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El presunto asesino en masa noruego había dado muestras de un radicalismo fanático e islamófobo

El fanatismo identitario

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El presunto asesino en masa noruego que ha matado a un centenar de personas, con su doble atentado, había dado muestras de un radicalismo fanático e islamófobo –que se conecta, de forma paradigmática, con sus homólogos contrarios, terroristas islámicos-. Siendo ambos dos caras de la misma moneda, que constituyen el paradigma de fanático identitario, con rasgos sociopáticos –especialmente a lo que les resulta diferente, desconocido, que lo viven como invasivo-.

En el presente caso, se envuelve en unos rasgos identitarios de derecha totalitaria, a la defensiva de lo propio –su cultura, sus valores tradicionales-, incluso con tintes religiosos naturalmente integristas, en los que el diferente representa el peligro, el riesgo, por consiguiente, se convierte automáticamente en enemigo. Pues convencido de que pugnan por la existencia y el mismo espacio vital, resulta indefectible el enfrentamiento –en esa forma patológica de pensar-. Así se envuelve en los símbolos comunitarios (nacionales, tradicionales) e incluso se rodea de mitología épica al efecto, en el caso que nos ocupa, se considera un “cruzado” en su lucha contra el infiel islámico. Tachando de traidores a los políticos de su comunidad que transigen con los valores ajenos, toleran otras culturas y otras formas de creer y pensar.

Pero esa inflexibilidad de carácter, de personalidad inmadura, que necesita certezas ante la incertidumbre vital, que requiere seguridad ante lo desconocido, pues se siente inseguro; resulta que no es unilateral, sino multilateral, pues se da también en otros ámbitos culturales, y mientras en este caso, nos encontramos con la emulación de un “cruzado”, en otros nos encontramos con un yihaidista que en el nombre de Alá la emprende contra lo que representa diferencia con su cultura, su forma de ser, en definitiva su identidad.

Las características son idénticas, en uno y otro caso, pues “no hay nada que se parezca más a una superficie cóncava, que una convexa”. Si bien, los rasgos identitarios que reafirman y dicen defender son distintos, son los propios de sus respectivas culturas, de sus respectivas sociedades, inmersas en diferente ámbito de la civilización humana.

Acaso en algunos supuestos, la incorporación a estos grupos radicales provenga de la decepción y la desesperación de la falta de salida económica y social, de un progreso humano sistemáticamente negado por la conjunción de fuerzas de diversa etiología y alcance geopolítico. Que puede hacer de la desesperación una indeseable alianza con la inserción en grupos violentos antisistema, que reivindiquen un cambio radical, como salida y solución a todos los problemas socio-económicos. Aunque este, no parece ser el caso del presunto autor de la masacre noruega, sí suele ser una importante causa determinante entre el islamismo radical. Lo cual, requerirá medidas específicas de justicia social, industrialización, comercialización, y democracia en esos países, que pasaron de una sociedad medieval –tras la descolonización- a unos regímenes cerrados en manos de unas sagas familiares que se han perpetuado en el poder, y que tienen que acabar de entrar en la modernidad para su puesta al día, en el progreso económico y social.

Aunque esa medida puntual, con ser importantísima, no sería definitiva, si no se da una mayor culturización de las sociedades –occidentales y orientales, del norte y del sur del planeta-, presentando la diversidad como respetable y válida para cada quien, e inicua para el diferente. Hay que ir asumiendo lo diverso, lo desconocido, en términos convergentes, de cooperación, e incluso de fraternidad del género humano. Sin que tal hecho determine riesgos, miedos, y mucho menos odios infundados.

Algo así resulta muy necesario, por vía de la predicada “alianza de civilizaciones”, ya defendida por la ONU y por diversos gobernantes del mundo, para promover el mutuo conocimiento y respeto, evitando tópicos fatalmente contagiosos, menosprecio, o avasallamiento de unas culturas por otras. Empezando por los diferentes fenómenos religiosos, que no siempre se han entendido como elementos de paz y concordia, desterrando conductas sectarias, totalitarias, integristas y violentas, como socialmente perniciosas para la saludable convivencia nacional e internacional.

