pinta?...”

Vista así la cosa, a vuelo de pájaro sobre la Historia, podríamos concluir que hemos ido degenerando por un simple proceso de entropía, y sería verdad; pero, al mismo tiempo, no lo es. La degeneración ha ido aumentando en una progresión particularmente geométrica, y no es difícil concatenar los sucesos históricos específicos con el desmoronamiento moral de la sociedad, y en ello no tienen nada que ver las culturas, porque por igual ha sucedido donde esos personajes ha ido poniendo sus pezuñas, ya sea Occidente u Oriente, Norte o Sur. Naturalmente, si de antemano descubro quiénes, en mi modo de entender, son los responsables de esta debacle de la especie y este asentamiento inter nos de la corrupción individual y social como un fenómeno de nuestro tiempo, podría considerarse proselitismo de una idea ya fijada de antemano o de un prejuicio, pero, si por el contrario, sigue cada lector su propio proceso y llega a las mismas conclusiones, es que el resultado no es susceptible de ser manipulado por una apreciación subjetivamente personal, sino que es objetivamente el único resultado posible.

Si suponemos toda esta degeneración moral como un proyecto intencionado dimanado desde el Poder, El Club, ¿a quién benefician las leyes que instauran el caos, para quién legislan o con qué fin lo hacen?... Comencemos por las Letras (soy escritor, y es mi privilegio): ¿de veras que lo mejor que tenemos es esto que hay en las librerías?... Vamos, vamos, seriedad, señores: eso es paja encuadernada, pura majadería. Con los dedos de una mano se pueden hacer las honrosas salvedades e esta regla en cada país, y sobrarían dedos. Miles y miles de premios y certámenes por aquí y por allá, algunos dotados con una esplendidez que ya los quisiera Mecenas para sí, y aún otra enjundiosa cantidad en galardones públicos o Premios Nacionales, ¿para conseguir esta basura de libros exentos de toda belleza literaria, circunscritos exclusivamente en un referir historietas aberrantes y sin sentido que no conducen a ninguna parte más allá de la degeneración intelectual y moral?... Y vale lo mismo para la Pintura, la Música y la Arquitectura, de modo que las cuatro artes juntas atormentan nuestros sentidos y embotan nuestros cerebros, empujándonos inconscientemente extrarradios de ellos para buscar cierta compensación o satisfacción en otros lares… más de la carne. El hombre y su ámbito está edificado, como cualquier otra obra de la Creación, en base a la proporción divina, a la armonía geométrica, y lo inarmónico nos produce tal desasosiego que, necesaria y aun maquinalmente, nos fuerza a buscarle compensaciones…, las cuales están cegadas por el Poder y abiertos sólo los accesos a ámbitos más desoladores. Todo en nosotros es armonía, perfección, maravilla, desde lo más profundo de nuestras células a lo más externo de nuestra apariencia. Ellos, el Poder, El Club, lo saben, y por eso nos regalan en profusión disonancia, tensión, discordia, enemistad, mal gusto, artificiosidad: nadería.

Recuerden el efecto que en las moléculas de agua tiene la disonancia inarmónica, cómo se corrompen y abigarran en una geometría fea, desagradable y angustiosa si se hace sonar en su entorno sonsonetes machacones, música de ésa llamada heavy metal o si se dicen o escriben en su entorno palabras insultantes, entretanto la armonía que suscita la música bella o las dulces palabras, empuja a las moléculas de agua a trazar figuras geométricas en las que el número áureo es enaltecido por doquier, adquiriendo el conjunto una esplendidez maravillosa. El cuerpo humano, no es de balde recordarlo para los que no lo saben, es en más de un 75%, agua. Y si estos son los efectos sobre un vaso o una botella con agua, ¿cuáles no serán sobre un individuo?... Los mismos templos, construidos en base a la proporción divina, en cierta forma son receptáculos que corrigen los problemas que genera la actividad cotidiana (los efectos de esas disonancias inarmónicas de los insultos o de la música y las imágenes ofensivas propias de la actividad ordinaria) por un efecto de resonancia morfogénica, entretanto es sabido que muchos, la mayoría de los edificios llamados modernos, ésos con geometrías concebidas aparentemente por una mente en deterioro progresivo o ya irremediablemente desquiciada, se les puede considerar enfermos, y los cuales enferman a quienes lo habitan por las mismas razones expuestas al principio de este apartado. Imagínese cómo saldría un individuo, por ejemplo, del Guggenheim, si pasara en él un día entero, verbigracia. La Pintura, la Arquitectura, la Música disonante o machacona (también puede ser extraordinariamente destructivo el sonsonete del gluco-blandi-blup de moda, ese efebo rubio cuyas canciones pueden producir un shock hiperglucémico) y aún ese engendro de asnos llamado literatura actual, pues, son desincronizadores promovidos por el Poder, poderosas fuentes de disonancias inarmónicas impulsadas de forma masiva en todos los medios y en todas las ciudades para degenerar los fluidos humanos, y, en consecuencia, debido a la corrupción de estos fluidos, de la mente y sus procesos lógicos y, finalmente, del alma humana. Este asunto, de ninguna manera es menor o para ser pasado por alto. Visto desde la indiferente geometría que dibujan las ondas cerebrales durante un examen neurológico, por ejemplo, las que se corresponden con las del sufrimiento son exactamente idénticas a las que produce el cerebro cuando tiene deseos de bailar como consecuencia de escuchar las estridencias de esa llamada música tecno o con la ya mencionada heavy-metal, rock duro y todas esas frituras neuronales. Los deseos de bailar y agitarse, son consecuencia de la necesidad de consumir la superproducción de adrenalina mediante el ejercicio físico, si bien los niveles de agresividad han sido multiplicados hasta un nivel correspondiente al de máxima alerta del organismo, cual si estuviera siendo atacado por una fiera o por una legión de enemigos.

