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El título de la columna es un engaño, leer el contenido es solo responsabilidad tuya.

“La vida es aquello que te va sucediendo mientras te empeñas en hacer otros planes” (John Lennon).

Manual práctico para cambiar nuestra existencia

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Nunca fue costumbre, tampoco ahora está de moda profundizar en el abismo de la ansiedad sino mantenerse, haciendo equilibrios, en la incoherente e hipócrita realidad de la ignorancia. Lo normal suele aceptarse como lo menos raro, con excepciones, y tachar un día más en el calendario es una proeza inconmensurable que pocas personas ya pueden permitirse sin consecuencia alguna.

No sobrevivimos en un mundo, ni tampoco somos el país, donde la generosidad sea la diario portada en los periódicos sino más bien todo lo contrario. Para destacar hay que perder la vergüenza, la dignidad, venderse a cambio de cuatro monedas de oro o una fotografía, moverse entre la mentira y la adversidad; vaya, lo que viene a ser hacerse político o tertuliano de televisión, a gusto y semejanza, o posibilidad de cada cuál.

Si algo se aprende en la vida es a aceptar las despedidas; mal, por supuesto. La experiencia me enseñó que primero está la amistad y a continuación llega el sexo; después, la pareja sin entendimiento. Es difícil encontrar personas que saben lo que quieren, pero todavía es más complicado que las personas que lo saben sean sinceras y, por supuesto, ofrezcan el mismo plan de vida que piden y ansían en los demás.

La vida, que decía John Lennon, es aquello que te va sucediendo mientras te empeñas en hacer otros planes. Estoy completamente de acuerdo. La vida te lleva de una amistad mala a una mejor para después no saber apreciarla, y aprender de esa experiencia años después, cuando nadie te valora a ti; de una pareja mejor a otra peor, para convertirte poco tiempo después en la peor pareja posible la siguiente que vas a tener; de un buen compañero de trabajo al mismo que poco tiempo después, conociéndole mejor, seguirá manteniendo firme sus argumentos pero cambiará su discurso para seguir diciendo lo mismo, de manera que todo el mundo seguirá fingiendo entenderle, menos tú.

A diferencia de lo que a menudo solemos pensar, las despedidas nos enseñan más de lo que habíamos aprendido en esa ausencia que constantemente rodea a las personas que tratan de decir algo, pero nadie les escucha con verdadero interés ni atención: para decir adiós no hace falta llorar ni emocionarse, ni siquiera fingirlo, porque es suficiente con dos besos fríos en la mejilla, un abrazo rápido –si no se puede evitar- o un simple ‘como te iba diciendo, todo esto es muy sencillo…’ que desviará la atención a terceras personas que ignorarán tu presencia con la misma facilidad que te invitaban a una cerveza días atrás.

El problema de las despedidas siempre ha sido ponerse de acuerdo. Dos personas puedes tener muchas ganas de darse la mano para no volver a verse más, pero ninguna dará el primer paso que le comprometa a ello, a veces por la propia incapacidad de la anticipación o, en otras ocasiones, por esa inexistente e incoherente razón que dé lugar a ello, pero que resultará siendo definitiva.

Hay despedidas tristes y otras más alegres, pero algunas son del todo inclasificables: ¿Cómo se comprende, por ejemplo, una despedida de amor por falta de sexo? ¿Y las despedidas de buen sexo continuado que no se materializan en una relación de pareja estable? Por no hablar de las relaciones de amistad, que nacen y desaparecen sin crecer en absoluto por aquello de la ley del mínimo esfuerzo. Pocas personas saben lo que quieren, aunque todos partícipes del cuento, tarde o temprano, como víctimas y también como culpables de ello.

Hay dos momentos en la vida que marcan un antes y después a casi cualquier persona en algún momento de su existencia: el primero es cuando eres pequeño e inocente, ajeno a la desdicha e inclemencias de tu futuro, donde a veces sonríes con el convencimiento de ser el centro de atención y otras veces lloras por la necesidad de cariño; te agarras al primer brazo que tienes a mano y ejerces una fuerza superior a la que, aparentemente, tu cuerpo puede realizar. Ese otro momento en la vida, es justo cuando otro niño se agarra a tu brazo y su fuerza te recuerda a ti.

Lo siento, pero no tengo el manual para cambiar nuestra existencia ni la imaginación suficiente para descubrir el futuro más próximo. Hace unas horas se marchó a su país otra de esas amigas de las que seguramente no volveré a saber nada… aunque tal vez en esta ocasión me equivoque, pero con un poco de suerte tendré razón.

¡Auf Widersehen!

