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El negocio de las drogas no sería hoy una gran industria de gigantescas ganancias sin el impulso que le dio los Estados Unidos

Estados Unidos y el Negocio del Narcotráfico en Paraguay y el mundo

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Dijo Malcom X que “Los pobres y oprimidos no tienen aviones, ni barcos, ni pistas de aterrizaje. El narcotráfico internacional requiere flotas de aviones de carga, pistas de aterrizaje, redes de contactos, grandes cantidades de dinero para realizar inversiones y mecanismos para lavar dinero”. En el Paraguay, país donde nada es lo que parece, se necesita además protección del mismo gobierno.

En este sentido se lleva las palmas gobierno del cura Fernando Lugo, el único “marxista y bolivariano” de la región que condecoró a una embajadora norteamericana por su ingerencia, en este caso a la encomendera del imperio Liliana Ayalde.

Esta embajadora se despidió del Paraguay en estos días afirmando que seguirá cooperando en la lucha contra el narcotráfico, y defendiendo a su actual pupilo el “mulo de la oligarquía” Fernando Lugo, aseguró que “en Paraguay no existe la narcopolítica, pero se puede instalar”.

A pesar de estas palabras tan amables de Ayalde, durante el gobierno del cura Fernando Lugo fue la primera vez que los paraguayos pudieron corroborar que un jefe de la policía era quien también ejercía la jefatura del narcotráfico. Fue también el primer gobierno en el cual fue nombrado jefe de la policía un ex convicto por tráfico en Argentina, el Coronel Benítez Liseras.

Es que la guerra contra el narcotráfico, todo el mundo y no solo los oyentes de Raúl Melamed, la sabe perdida hace tiempo entre otras cosas porque los ejércitos que simulan enfrentarse en ella son en realidad grandes cómplices.

La embajada norteamericana en Paraguay, para no ir lejos, fue la primera en colaborar con el negocio levantando cortinas de humo para encubrirlo ante la mismo opinión pública norteamericana. Cuando el 24 de mayo de 1972 el influyente columnista del Washington Post, Jack Anderson, publicó su recordado artículo –reproducido en 600 periódicos de todo el mundo- donde implicaba en el tráfico de drogas a Patricio Colmán, Andrés Rodríguez, Sabino A. Montanaro y otros impolutos filántropos de la fauna vernácula, el embajador norteamericano en Asunción y Raymond Ylitalo desmintió airado las acusaciones afirmando que “el ataque sobre los funcionarios del gobierno de Paraguay es irresponsable y de brocha gorda”.

La misma complicidad delatan hoy al decir que “ni el gobierno ni los altos funcionarios” facilitan el narcotráfico en nuestro país, lo que carece de lógica por la sencilla sentencia de Malcom X que se cita más arriba.

Como todas las guerras que Estados Unidos emprende ensanchando sus responsabilidades en lugar de retraerlas de acuerdo a la triada de John Quincy Adams hoy en auge (intervención preventiva, unilateralismo y hegemonía), la guerra al narcotráfico que invocan Ayalde y su gobierno, son sólo una reafirmación de la fe norteamericana en el aforismo que alguna vez plasmara con pluma maestra F. Scott Fitzgerald en “The Crack Up”: “La prueba de una inteligencia de primera clase es la capacidad de sostener al mismo tiempo dos ideas contrarias en la mente”.

Richard Nixon, por mencionar a ídolos de ayer, hoy y siempre, había prometido destruir la amenaza a las drogas allá por junio de 1971. Ese mismo año fueron arrestados un diplomático filipino, el hijo del embajador de Panamá ante Taiwán, un general laosiano y el embajador de Laos ante el gobierno francés por traficar una suma de 220 kilos de heroína. Todos eran activistas anticomunistas financiados por la administración Nixon.

El diplomático laosiano, el príncipe Sopsaisana, era la cabeza de la Liga anticomunista asiática y asesor político del jefe de la CIA en Laos. La heroína había sido refinada a partir del opio en el cuartel general de la CIA en Long Tieng y transportada desde allí por el general M. Secord, de la Fuerza Aérea de Estados Unidos. Las tropas laosianas del general Vang Pao pudieron así combatir a los comunistas de Vietnam del Norte gracias a los dividendos que obtenían traficando heroína, del mismo modo que los chinos nacionalistas habían podido hacer lo mismo ante las fuerzas maoístas merced a la heroína del ocupado “Triángulo Dorado” de Birmania.