Puede, puede parecer un poco exagerado, pero créame que es así. O mejor todavía, compruébelo por usted mismo. Ya ve que a pesar de invertir los gobernantes ingentes, auténticas millonadas de dineros en premios, certámenes, simposios, documentales, subvenciones, leyes de protección de derechos, promoción de sociedades de derechos de autores, cánones, impuestos y regalos, además del endiosamiento de auténticos y legítimos meapilas de tal calidad que si eso es lo mejor que puede producir el conjunto de toda la especie en una generación dada, mejor que la tal generación se pegue al unísono un tiro en la cabeza. Ahí tienen, que no sólo se venden los CD de estos pipiolos sin talento o esos macabros hijos de la distorsión y el desosiego a un precio veinte o treinta veces por encima del de la música más sublime (hay que degradarla, y en la mente de la sociedad barato es igual a malo), sino que en el arte llamado conceptual tenemos artistas gloriosos que reciben ingentes dosis de publicidad gratuita en todos los medios porque venden enlatados sus excrementos, en literatura tenemos como best-sellers a quien con enorme dificultad haría la O con el culo de un vaso, y en la arquitectura tenemos lo que tenemos, que ya da miedo ir a algunas ciudades, como Barcelona, por ejemplo, donde la idea que uno puede sacar a primera vista es que se trata de una ciudad en la que dios es el sexo y la población está irrecuperablemente sexopatizada, cuando en realidad lo que ha pasado es que han conjurado con un símbolo de la aberración de la carne –materia- (Torre Agbar) el símbolo de la excelsitud espiritual que es La Sagrada Familia: han conjurado un bien con un mal. Recuerden que en la II Guerra Mundial, por ejemplo, se conjuró el símbolo de una cosa que era la cruz gamada nazi con el signo de la victoria diseñado por Aleister Crowley (satánico fundador de la religión Thelema y la OTO, y autor del satánico Libro de la Ley). Así funciona la cosa: así es la cosa. Tomen nota, y aplíquenla a todo lo demás. Nada es porque sí: todo tiene su porqué.