Manual práctico para cambiar nuestra existencia

El título de la columna es un engaño, leer el contenido es solo responsabilidad tuya.

“La vida es aquello que te va sucediendo mientras te empeñas en hacer otros planes” (John Lennon).
Eduardo Cassano
miércoles, 29 de junio de 2011, 07:02 h (CET)
Nunca fue costumbre, tampoco ahora está de moda profundizar en el abismo de la ansiedad sino mantenerse, haciendo equilibrios, en la incoherente e hipócrita realidad de la ignorancia. Lo normal suele aceptarse como lo menos raro, con excepciones, y tachar un día más en el calendario es una proeza inconmensurable que pocas personas ya pueden permitirse sin consecuencia alguna.

No sobrevivimos en un mundo, ni tampoco somos el país, donde la generosidad sea la diario portada en los periódicos sino más bien todo lo contrario. Para destacar hay que perder la vergüenza, la dignidad, venderse a cambio de cuatro monedas de oro o una fotografía, moverse entre la mentira y la adversidad; vaya, lo que viene a ser hacerse político o tertuliano de televisión, a gusto y semejanza, o posibilidad de cada cuál.

Si algo se aprende en la vida es a aceptar las despedidas; mal, por supuesto. La experiencia me enseñó que primero está la amistad y a continuación llega el sexo; después, la pareja sin entendimiento. Es difícil encontrar personas que saben lo que quieren, pero todavía es más complicado que las personas que lo saben sean sinceras y, por supuesto, ofrezcan el mismo plan de vida que piden y ansían en los demás.

La vida, que decía John Lennon, es aquello que te va sucediendo mientras te empeñas en hacer otros planes. Estoy completamente de acuerdo. La vida te lleva de una amistad mala a una mejor para después no saber apreciarla, y aprender de esa experiencia años después, cuando nadie te valora a ti; de una pareja mejor a otra peor, para convertirte poco tiempo después en la peor pareja posible la siguiente que vas a tener; de un buen compañero de trabajo al mismo que poco tiempo después, conociéndole mejor, seguirá manteniendo firme sus argumentos pero cambiará su discurso para seguir diciendo lo mismo, de manera que todo el mundo seguirá fingiendo entenderle, menos tú.

A diferencia de lo que a menudo solemos pensar, las despedidas nos enseñan más de lo que habíamos aprendido en esa ausencia que constantemente rodea a las personas que tratan de decir algo, pero nadie les escucha con verdadero interés ni atención: para decir adiós no hace falta llorar ni emocionarse, ni siquiera fingirlo, porque es suficiente con dos besos fríos en la mejilla, un abrazo rápido –si no se puede evitar- o un simple ‘como te iba diciendo, todo esto es muy sencillo…’ que desviará la atención a terceras personas que ignorarán tu presencia con la misma facilidad que te invitaban a una cerveza días atrás.

El problema de las despedidas siempre ha sido ponerse de acuerdo. Dos personas puedes tener muchas ganas de darse la mano para no volver a verse más, pero ninguna dará el primer paso que le comprometa a ello, a veces por la propia incapacidad de la anticipación o, en otras ocasiones, por esa inexistente e incoherente razón que dé lugar a ello, pero que resultará siendo definitiva.

Hay despedidas tristes y otras más alegres, pero algunas son del todo inclasificables: ¿Cómo se comprende, por ejemplo, una despedida de amor por falta de sexo? ¿Y las despedidas de buen sexo continuado que no se materializan en una relación de pareja estable? Por no hablar de las relaciones de amistad, que nacen y desaparecen sin crecer en absoluto por aquello de la ley del mínimo esfuerzo. Pocas personas saben lo que quieren, aunque todos partícipes del cuento, tarde o temprano, como víctimas y también como culpables de ello.

Hay dos momentos en la vida que marcan un antes y después a casi cualquier persona en algún momento de su existencia: el primero es cuando eres pequeño e inocente, ajeno a la desdicha e inclemencias de tu futuro, donde a veces sonríes con el convencimiento de ser el centro de atención y otras veces lloras por la necesidad de cariño; te agarras al primer brazo que tienes a mano y ejerces una fuerza superior a la que, aparentemente, tu cuerpo puede realizar. Ese otro momento en la vida, es justo cuando otro niño se agarra a tu brazo y su fuerza te recuerda a ti.

Lo siento, pero no tengo el manual para cambiar nuestra existencia ni la imaginación suficiente para descubrir el futuro más próximo. Hace unas horas se marchó a su país otra de esas amigas de las que seguramente no volveré a saber nada… aunque tal vez en esta ocasión me equivoque, pero con un poco de suerte tendré razón.

¡Auf Widersehen!

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