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Opinión
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Puntos de vista

Manuel Alcántara
Redacción
miércoles, 9 de marzo de 2005, 23:51 h (CET)
La juventud, si mal no recuerdo, es una época en la que se exageran las creencias y los descreimientos. Se está seguro de cosas que luego se ponen en duda en la madurez y se ponen en remojo más tarde, cuando se transitan las calles que desembocan en el «arrabal de senectud». La encuesta realizada por encargo de la Fundación BBVA ofrece un retrato robot de nuestros universitarios que, como todos los retratos de este tipo, puede estar movido, pero da una idea bastante aproximada del múltiple personaje. Metroscopia ha hablado con 3.000 estudiantes de los últimos cursos de carrera y la más clara conclusión que se saca es que ha descendido el número de fanáticos, con el consiguiente aumento de escépticos.

Siempre será algo muy controvertido el concepto de generación, ya que más que un concepto es un estado de ánimo. Martin Luther King decía que la suya no tenía que lamentarse tanto de los perversos como del estremecedor silencio de los poderosos. ¿Por qué hay generaciones combativas, dispuestas no sólo a morir por su patria sino a que otros mueran por la suya, y generaciones pasotas?, ¿por qué hay generaciones que se afanan en vestir atildadamente y otras que se empeñan en disfrazarse de pobres amateurs? Los que hemos conocido a miembros de varias no acabamos de explicárnoslo. La actual me parece más interesante que la inmediata anterior por una sola razón: se desinteresa por más cosas. Confía mucho menos en las instituciones y rechaza menos costumbres y hábitos sociales, quizá porque sea ella la que los ha impuesto. Son partidarios, con más o menos vehemencia, de la eutanasia, no reprueban la adopción por homosexuales y tienen muy exiguo ardor guerrero. No son ni racistas, ni entusiastas de la Iglesia católica. Se muestran cercanos a la Unión Europea y mucho más cercanos a sus papás, ya que les es imposible pagar un piso.

No seré yo el que discuta los puntos de vista de los miembros más jóvenes de la tribu. Van a tener los ojos abiertos durante más tiempo.

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Hay noticias que rayan el insulto y el desprecio hacia quienes se dirigen. Que son asumidas como una verdad irrefutable y que en ese globo sonda enviado no tiene la menor respuesta indignada de quienes las reciben. El problema, por tanto, no es la noticia en sí, sino la palpable realidad de que han convertido al ciudadano en un tipo pusilánime. En un mendigo de migajas a quien los grandes poderes han decidido convertirle, toda su vida, en un esclavo del trabajo.

La sociedad española respira hoy un aire denso, cargado de indignación y desencanto. La sucesión de escándalos de corrupción que salpican al partido en el Gobierno, el PSOE, y a su propia estructura ejecutiva, investigados por la Guardia Civil, no son solo casos aislados como nos dicen los voceros autorizados. Son síntomas de una patología profunda que corroe la confianza ciudadana.

Frente a las amenazas del poder, siempre funcionaron los contrapesos. Hacen posible la libertad individual, que es la única real, aunque veces no seamos conscientes de la misma, pues se trata de una condición, como la salud, que solo se valora cuando se pierde. Los tiranos, o aspirantes a serlo, persiguen siempre el objetivo de concentrar todos los poderes. Para evitar que lo logren, están los contrapesos.

 
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