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La libertad y la responsabilidad

Se buscan libertades y se huye de responsabilidades
Francisco Rodríguez
miércoles, 13 de julio de 2011, 06:46 h (CET)
La libertad no significa que podamos hacer nuestro capricho, sino tener la posibilidad de ejercitar nuestra propia voluntad para elegir el contenido de nuestras acciones y hacernos responsables de sus consecuencias. La libertad tiene el pesado reverso de la responsabilidad. Quizás por ello todos reclaman libertades pero huyen de las responsabilidades.

Las libertades que se invocan a cada momento se presentan como reclamación de derechos a disfrutar, pero no tanto como responsabilidades a asumir. A mi juicio, entre la libertad como atributo que me constituye como persona y “las libertades” de las que se habla a menudo, no hay una verdadera identidad.

Si en otros tiempos y sociedades se distinguía y se valoraba con claridad la condición de libre o esclavo, de señor o de siervo, ahora que se reconoce a todos los hombres como libres, la distinción se marca entre estar en libertad o estar en prisión, como puede verse en el artículo 17 de nuestra constitución.

Pero si la posibilidad de perder la libertad presupone el reconocimiento de la responsabilidad de cada cual, respecto a las acciones tipificadas en las leyes penales como faltas o delitos, una amplia corriente de pensamiento trata de eximir de tal responsabilidad a muchos delincuentes invocando que sus condiciones sociales o familiares, son en último término las determinantes de sus acciones.

Este razonamiento determinista cuando se amplía a la generalidad de las conductas, sirve a una mayoría para exonerarse de responsabilidad, con lo cual la propia libertad queda vacía de contenido. Si estoy en la pobreza o no he conseguido un puesto más relevante en la sociedad, o no ha funcionado mi relación matrimonial, es culpa de mis circunstancias familiares, de no tener influencias o de la mala suerte, pero pocas veces se asume la propia responsabilidad por haber utilizado mal la libertad, por ejemplo: elegimos divertirnos en lugar de prepararnos, elegimos gozar de la sexualidad sin compromisos en lugar de dominar nuestros instintos, etc.

Una sociedad libre no puede funcionar si sus miembros no asumen que ocupan el lugar que se deduzca de sus acciones y la acepte como resultado de sus propios merecimientos. Pero una sociedad libre es aquella que promueve la libertad y no determinadas “libertades”. Una sociedad libre es la que ofrece oportunidades para que cada uno use de sus talentos y determine sus metas y objetivos.

Pero no será libre nunca una sociedad manipulada, en la que se haga creer a los ciudadanos que existe un estado providencia que cuidará de ellos de la cuna a la tumba, que todos tienen los mismos derechos con independencia de sus conductas y de su aportación al acervo común que los gobernantes se encargarán de redistribuir a su conveniencia.

Una sociedad libre y democrática puede subsistir solamente si logra el fortalecimiento de la personalidad de los ciudadanos para ser dueños de su voluntad y de su pensamiento para ejercerlo en libertad y responsabilidad.

Recordar la intrínseca conexión entre libertad y responsabilidad me parece imprescindible en estos momentos en que muchos gobernantes pueden resultar indemnes de la responsabilidad derivada de sus decisiones y en el que muchos ciudadanos tampoco queremos asumirla en la parte que nos toca.

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