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A ti mujer

Santiago Cambero
Redacción
jueves, 10 de marzo de 2005, 00:53 h (CET)
Mañana se celebra el Día Internacional de la Mujer, y la cuestión que siempre subyace entre la opinión pública es la idoneidad de conmemorar esta jornada llegados a este momento histórico cuando la isonomía, es decir, la igualdad de todos ante la ley, resulta ser una realidad de iure, como principio básico garantizado por nuestro ordenamiento jurídico.

Al igual que el calendario está repleto de otras fechas significativas que se reivindican y festejamos con solemnidad, ésta debiera conservarse mientras existan mujeres que sufren injusticias que atentan contra su dignidad humana en cuanto a su integridad física, psíquica y social, puesto que todavía hay mujeres esclavizadas en países en vías de desarrollo, o que trabajan en un ambiente laboral sexista en nuestra civilización occidental.

Con independencia de las declaraciones institucionales en torno a tal día, considero que la reflexión colectiva debe centrarse en la erradicación de una lacra social como es la violencia de género ante las cifras alarmantes de mujeres víctimas de maltratos, y que no cesan a pesar de las normativas y medidas políticas emprendidas últimamente. Por desgracia, conocemos sucesos de brutalidad hacia mujeres que son agredidas, violadas o asesinadas por quienes dicen ser sus compañeros sentimentales, a través de los medios informativos, que pueden llegar a insensibilizarnos frente a esta problemática de rostro femenino marcados por dramas personales y familiares.

Como se ha dicho, la educación de las generaciones futuras como ciudadanos y ciudadanas en una sociedad de iguales y de respeto a las diferencias es la clave para producir un cambio de actitudes y valores sociales que evite estos hechos trágicos, y además favorezca una mejor comprensión e integración de aquellas mujeres que malviven con esta espada de Damocles.

Aprovecharé para tratar sobre un tipo de maltrato de género permitido por la sociedad en general, alimentado por los mismos medios de comunicación social que denuncian los casos de violencia doméstica, y aceptado por algunas mujeres, con efectos degradantes para su autoestima y autoconfianza que pueden derivar en graves conflictos intrapersonales. Me estoy refiriendo a la reproducción de determinados estilos de vida mediatizados, cuya motivación es el logro de un canon de belleza que supuestamente refuerza su identidad femenina, con méritos suficientes para triunfar socialmente.

Hay señoritas dispuestas a ganar dinero a cualquier precio, ahorrando estas rentas para reinvertirlas en su cuerpo como fuente de ingresos, tras pasar por mesas de intervención quirúrgica que restauren partes de su voluptuosidad carnal. A continuación, son lanzadas al estrellato del famoseo como personajes que adorar y emular para alcanzar ese estatus que tanta felicidad les reporta.

Lo grave es la influencia perjudicial de estas silicona-symbols en otras mujeres que se hipotecan por el bisturí, se sacrifican con ayunos -sin causa ética o religiosa alguna-, se esclavizan a los aparatos gimnásticos, compran adelgazantes milagrosos, etc., con la obsesión de redimensionar sus medidas corporales para ser más estéticas a los demás, ¿como si las calles fueran pasarelas! Y la peor parte se la llevan aquellas mujeres desesperadas, muchas jóvenes, por no tener la oportunidad de disfrutar de este éxito efímero, a cambio de padecer trastornos en la conducta alimentaria, entre otros males...

Espero que estos comentarios no ofendan a quien los lea, pero si nos insten a conocer y promocionar otros modelos de mujer actual, que nada tienen que ver con ese papel frívolo, machista y vacío de ideas con las que mejorar las condiciones de vida de tantas mujeres que demandan nuestra ayuda solidaria, aquí y allá. ¿Felicidades! Dixit.

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Lo que voy a decir no se apoya -no lo pretende, además lo rechaza- en ningún argumento científico. Rechazo en general lo científico porque proviene, tal caudal de conocimiento, de la mente humana matemática, fajada y limitada, sobre todo no mente libre sino observante desde muchos filtros atascados de prejuicios.

No es ninguna novedad que vivimos en un tiempo donde el pulso de la coexistencia social parece haberse acelerado en una deriva incomprensible, enfrentándonos con la paradoja de una humanidad cada vez más próxima, sin que ello se traduzca necesariamente en la cercanía o comprensión mutua.

El filólogo humanista Noam Chomsky decía que “si no se está de acuerdo con una cuestión, el hecho de formular y escuchar críticas, forma parte de la convivencia, y así se espera que sea”. De este modo, Chomsky argumenta el derecho y obligación a ejercer la crítica como proceso para la construcción de la convivencia.

 
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