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Etiquetas | La delgada línea roja
Mientras prosigue la resaca desinformativa acerca del bodorrio inglés, continúan los infames bombardeos aliados sobre Libia con un único propósito: asesinar a Gadafi

Un empacho de información empalagosa y superflua

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Desgraciadamente, la vergonzosa intervención aliada en Libia tiene demasiados precedentes. En 1953, el primer ministro iraní, Mohamed Mossadegh, fue expulsado del poder al intentar nacionalizar los recursos petrolíferos del país, en una operación orquestada por británicos y estadounidenses. Los servicios de inteligencia británicos (MI6) lograron convencer al Gobierno de los Estados Unidos de que Mossadegh era comunista. Una solemne mentira.

La CIA llevó a cabo la Operación Ajax y Mossadegh, que había sido elegido por el Pueblo iraní, tuvo que rendirse y entregar el poder al sha Pahlavi, un títere de Washington y Londres, que en poco tiempo exterminó a cuantos se opusieron a él con el beneplácito de norteamericanos y británicos.

En los años que siguieron, el principal opositor al sha fue el ayatolá Ruhollah Jomeini, muy popular entre los círculos religiosos del país, y también entre los más desfavorecidos. Jomeini fue arrestado y encarcelado en 1963. Al ser liberado dieciocho meses después, criticó a los Estados Unidos por el apoyo dado a la dictadura del sha y se exilió en Turquía y más tarde en París, desde donde prosiguió su crítica al régimen prooccidental y colaboracionista del sha Pahlavi.

Entretanto, el sha intentó desarrollar económicamente el país. Pero teniendo en cuenta que la industria petrolífera, su principal fuente de recursos, estaba en manos de norteamericanos y británicos, esto le fue del todo imposible. Por otra parte, la corrupción y las desigualdades sociales aumentaron, lo que provocó una crisis políticosocial que culminó con la Revolución islámica que dio comienzo en enero de 1978, con manifestaciones en contra del sha por todo el país. ¿Por qué no actuaron entonces los aliados como lo han hecho ahora en Libia?

En septiembre las revueltas se habían generalizado y los jóvenes exigían la vuelta de Jomeini desde el exilio. El sha Pahlavi incrementó la represión contra la población y los opositores, mientras los Estados Unidos fingían apoyarle, y al mismo tiempo, entablaban conversaciones con los opositores al régimen, incluido Jomeini, para ver cuáles eran sus intenciones con referencia a una posible nacionalización de los yacimientos petrolíferos.
El sha había dejado de ser “rentable” en el momento que exigió a norteamericanos y británicos una mayor participación iraní en el reparto de los beneficios devengados del petróleo. A pesar de que en su día le habían considerado “su mayor aliado en la zona”, distinción de la que también disfrutó años más tarde Sadam Hussein, al que también traicionaron, los norteamericanos y británicos abandonaron al sha, y éste y su familia tuvieron que salir de Irán en enero de 1979.

Unos días más tarde llegaba a Teherán el ayatolá Jomeini e Irán se convirtió en una República islámica el 1 de abril de ese mismo año, cuando el Pueblo lo aprobó en referendo por una amplia mayoría.

Ese mismo año, 1979, la administración norteamericana apoyó un golpe de Estado en Iraq, estableciéndose la dictadura de Saddam Husein para hacer de contrapeso en la zona al nuevo régimen teocrático de Irán. Las multinacionales petroleras tenían puestos los ojos en los ricos yacimientos que había ambos lados de la frontera entre Irán e Iraq, y en 1980 estalló una guerra entre los dos países por el control de dichos pozos petrolíferos que se prolongó hasta 1988, y en la que Sadam Hussein contó con el apoyo incondicional de Estados Unidos, Francia y Reino Unido. Los mismos que ahora apadrinan a unos “opositores” a Gadafi de los que nunca habíamos oído hablar.

En noviembre de 1979, a un año del inicio de la campaña electoral, las relaciones con los Estados Unidos se agriaron cuando estudiantes iraníes entraron y capturaron al personal de la embajada de ese país en Teherán y los acusaron de pertenecer a la CIA, y de conspirar para derrocar al ayatolá Jomeini como hicieron con Mossadegh en 1953.

Después se supo que, una vez más, la CIA, había orquestado aquella mascarada para perjudicar a Jimmy Carter en la campaña de reelección de 1980 y favorecer Ronald Reagan, que acabaría ganando las elecciones gracias a la crisis de los rehenes. Ésta finalizó, milagrosamente, con la toma de posesión del presidente Reagan el 20 de enero de 1981, y la guerra entre Irán e Iraq finalizó, también milagrosamente, coincidiendo con el término del mandato de Ronald Reagan en la Casa Blanca.