Pero no es sólo en esto poquito en lo que se emplea a fondo el Poder, El Club. Lo intenta en todo. Verá: si usted repara en los modelos sociales, en esos individuos que siempre están en candelero en todos los medios de comunicación, ¿qué tiene?... Vale, seguro que, en el mejor de los casos, ha dicho usted que putas, frikis, plumíferos, delincuentes, rascahuevos o meapilas, o quizás haya sido menos consentidor con esa peste que no merece tolerancia alguna; pero ¿de veras que es lo único?... Piense. Veamos, una ayudita: y los políticos que supuestamente le gobiernan ¿cómo son?... Vale, vale, que seguro que en el mejor de los casos lo que ha escapado de sus labios es un terno que difícilmente le cabrá por la boca, tal como corrupto (siendo fino), mamacallos (siendo ingenioso), sinvergüenza (siendo convencional), delincuente (siendo exacto) o un ladrón (siendo verídicamente muy crudo). Y es verdad. Pero no sólo, porque ya le he dicho en mis anteriores artículos de esta serie que ser el gobernante o el político de un país no tiene nada que ver con ser quien ostenta el poder. Ellos, los políticos, son unos mandados, nada más. Los que tienen el poder son otros, y ésos no salen en Forbes, ya se lo dije. Pero piense, piense: ¿en qué más nos ocupan para llenarnos de disonancias inarmónicas que nos corrompan por dentro y por fuera?... Efectivamente, sí, usando los ojos y la mente, además de las manos y los deseos. Lo copan todo, porque no quieren que ni un solo individuo escape a su influencia nefasta, no importa qué gustos tenga o qué propensiones experimente, ya que si todo lo hacen negativo, siempre estará dentro del redil de su rebaño negro, del Mal. Y precisamente por ello, igual que siembran la aberración, la injusticia y la discordante estridencia en todo lo mencionado, para que no escape nadie de la su perversión, tienen la televisión, las teleseries, el cine, los videojuegos, la pornografía, Internet…, y el ocio, contemplando éste desde los aparentemente inocuos dibujitos animados a la prostitución, el educador fútbol, el juego por dinero, la pedofilia, las drogas, la diversión de sexo, alcohol y rock´n´roll y esas chorradas, y todo lo que de sobra sabe para que ni usted ni nadie pueda escapar de su órbita de maldad y vibre a la longitud de onda de su perversión.

Ya, ya, ya sé: usted me dirá que puede apagar la tele cuando quiera, que si no quiere ir al cine no va y que Internet o los videojuegos son algo optativo, de libre uso. Y es verdad, si es que usted cree que los pájaros maman. Su mente, su voluntad, de ninguna manera es suya. Goëbbles les dio muchas claves con su propaganda, pero créame que tienen una legión de estudiosos en todo el mundo que no dejan de avanzar en técnicas de control mental, y que usted, ni en sueños, es dueño de su propia libertad. Ni para ir al baño, fíjese bien en lo que le digo, es usted libre. Todo el mundo sabe hoy que hace mucho que la televisión o el deporte favorito o la teleserie son una bendición, porque la familia cuando está junta ya no sabe de qué hablar o de qué modo convivir, que hoy la gente prefiere las relaciones virtuales a las físicas con sus semejantes. Ni usted, ni nadie puede vivir ya sin esa televisión que llena de ruido ensordecedor sus silencios, sin esas historias sin sustancia que usted presencia cómodamente instalado mientras le roban su propia y muy personal historia, sin ese Internet que gratuitamente le ofrece la perversión que prefiera y todo lo dura que la quiera, gratuitamente y desde un anonimato que de ninguna manera existe (gordas, flacas, en grupo, con animales, con viejas, con travelos, con lesbis o con plásticos, todo vale), y esto es así por una razón: todo eso, esa expectativa de supuesta diversión que no lo es, produce en su cerebro la ingente secreción de una sustancia que se llama dopamina (la droga del “todo está bien”), la cual le proporciona un bienestar algo parecido a la felicidad, y usted, hoy, es un yonqui de la dopamina. Por eso no puede ni aunque quiera desconectar su televisor, su radio, su Internet, su videojuego o su fútbol. Usted no es sino un puto yonqui enganchado a su droga, y sus buenos recursos le ha costado al Poder Negro tenerle enganchado en su cadena. No; no sueñe: usted no es libre ni para ir al baño, ya le digo. Ya desde niños los individuos son idiotizados con esos pervertidos dibujitos animados que están tan estudiados que producen algo parecido a la esquizofrenia en los cerebritos infantiles, en los que además los insertan los primeros códigos degenerados en inyecciones de mucho color hipnótico y un ritmo de imágenes para obtener unos resultados específicos; y cuando el niño es un poco mayorcito, tiene esas series para deficientes mentales, como Hanna Montana y así, en la no sólo les tratan como parapléjicos mentales sin solución de cura, sino que les dicen cuánto y cómo y cuándo han de reír, insertándoles códigos de conveniencia hasta para los actos más involuntarios y lúdicos. Un adoctrinamiento en la vacuidad y la corrupción moral que no cesa aunque ya sea usted talludito, no tiene más que analizar los contenidos de los programas de televisión que ve o la información subyacente en las películas más taquilleras, y no tendrá otra que imaginarse a usted mismo tendido en una cama, conectado su cerebro a una especie de máquina que le sorbe sus fluidos existenciales, entretanto le crea una realidad virtual de aparente felicidad que, sin embargo, le genera un hondo y muy profundo sufrimiento, precisamente el alimento de los dioses… del Mal. No, no; de ninguna manera tiene usted libertad para apretar botón ninguno. Usted tiene la libertad necesaria e imprescindible para hacer lo que le digan, como se lo digan y cuando se lo digan, nada más. Y creerá que está haciendo algo maravilloso con ello. Ya vio, en los setenta que el Poder llenó el mundo de dictaduras sangrientas (especialmente Latinoamérica) y el pueblo lo aplaudió, y que en los ochenta las sustituyó forzosamente por democracias (especialmente Latinoamérica, donde no votar está penado como delito) y el pueblo lo aplaudió también. Lo que le digan, en fin, y punto.

