Tal día como hoy, 11 de julio, hace un año… Todos los españoles nos despertamos con una esperanza y una convicción: que la selección dirigida por Vicente del Bosque lograría la gesta de proclamarse campeona del Mundo. Por nuestra mente y en nuestras conversaciones no había lugar a otra cosa que no fuera la final contra la Holanda de Robben, Sneijder y Van Persie, entre otros de sus peligros.
Casillas y La Roja levantan la Copa de Campeones
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Algo había en el ambiente de justicia histórica, de que en aquella noche en Johannesburgo quedarían recompensados el juego excelso, el talento individual y conjunto de una gran generación… y la ilusión de todo un país que ha ido superando todas las barreras deportivas. Tras lograr la Eurocopa, los chicos de Vicente del Bosque habían demostrado, venciendo a Paraguay, que la maldición de los cuartos quedaba definitivamente enterrada. Y el triunfo contra la temible Alemania en semifinales simplemente fue el prólogo de otra noche inolvidable.
Seguro que no seré el único que hoy les haga esta pregunta: ¿Dónde y cómo vivieron la final? ¿Y cómo celebraron el gol de Iniesta? A mí me tocó trabajar y hacer la crónica de ese partido desde la redacción, en Madrid, en una noche que pareció eterna. Junto a mis compañeros, las horas previas pasaron entre el optimismo y los nervios, con el planeta literalmente paralizado informativamente, como si no quisiera dar lugar a más noticias que lo que iba a acontecer en Sudáfrica. La tensión creciente con la que vivimos el partido es difícil de describir, y creo que no hace falta porque esas sensaciones fueron generales. Al llegar la prórroga, el sentimiento de que nos merecíamos la victoria se mezclaba con la incertidumbre. También recuerdo la indignación de que nuestra falta de premio significara la falta de castigo a una Holanda rácana y violenta (la patada de De Jong a Xabi Alonso fue de juzgado de guardia), bajo el permisivo arbitraje de Howard Webb.
Afortunadamente el destino quiso ser justo, algo que no siempre ocurre en el fútbol. Cuando se cernía el temor de llegar a los penaltis, siempre una lotería incluso aunque nos proteja San Iker, llegó el momento del éxtasis nacional. Andrés Iniesta, el hombre que mezcla la humildad con la magia, aprovechó el balón que había pasado por las botas de Torres y Cesc para convertirlo en un cañón que, al fin, perforó la portería holandesa. Creo que ningún momento como aquél, el minuto 116 del partido, ha provocado tantas afonías; la primera, la mía, que víctima de la catarsis, fruto de la mezcla de emoción y nervios, grité el “gol” más sentido de mi vida.
A partir de ahí, la locura… y la suma de momentos que forman una de las colecciones más bellas de nuestra historia. Me quedo con dos imágenes, y ambas protagonizadas por Casillas: una, levantando la Copa del Mundo; otra, su beso a Sara Carbonero. Esta segundo foto puede parecer una simple anécdota pero es el sincero ejemplo de lo que el fútbol español hizo ese día: quitarse cualquier complejo que aún pudiera quedar para mostrarse tal cual es. Bello en su sencillez, directo y efectivo. Y, tras ver esas imágenes, los españoles nos echamos a celebrarlo a las calles. Y volvimos a llenarlas en Madrid cuando recibimos dos días después a los campeones. La selección española conquistó el mundo… y a todos nosotros.