El fanatismo identitario

El presunto asesino en masa noruego había dado muestras de un radicalismo fanático e islamófobo
Domingo Delgado
lunes, 25 de julio de 2011, 11:13 h (CET)
El presunto asesino en masa noruego que ha matado a un centenar de personas, con su doble atentado, había dado muestras de un radicalismo fanático e islamófobo –que se conecta, de forma paradigmática, con sus homólogos contrarios, terroristas islámicos-. Siendo ambos dos caras de la misma moneda, que constituyen el paradigma de fanático identitario, con rasgos sociopáticos –especialmente a lo que les resulta diferente, desconocido, que lo viven como invasivo-.

En el presente caso, se envuelve en unos rasgos identitarios de derecha totalitaria, a la defensiva de lo propio –su cultura, sus valores tradicionales-, incluso con tintes religiosos naturalmente integristas, en los que el diferente representa el peligro, el riesgo, por consiguiente, se convierte automáticamente en enemigo. Pues convencido de que pugnan por la existencia y el mismo espacio vital, resulta indefectible el enfrentamiento –en esa forma patológica de pensar-. Así se envuelve en los símbolos comunitarios (nacionales, tradicionales) e incluso se rodea de mitología épica al efecto, en el caso que nos ocupa, se considera un “cruzado” en su lucha contra el infiel islámico. Tachando de traidores a los políticos de su comunidad que transigen con los valores ajenos, toleran otras culturas y otras formas de creer y pensar.

Pero esa inflexibilidad de carácter, de personalidad inmadura, que necesita certezas ante la incertidumbre vital, que requiere seguridad ante lo desconocido, pues se siente inseguro; resulta que no es unilateral, sino multilateral, pues se da también en otros ámbitos culturales, y mientras en este caso, nos encontramos con la emulación de un “cruzado”, en otros nos encontramos con un yihaidista que en el nombre de Alá la emprende contra lo que representa diferencia con su cultura, su forma de ser, en definitiva su identidad.

Las características son idénticas, en uno y otro caso, pues “no hay nada que se parezca más a una superficie cóncava, que una convexa”. Si bien, los rasgos identitarios que reafirman y dicen defender son distintos, son los propios de sus respectivas culturas, de sus respectivas sociedades, inmersas en diferente ámbito de la civilización humana.

Acaso en algunos supuestos, la incorporación a estos grupos radicales provenga de la decepción y la desesperación de la falta de salida económica y social, de un progreso humano sistemáticamente negado por la conjunción de fuerzas de diversa etiología y alcance geopolítico. Que puede hacer de la desesperación una indeseable alianza con la inserción en grupos violentos antisistema, que reivindiquen un cambio radical, como salida y solución a todos los problemas socio-económicos. Aunque este, no parece ser el caso del presunto autor de la masacre noruega, sí suele ser una importante causa determinante entre el islamismo radical. Lo cual, requerirá medidas específicas de justicia social, industrialización, comercialización, y democracia en esos países, que pasaron de una sociedad medieval –tras la descolonización- a unos regímenes cerrados en manos de unas sagas familiares que se han perpetuado en el poder, y que tienen que acabar de entrar en la modernidad para su puesta al día, en el progreso económico y social.

Aunque esa medida puntual, con ser importantísima, no sería definitiva, si no se da una mayor culturización de las sociedades –occidentales y orientales, del norte y del sur del planeta-, presentando la diversidad como respetable y válida para cada quien, e inicua para el diferente. Hay que ir asumiendo lo diverso, lo desconocido, en términos convergentes, de cooperación, e incluso de fraternidad del género humano. Sin que tal hecho determine riesgos, miedos, y mucho menos odios infundados.

Algo así resulta muy necesario, por vía de la predicada “alianza de civilizaciones”, ya defendida por la ONU y por diversos gobernantes del mundo, para promover el mutuo conocimiento y respeto, evitando tópicos fatalmente contagiosos, menosprecio, o avasallamiento de unas culturas por otras. Empezando por los diferentes fenómenos religiosos, que no siempre se han entendido como elementos de paz y concordia, desterrando conductas sectarias, totalitarias, integristas y violentas, como socialmente perniciosas para la saludable convivencia nacional e internacional.

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