Esta era sólo la reedición de la estrategia que había funcionado por primera vez en 1946, cuando la inteligencia estadounidense que ya contaba por entonces con asesores ex SS nazis como Reinhard Gehlen, había obtenido el indulto del mafioso Lucky Luciano y lo había enviado a organizar la mafia siciliana como método alternativo para enfrentar a la amenaza comunista en Italia. Luciano aprovechó las franquicias para organizar la ruta del narcotráfico de Medio Oriente a New York, con escala en Marsella.

La célebre “Conexión Francesa” se construyó sobre las bases que sentó Luciano y se alimentó en gran parte del dinero que generaba su aparato de distribución montado en Sudamérica por el ex agente de la Gestapo Auguste Ricord. Este luego caería en desgracia, no por introducir montos siderales de la “nieve blanca de Marsella” en Estados Unidos, sino por una interna en la inteligencia francesa que enfrentó al jerarca de la SDECE, Roger Barberot, con el presidente Georges Pompidou y la CIA.

Fastidiado, Nixon retiró la protección con que contaban los laboratorios de Marsella, terminando la comedia con el arresto en Paraguay del dueño del motel “Paris-Nizza”, a cuyos protectores la embajada norteamericana había defendido con tanto entusiasmo.

Medianamente aclarados estos puntos, me permito sugerirle a la representación diplomática norteamericana en Paraguay que en honor a la autenticidad, deberían más bien agradecer al narcotráfico que haya permitido la cruzada anticomunista en Asia, a Reagan enfrentar a los sandinistas, a la CIA emprender a través del Crack una solapada limpieza étnica contra los negros en California y financiar a los muchachos de Ben Laden contra la URSS en Afganistán.

Sin aventuras como éstas, tal vez hoy los bromistas a sueldo de la CIA hoy deberían estar fraguando montajes como la explosión del Maine, el ataque consentido a Pearl Harbor o la falsa agresión al destructor USS Maddox en el Golfo de Tonkín.

Estados Unidos y el Negocio del Narcotráfico en Paraguay y el mundo

El negocio de las drogas no sería hoy una gran industria de gigantescas ganancias sin el impulso que le dio los Estados Unidos
Luis Agüero Wagner
martes, 9 de agosto de 2011, 06:50 h (CET)
Dijo Malcom X que “Los pobres y oprimidos no tienen aviones, ni barcos, ni pistas de aterrizaje. El narcotráfico internacional requiere flotas de aviones de carga, pistas de aterrizaje, redes de contactos, grandes cantidades de dinero para realizar inversiones y mecanismos para lavar dinero”. En el Paraguay, país donde nada es lo que parece, se necesita además protección del mismo gobierno.

En este sentido se lleva las palmas gobierno del cura Fernando Lugo, el único “marxista y bolivariano” de la región que condecoró a una embajadora norteamericana por su ingerencia, en este caso a la encomendera del imperio Liliana Ayalde.

Esta embajadora se despidió del Paraguay en estos días afirmando que seguirá cooperando en la lucha contra el narcotráfico, y defendiendo a su actual pupilo el “mulo de la oligarquía” Fernando Lugo, aseguró que “en Paraguay no existe la narcopolítica, pero se puede instalar”.

A pesar de estas palabras tan amables de Ayalde, durante el gobierno del cura Fernando Lugo fue la primera vez que los paraguayos pudieron corroborar que un jefe de la policía era quien también ejercía la jefatura del narcotráfico. Fue también el primer gobierno en el cual fue nombrado jefe de la policía un ex convicto por tráfico en Argentina, el Coronel Benítez Liseras.

Es que la guerra contra el narcotráfico, todo el mundo y no solo los oyentes de Raúl Melamed, la sabe perdida hace tiempo entre otras cosas porque los ejércitos que simulan enfrentarse en ella son en realidad grandes cómplices.

