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El discurso del narco bueno se ha incorporado definitivamente a la política, y también en Paraguay

El Cártel de Lugo

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Dijo Thomas Macaulay que en política, como en religión, hay devotos que manifiestan su veneración por un santo desaparecido convirtiendo su tumba en un santuario del crimen. En el Paraguay, lo grave del caso es que en lugar de un santo desaparecido se ha convertido en santo a un vivo, y el santuario del crimen es el mismo gobierno.

En su libro sobre El Cartel de Sinaloa, Diego Enrique Osorno relata el uso político del narco, desnudando al presidente Felipe Calderón como un personaje débil e incapaz, que debió apelar a una guerra sangrienta para desviar la atención. Al ser incapaz de combatir el desempleo, la inseguridad, la ineficiencia estatal en México, decidió distraer a la gente haciendo correr sangre.

Así como Calderón llegó al poder en 2006 mediante una elección percibida como fraudulena por una buena parte de los mexicanos y observadores extranjeros, Fernando Lugo llegó al poder en Paraguay en 2008 bajo la fuerte sospecha de encontrarse vinculado a grupos involucrados en feminicidios y secuestros.

En ambos casos, se manifestó un sentimiento de culpa subconsciente que obliga a buscar desmentir la realidad.

A falta de mejoras sanitarias o educativas, sin un modelo económico para la coyuntura, sin políticas públicas eficaces, Calderón y Lugo intentan gobernar haciendo correr la sangre, camino de varios irredimibles ante la historia.

Tanto en el caso de México como Paraguay, los grupos criminalizados se pasean tranquilos por las oficinas corporativas de la élite regia sin problema alguno para buscar civilizados pactos públicos. Tanto en Paraguay como en México, el discurso oficial intenta articular al narcotáfico con la oposición política radical.

En ambos casos, el uso político del narco se convierte en un caleidoscopio de la hipocresía de la élite frente al tema del narcotráfico. Hipocresía que alcanza niveles inimaginables en Paraguay, donde el oficialismo que responde a Lugo se esfuerza por desarrollar pactos con el mismo sector que en discursos vinculan con el narcotráfico, tentando la reelección de su líder arzobispal.

No sólo en Paraguay los capos mafiosos del narcotráfico se han lanzado a la arena política hilando discursos de sorprendentes buenas intenciones. Miguel Angel Felix Gallardo, conocido como «El Padrino», en la década de 1980 se convirtió en el zar de la cocaína en México y fundó el primer cártel de Guadalajara. Llego a controlar todo el trasiego ilegal de drogas hacia los Estados Unidos. En unas memorias rememoró que “cuando nosotros los viejos capos fuimos detenidos, éramos más pocos, se nos hacía mucha publicidad. Nosotros no matamos ni robamos ni empobrecimos a los mexicanos como sí lo hicieron muchos políticos”.

Y formuló propuestas para disminuir la violencia: “La violencia puede combatirse con empleos, escuelas mejor ubicadas a la necesidad y distancia de los hogares apartados, áreas deportivas, comunicaciones, servicios médicos, seguridad y combate a la pobreza extrema, impulsar la mano de obra. Recordemos que el territorio mexicano en sus zonas altas está olvidado, no hay escuelas, carreteras, centros de salud, comunicación ni seguridad; a ellos no les llegan créditos para el campo, apoyo agrícola, forestal, ganadero y minero, sólo represión”.

El discurso del narco bueno se ha incorporado definitivamente a la política, y también en Paraguay.

Decía Charles Dickens que el número de malhechores no autoriza el crimen, pero Fernando Lugo y su séquito parecen sentirse legitimados por haber triunfado en unas elecciones para las que falsificaron sus identidades, que luego quedaron al descubierto. Deberían haberse percatado que la ilusión se esfumó, y que hoy los números ya no les favorecen: la pretensión de reelegir a su líder para continuar la fiesta, hoy choca con las intenciones de un 75 por ciento de los paraguayos, según reveló la encuestadora Ati Snead al ser consultada por los medios.

Escribió el escritor sinaloense Elmer Mendoza que “si usted confunde el cielo con la tierra, el verde con el rojo, si olvidó cómo sacar raíz cuadrada y no sabe qué hacer con su brújula, la mañana o el amor: ha llegado a Sinaloa”…o a Paraguay.