Tras la muerte de Jomeini en 1989, le sucedió Alí Jamenei como jefe de Estado, quedando la jefatura del Gobierno abierta desde entonces a lo que decida el electorado en los comicios que se celebran cada cuatro años. En 2005, Mahmud Ahmadineyad, un ingeniero civil de ideología conservadora, se convirtió en presidente del país con una victoria aplastante en las urnas que revalidó en las elecciones de 2009. Luego, no es un dictador como a veces se ha sugerido, sino que gobierna con un amplio respaldo popular. Igual, o superior, al que obtuvo Obama en Estados Unidos.

Entretanto, a principios del nuevo siglo, Estados Unidos intervino militarmente contra los dos países que flanquean geográficamente a Irán: Afganistán al este, e Iraq al oeste. En su patético discurso sobre el Estado de la Unión de 29 de enero de 2002, el presidente de los Estados Unidos, George W. Bush, incluyó a Irán en el llamado Eje del Mal, y puso en marcha una nueva mascarada, esta vez bajo la apariencia de un programa nuclear iraní, desarrollado en contra de las recomendaciones del Organismo Internacional de Energía Atómica. Es decir: Estados Unidos.

Pero resulta que el programa nuclear iraní no es muy distinto del que está desarrollando Marruecos con el apoyo de Francia y los propios Estados Unidos, que están rearmado y nuclearizando al principal enemigo de España, al tiempo que prestamos apoyo a nuestros supuestos “aliados” en una sucia guerra contra Libia, un país que jamás nos ha hecho ningún daño y que no supone ninguna amenaza para nosotros. Como tampoco la supone Irán, ni ahora con Ahmadineyad, ni antes con Jomeini.

Entonces ¿por qué apoyamos a quienes siempre han sido nuestros enemigos, Estados Unidos, Francia y Reino Unido, en contra de quienes nunca nos han hecho nada? España jamás ha tenido conflictos con Libia o Irán. ¿Por qué hemos de hacer nuestras las malquerencias y enemistades de británicos y norteamericanos?

Allá ellos con sus líos, y nosotros a solucionar nuestros propios problemas. Que no son pocos, por cierto.

Un empacho de información empalagosa y superflua

Mientras prosigue la resaca desinformativa acerca del bodorrio inglés, continúan los infames bombardeos aliados sobre Libia con un único propósito: asesinar a Gadafi
Antonio Pérez Omister
martes, 3 de mayo de 2011, 07:23 h (CET)
Desgraciadamente, la vergonzosa intervención aliada en Libia tiene demasiados precedentes. En 1953, el primer ministro iraní, Mohamed Mossadegh, fue expulsado del poder al intentar nacionalizar los recursos petrolíferos del país, en una operación orquestada por británicos y estadounidenses. Los servicios de inteligencia británicos (MI6) lograron convencer al Gobierno de los Estados Unidos de que Mossadegh era comunista. Una solemne mentira.

La CIA llevó a cabo la Operación Ajax y Mossadegh, que había sido elegido por el Pueblo iraní, tuvo que rendirse y entregar el poder al sha Pahlavi, un títere de Washington y Londres, que en poco tiempo exterminó a cuantos se opusieron a él con el beneplácito de norteamericanos y británicos.

En los años que siguieron, el principal opositor al sha fue el ayatolá Ruhollah Jomeini, muy popular entre los círculos religiosos del país, y también entre los más desfavorecidos. Jomeini fue arrestado y encarcelado en 1963. Al ser liberado dieciocho meses después, criticó a los Estados Unidos por el apoyo dado a la dictadura del sha y se exilió en Turquía y más tarde en París, desde donde prosiguió su crítica al régimen prooccidental y colaboracionista del sha Pahlavi.

Entretanto, el sha intentó desarrollar económicamente el país. Pero teniendo en cuenta que la industria petrolífera, su principal fuente de recursos, estaba en manos de norteamericanos y británicos, esto le fue del todo imposible. Por otra parte, la corrupción y las desigualdades sociales aumentaron, lo que provocó una crisis políticosocial que culminó con la Revolución islámica que dio comienzo en enero de 1978, con manifestaciones en contra del sha por todo el país. ¿Por qué no actuaron entonces los aliados como lo han hecho ahora en Libia?