La embajada norteamericana en Paraguay, para no ir lejos, fue la primera en colaborar con el negocio levantando cortinas de humo para encubrirlo ante la mismo opinión pública norteamericana. Cuando el 24 de mayo de 1972 el influyente columnista del Washington Post, Jack Anderson, publicó su recordado artículo –reproducido en 600 periódicos de todo el mundo- donde implicaba en el tráfico de drogas a Patricio Colmán, Andrés Rodríguez, Sabino A. Montanaro y otros impolutos filántropos de la fauna vernácula, el embajador norteamericano en Asunción y Raymond Ylitalo desmintió airado las acusaciones afirmando que “el ataque sobre los funcionarios del gobierno de Paraguay es irresponsable y de brocha gorda”.

La misma complicidad delatan hoy al decir que “ni el gobierno ni los altos funcionarios” facilitan el narcotráfico en nuestro país, lo que carece de lógica por la sencilla sentencia de Malcom X que se cita más arriba.

Como todas las guerras que Estados Unidos emprende ensanchando sus responsabilidades en lugar de retraerlas de acuerdo a la triada de John Quincy Adams hoy en auge (intervención preventiva, unilateralismo y hegemonía), la guerra al narcotráfico que invocan Ayalde y su gobierno, son sólo una reafirmación de la fe norteamericana en el aforismo que alguna vez plasmara con pluma maestra F. Scott Fitzgerald en “The Crack Up”: “La prueba de una inteligencia de primera clase es la capacidad de sostener al mismo tiempo dos ideas contrarias en la mente”.

Richard Nixon, por mencionar a ídolos de ayer, hoy y siempre, había prometido destruir la amenaza a las drogas allá por junio de 1971. Ese mismo año fueron arrestados un diplomático filipino, el hijo del embajador de Panamá ante Taiwán, un general laosiano y el embajador de Laos ante el gobierno francés por traficar una suma de 220 kilos de heroína. Todos eran activistas anticomunistas financiados por la administración Nixon.

El diplomático laosiano, el príncipe Sopsaisana, era la cabeza de la Liga anticomunista asiática y asesor político del jefe de la CIA en Laos. La heroína había sido refinada a partir del opio en el cuartel general de la CIA en Long Tieng y transportada desde allí por el general M. Secord, de la Fuerza Aérea de Estados Unidos. Las tropas laosianas del general Vang Pao pudieron así combatir a los comunistas de Vietnam del Norte gracias a los dividendos que obtenían traficando heroína, del mismo modo que los chinos nacionalistas habían podido hacer lo mismo ante las fuerzas maoístas merced a la heroína del ocupado “Triángulo Dorado” de Birmania.

Esta era sólo la reedición de la estrategia que había funcionado por primera vez en 1946, cuando la inteligencia estadounidense que ya contaba por entonces con asesores ex SS nazis como Reinhard Gehlen, había obtenido el indulto del mafioso Lucky Luciano y lo había enviado a organizar la mafia siciliana como método alternativo para enfrentar a la amenaza comunista en Italia. Luciano aprovechó las franquicias para organizar la ruta del narcotráfico de Medio Oriente a New York, con escala en Marsella.

La célebre “Conexión Francesa” se construyó sobre las bases que sentó Luciano y se alimentó en gran parte del dinero que generaba su aparato de distribución montado en Sudamérica por el ex agente de la Gestapo Auguste Ricord. Este luego caería en desgracia, no por introducir montos siderales de la “nieve blanca de Marsella” en Estados Unidos, sino por una interna en la inteligencia francesa que enfrentó al jerarca de la SDECE, Roger Barberot, con el presidente Georges Pompidou y la CIA.

Fastidiado, Nixon retiró la protección con que contaban los laboratorios de Marsella, terminando la comedia con el arresto en Paraguay del dueño del motel “Paris-Nizza”, a cuyos protectores la embajada norteamericana había defendido con tanto entusiasmo.

Medianamente aclarados estos puntos, me permito sugerirle a la representación diplomática norteamericana en Paraguay que en honor a la autenticidad, deberían más bien agradecer al narcotráfico que haya permitido la cruzada anticomunista en Asia, a Reagan enfrentar a los sandinistas, a la CIA emprender a través del Crack una solapada limpieza étnica contra los negros en California y financiar a los muchachos de Ben Laden contra la URSS en Afganistán.

Sin aventuras como éstas, tal vez hoy los bromistas a sueldo de la CIA hoy deberían estar fraguando montajes como la explosión del Maine, el ataque consentido a Pearl Harbor o la falsa agresión al destructor USS Maddox en el Golfo de Tonkín.

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