Lo importante que debe retener de todo esto, es que a cada uno el Poder le tiene atado a la disonancia inarmónica con su propio código de grupo: el de los sexópatas, el de los fumboleros, el de los gorigoris (cantantes, musicales, etx.), el de los teleadictos, el de los drogotas, el de los pasaos, el de los adictos a los cotilleos, el de los televidentes de teleseries para retrasados, etc., de modo que existe un código degenerativo para cada uno de los segmentos sociales. ¿Libertad?..., ¡ja!

Pero es que sumado a toda esta ingente labor de destrucción de nuestra forma natural de ser, existe por parte del poder y sus monaguillos un trabajo de adoctrinamiento continuado que se añade a los medios expresados: el colegio y la publicidad. No; con la publicidad no le están vendiendo nada, sino que le están diciendo sea más carne y más nada, que sólo puede ser feliz si tiene y que si no no es nada, que disfrute ahora que no hay después, ¡que viva Satán! Y se lo están diciendo así, expresamente, explícitamente, sin circunloquios ni palabrerías. Sea nada: eso le dicen. Le dicen: jode, y toma la pilule del día después. Un pacto de sangre entre demonios. Dese el gustirrinín, hombre. Se egoísta, le dicen. Se orgulloso, se soberbio, le dicen. Y usted lo hace, porque no tiene voluntad, quiere su chute de dopamina y hará lo que sea necesario para obtenerlo. Y si esto es así con la educatriz y alineante publicidad, no lo es menos con la educación, porque a su nene no le están enseñando a leer, sino destruyendo su almita desde la más tierna infancia al insertar en su credulidad códigos perversos y pervertidos con materias tales como Educación para la Ciudadanía, diciéndole desde esa inocente edad que el aborto está bien o que pruebe con los de su sexo, que lo mismo le gusta. La cosa es convertirlo en menos, en mucho menos: en nada. En un montón de carne que, según el Ministerio de Igualdad, puede disfrutar con felaciones y cosas por el estilo. Vea hasta dónde llega la cosa.

La disparatada promoción de este sexo irresponsablemente animal y como entre animales que impera en la sociedad actual, exento de todo sentimiento que no sea aberrante, es de una magnitud tal que en ocasiones da la impresión de que tenemos en los ministerios a aquellos micos de El Retiro que autistamente se pasaban el día entero masturbándose en su jaula. La impresión que yo tengo, al menos, es de que son sexo con algo, y no alguien con sexo. En fin, allá cada cual. Ya imagino que este proceso lógico que estoy repitiendo con usted, lector, tendrá sus muchos e insultantes detractores, como suele suceder cuando a una persona se le toca lo más sagrado para él; pero para cualquiera que sea capaz de abstraerse por un momento de sus propias desviaciones o tendencias, queda más que cristalino que la campaña de idiotización y cosificación social no puede ser mayor. Bueno, sí: pero ¿por qué?...

La corrupción y los corruptos, así en lo personal como en lo social, han existido siempre, y no se trata aquí de encontrar las raíces del Bien o del Mal, sino de saber cuándo se expandió hasta globalizarse como bueno lo que no es, cuándo y quién ha invertido tantos esfuerzos en que lo malo pase por bueno, y en transformar lo bueno en malo usando tantos y tan costosos recursos. Ustedes me dirán que por qué esto o aquello va a ser malo y eso otro va a ser bueno, y en realidad tendría que bastarles en que porque siempre ha sido así, que es decir que lo es porque así lo llevamos inserto en nuestro código genético de una forma natural (tras millones o centenas de millones de años de evolución), lo tenemos incluso en nuestra cultura (tras milenios de instrucción) porque somos éticos o morales o nos lo ha manifestado nuestro Dios, o sencillamente porque hemos pensado tanto sobre el asunto a lo largo de la Historia que hemos llegado racionalmente a esas conclusiones (Platón o Aristóteles no eran cristianos), y que unos meapilas corruptos e incapaces como los de hoy –probablemente los más idiotas de todos los humanos que han pasado por este mundo- serían sencillamente incompetentes para tener luz alguna, y menos como para juzgar sobre asuntos tan capitales.