En septiembre las revueltas se habían generalizado y los jóvenes exigían la vuelta de Jomeini desde el exilio. El sha Pahlavi incrementó la represión contra la población y los opositores, mientras los Estados Unidos fingían apoyarle, y al mismo tiempo, entablaban conversaciones con los opositores al régimen, incluido Jomeini, para ver cuáles eran sus intenciones con referencia a una posible nacionalización de los yacimientos petrolíferos.
El sha había dejado de ser “rentable” en el momento que exigió a norteamericanos y británicos una mayor participación iraní en el reparto de los beneficios devengados del petróleo. A pesar de que en su día le habían considerado “su mayor aliado en la zona”, distinción de la que también disfrutó años más tarde Sadam Hussein, al que también traicionaron, los norteamericanos y británicos abandonaron al sha, y éste y su familia tuvieron que salir de Irán en enero de 1979.

Unos días más tarde llegaba a Teherán el ayatolá Jomeini e Irán se convirtió en una República islámica el 1 de abril de ese mismo año, cuando el Pueblo lo aprobó en referendo por una amplia mayoría.

Ese mismo año, 1979, la administración norteamericana apoyó un golpe de Estado en Iraq, estableciéndose la dictadura de Saddam Husein para hacer de contrapeso en la zona al nuevo régimen teocrático de Irán. Las multinacionales petroleras tenían puestos los ojos en los ricos yacimientos que había ambos lados de la frontera entre Irán e Iraq, y en 1980 estalló una guerra entre los dos países por el control de dichos pozos petrolíferos que se prolongó hasta 1988, y en la que Sadam Hussein contó con el apoyo incondicional de Estados Unidos, Francia y Reino Unido. Los mismos que ahora apadrinan a unos “opositores” a Gadafi de los que nunca habíamos oído hablar.

En noviembre de 1979, a un año del inicio de la campaña electoral, las relaciones con los Estados Unidos se agriaron cuando estudiantes iraníes entraron y capturaron al personal de la embajada de ese país en Teherán y los acusaron de pertenecer a la CIA, y de conspirar para derrocar al ayatolá Jomeini como hicieron con Mossadegh en 1953.

Después se supo que, una vez más, la CIA, había orquestado aquella mascarada para perjudicar a Jimmy Carter en la campaña de reelección de 1980 y favorecer Ronald Reagan, que acabaría ganando las elecciones gracias a la crisis de los rehenes. Ésta finalizó, milagrosamente, con la toma de posesión del presidente Reagan el 20 de enero de 1981, y la guerra entre Irán e Iraq finalizó, también milagrosamente, coincidiendo con el término del mandato de Ronald Reagan en la Casa Blanca.

Tras la muerte de Jomeini en 1989, le sucedió Alí Jamenei como jefe de Estado, quedando la jefatura del Gobierno abierta desde entonces a lo que decida el electorado en los comicios que se celebran cada cuatro años. En 2005, Mahmud Ahmadineyad, un ingeniero civil de ideología conservadora, se convirtió en presidente del país con una victoria aplastante en las urnas que revalidó en las elecciones de 2009. Luego, no es un dictador como a veces se ha sugerido, sino que gobierna con un amplio respaldo popular. Igual, o superior, al que obtuvo Obama en Estados Unidos.

Entretanto, a principios del nuevo siglo, Estados Unidos intervino militarmente contra los dos países que flanquean geográficamente a Irán: Afganistán al este, e Iraq al oeste. En su patético discurso sobre el Estado de la Unión de 29 de enero de 2002, el presidente de los Estados Unidos, George W. Bush, incluyó a Irán en el llamado Eje del Mal, y puso en marcha una nueva mascarada, esta vez bajo la apariencia de un programa nuclear iraní, desarrollado en contra de las recomendaciones del Organismo Internacional de Energía Atómica. Es decir: Estados Unidos.

Pero resulta que el programa nuclear iraní no es muy distinto del que está desarrollando Marruecos con el apoyo de Francia y los propios Estados Unidos, que están rearmado y nuclearizando al principal enemigo de España, al tiempo que prestamos apoyo a nuestros supuestos “aliados” en una sucia guerra contra Libia, un país que jamás nos ha hecho ningún daño y que no supone ninguna amenaza para nosotros. Como tampoco la supone Irán, ni ahora con Ahmadineyad, ni antes con Jomeini.

Entonces ¿por qué apoyamos a quienes siempre han sido nuestros enemigos, Estados Unidos, Francia y Reino Unido, en contra de quienes nunca nos han hecho nada? España jamás ha tenido conflictos con Libia o Irán. ¿Por qué hemos de hacer nuestras las malquerencias y enemistades de británicos y norteamericanos?

Allá ellos con sus líos, y nosotros a solucionar nuestros propios problemas. Que no son pocos, por cierto.

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