La comparecencia del presidente del Gobierno en el Congreso para explicar qué se ha decidido en el Consejo Europeo celebrado recientemente, sólo puede calificarse de lamentable. Cabe suponer que el mesiánico discurso se lo ha escrito el señor Botín, y su desafortunada intervención ha sido la escenificación del pueril entusiasmo de otro párvulo converso a la doctrina neoliberal, de efectos nefastos para la clase obrera, y la constatación de que su pacifismo de antaño no fue más que oportunismo político.
Ahora resulta que hay guerras “justas” como la de Libia, y otras “injustas” como la de Iraq. Todo depende de qué países las patrocinen según sus particulares intereses. No obstante, en unas y otras, nuestro papel siempre es el de unos deslucidos tramoyistas. De todos modos, era de prever que Sarkozy nos pasaría algún día la factura por la silla del G-20, y el rescate de las azafatas en un país perdido de África, de cuyo nombre no quiero acordarme.
Pero, tan lamentable como la intervención del presidente Zapatero, ha sido la del señor Durán i Lleida de Convergencia y Unión, quien dijo que “si realmente hubiese 4,7 millones de parados en España, habría una revolución”. Algo parecido dijo uno de los ministros del zar en vísperas del asalto al Palacio de Invierno y, ya sabemos cómo acabó todo.
En nuestro país hay ya muchas personas que están viviendo una situación desesperada, y lo mínimo que debemos exigirles a nuestros representantes políticos, es un poco de sentido y sensibilidad al referirse a ellos. El célebre “seny” del que tanto alardean los prohombres de CiU. Concédanles eso al menos, ya que les niegan el trabajo y unas prestaciones dignas para subsistir.
Las reformas laborales tan demandadas por el partido del señor Durán i Lleida, y puestas en marcha por el PSOE con el beneplácito del PP, que las aprueba y critica al mismo tiempo (¿?), no han contribuido a generar empleo. Pero el Gobierno y los principales partidos del arco político siguen empeñados en caminar por esa senda tenebrosa que nos está llevando al borde de un insondable abismo llamado “crecimiento cero”. ¿Qué vendrá después?
Dejemos de escuchar los cantos de sirena que nos llevan irremisiblemente contra los afilados acantilados de una profunda recesión económica, y cuyas consecuencias sociales pueden ser dramáticas, y demos un golpe de timón para corregir el rumbo de la nave antes de naufragar.
Las medidas neoliberales aplicadas por el Gobierno sólo han generado más desempleo y han agravado la crisis económica. Hay que decirle a la señora Merkel que, del mismo modo que ella es muy libre de hacer lo que le venga en gana en su casa, aquí nosotros haremos lo que más nos convenga. Y dejar bien claro en Bruselas que la prioridad del Gobierno de España es asegurar el bienestar y la prosperidad de sus ciudadanos, no la de apuntalar el euro para beneficio de los mismos codiciosos e insaciables especuladores que han provocado esta crisis con sus abusos y desmanes.
¿Para qué sirven un Gobierno central y diecisiete onerosos reinos de taifas autonómicos, si al final se hace lo que nos mandan desde Bruselas o Berlín?
Está claro que después de Portugal, el siguiente objetivo es España. Y ¿cuál es ese objetivo? Arruinarnos como al país vecino, igual que antes hicieron con Irlanda y Grecia, para convertirnos en unos parias que acaben aceptando trabajar a cambio de unas gachas y un mendrugo.
Tal vez vaya siendo hora de plantearnos si no nos convendría más al resto de europeos dejar solas a Francia y Alemania, y formar otra Unión, más justa y equitativa, por nuestra cuenta.