Pero, en fin, así las cosas volvemos a la cuestión: ¿quién, cuándo y por qué?... El Quién, ya lo apunté desde el principio, es el Poder, El Club, el cual rinde culto a su dios y señor al que se somete, que, obviamente, es uno de los dos polos de la más antigua de las guerras: la del Bien contra el Mal. El cuándo, queda claro que puede ser concatenado a los sucesos históricos, pudiéndose establecer el acceso a la corrupción global cuando se globalizó la sociedad, y este fenómeno, lejos de lo que muchos creen, este Nuevo Orden, no está por empezar, sino que comenzó tiempo atrás, mucho tiempo, hacia finales del s. XVIII. No es que antes no hubiera corrupción y todo eso, pero estaba contralada o muy restringida y las distintas sociedades tenían sus escalas de valores, sus virtudes y sus defectos, pero optando oficial y decididamente siempre por la virtud. Y el porqué, queda claro si se considera dónde estábamos como sociedad en cualquier otro tiempo y dónde estamos ahora. Considérese que ara definir una recta basta con conocer dos puntos por los que pase ésta, de modo que nos va a marcar una tendencia, que es algo así como un diagnóstico. Estábamos en un mundo complicado, pero en orden: lo bueno era bueno, lo malo era malo, había orden en la sociedad, geometría, y la sociedad funcionaba. ¿Dónde estamos ahora?... Veamos: el suicidio es la segunda causa de muerte en algunos países de Occidente (España, por ejemplo), el número de divorcios es casi el doble que de matrimonios, el número de abortos es superior en muchas veces, muchas, al de nacimientos, el grado de responsabilidad de la sociedad es mínimo y el de la corrupción es máximo, casi una Institución del Estado, y existen auténticos ministerios consagrados en la destrucción legal de todos los vínculos tradicionales de la familia, ya sea conceptualmente como desde su propia organización, en sembrar el caos social moral con técnicas de adoctrinamiento y en pervertir cualquier información e incluso la Historia que pueda conducir a reorientar eventualmente a quienes quisieran encontrar el hilo que alguna vez se perdió. Y, sin embargo, a pesar de esta aparente sociedad de la opulencia y el bienestar, jamás antes hubo tanta incertidumbre sobre el futuro, jamás antes hubo menos expectativas para el porvenir de los jóvenes y jamás antes tantos incapaces fueron tan prominentes en sociedad alguna. El Poder, El Club, hoy, es una enorme máquina de generar Mal en estado puro, sufrimiento. ¿Y a quién le complace el sufrimiento, quién se alimenta del sufrimiento, de la discordia, de la disonancia inarmónica?...

Todo este asunto lo trate muy a fondo en mi “Sangre Azul (El Club)”. Pueden leer íntegra y gratuitamente esta novela en mi web, y aún ver algún video de unos minutitos, para los menos aficionados a la lectura, así en mi propia web como en YouTube (lo digo por esos malpensados que, a falta de argumentos, me atacan con la excusa de que uso estos artículos para vender mis novelas). No voy a repetir aquí toda la base argumental de “Sangre Azul (El Club)” –referida en clave de crónica epistolar, y utilizando como hilo conductor a un personaje conocido de todo el mundo y por los propios sucesos extraídos de las cabeceras de los diarios e informativos-, pero sí apuntaré que estamos viviendo una soterrada guerra que se libra sin cuartel entre el Bien y el Mal, que estamos en el territorio de los que no son buenos, precisamente, y que éstos dirigentes, El Club, tienen un plan muy concreto y muy meditado para hacerse con la sociedad en pleno y establecer su señorío. Lean la novela o vean el video.

Naturalmente, en un asunto tan complejo como este –es la más compleja de todas las conspiraciones imaginables, pues que implica la batalla arquetípica entre los dos polos antagonistas por antonomasia- les recomendaría que leyeran la novela ahora que estamos en verano y que tenemos algo más de tiempo, pero como no todo el mundo podrá, les dejó aquí la dirección del video para que si quieren lo vean y sepan de forma audiovisual quién, qué y cuándo le ha planteado batalla a Dios mismo. El botín, por supuesto, somos nosotros. Que lo disfruten.



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