El Cártel de Lugo

El discurso del narco bueno se ha incorporado definitivamente a la política, y también en Paraguay
Luis Agüero Wagner
miércoles, 1 de junio de 2011, 07:04 h (CET)
Dijo Thomas Macaulay que en política, como en religión, hay devotos que manifiestan su veneración por un santo desaparecido convirtiendo su tumba en un santuario del crimen. En el Paraguay, lo grave del caso es que en lugar de un santo desaparecido se ha convertido en santo a un vivo, y el santuario del crimen es el mismo gobierno.

En su libro sobre El Cartel de Sinaloa, Diego Enrique Osorno relata el uso político del narco, desnudando al presidente Felipe Calderón como un personaje débil e incapaz, que debió apelar a una guerra sangrienta para desviar la atención. Al ser incapaz de combatir el desempleo, la inseguridad, la ineficiencia estatal en México, decidió distraer a la gente haciendo correr sangre.

Así como Calderón llegó al poder en 2006 mediante una elección percibida como fraudulena por una buena parte de los mexicanos y observadores extranjeros, Fernando Lugo llegó al poder en Paraguay en 2008 bajo la fuerte sospecha de encontrarse vinculado a grupos involucrados en feminicidios y secuestros.

En ambos casos, se manifestó un sentimiento de culpa subconsciente que obliga a buscar desmentir la realidad.

A falta de mejoras sanitarias o educativas, sin un modelo económico para la coyuntura, sin políticas públicas eficaces, Calderón y Lugo intentan gobernar haciendo correr la sangre, camino de varios irredimibles ante la historia.

Tanto en el caso de México como Paraguay, los grupos criminalizados se pasean tranquilos por las oficinas corporativas de la élite regia sin problema alguno para buscar civilizados pactos públicos. Tanto en Paraguay como en México, el discurso oficial intenta articular al narcotáfico con la oposición política radical.

En ambos casos, el uso político del narco se convierte en un caleidoscopio de la hipocresía de la élite frente al tema del narcotráfico. Hipocresía que alcanza niveles inimaginables en Paraguay, donde el oficialismo que responde a Lugo se esfuerza por desarrollar pactos con el mismo sector que en discursos vinculan con el narcotráfico, tentando la reelección de su líder arzobispal.

No sólo en Paraguay los capos mafiosos del narcotráfico se han lanzado a la arena política hilando discursos de sorprendentes buenas intenciones. Miguel Angel Felix Gallardo, conocido como «El Padrino», en la década de 1980 se convirtió en el zar de la cocaína en México y fundó el primer cártel de Guadalajara. Llego a controlar todo el trasiego ilegal de drogas hacia los Estados Unidos. En unas memorias rememoró que “cuando nosotros los viejos capos fuimos detenidos, éramos más pocos, se nos hacía mucha publicidad. Nosotros no matamos ni robamos ni empobrecimos a los mexicanos como sí lo hicieron muchos políticos”.

Y formuló propuestas para disminuir la violencia: “La violencia puede combatirse con empleos, escuelas mejor ubicadas a la necesidad y distancia de los hogares apartados, áreas deportivas, comunicaciones, servicios médicos, seguridad y combate a la pobreza extrema, impulsar la mano de obra. Recordemos que el territorio mexicano en sus zonas altas está olvidado, no hay escuelas, carreteras, centros de salud, comunicación ni seguridad; a ellos no les llegan créditos para el campo, apoyo agrícola, forestal, ganadero y minero, sólo represión”.

El discurso del narco bueno se ha incorporado definitivamente a la política, y también en Paraguay.

Decía Charles Dickens que el número de malhechores no autoriza el crimen, pero Fernando Lugo y su séquito parecen sentirse legitimados por haber triunfado en unas elecciones para las que falsificaron sus identidades, que luego quedaron al descubierto. Deberían haberse percatado que la ilusión se esfumó, y que hoy los números ya no les favorecen: la pretensión de reelegir a su líder para continuar la fiesta, hoy choca con las intenciones de un 75 por ciento de los paraguayos, según reveló la encuestadora Ati Snead al ser consultada por los medios.

Escribió el escritor sinaloense Elmer Mendoza que “si usted confunde el cielo con la tierra, el verde con el rojo, si olvidó cómo sacar raíz cuadrada y no sabe qué hacer con su brújula, la mañana o el amor: ha llegado a Sinaloa”…o a Paraguay.

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